Orgullo humilde de pertenecer a un país donde la sociedad es un motor para la transformación

La movilización de Gure Esku en Bilbo volvió a demostrar que en Euskal Herria existe una voluntad política y un deseo social de ganar soberanía y ejercer todas las capacidades que tienen los Estados para mejorar la vida de la ciudadanía. Porque sin soberanía no se pueden atender de forma adecuada los retos que suponen la crisis climática, la transición energética, la transformación tecnológica, los procesos migratorios, las brechas sociales y los cambios socioculturales, entre otros.

En todos los territorios e instituciones vascas existen opciones para el desarrollo de esas capacidades. En lpar Euskal Herria, la CAV y en Nafarroa; en diputaciones y en ayuntamientos; en escuelas y universidades; lo mismo en ciudades que en municipios pequeños; en comarcas fronterizas… se pueden repensar estrategias, instrumentos e inversiones. Con diferentes equilibrios de poder, hay mayorías para avanzar en la gestión soberana de esos y otros retos.

En la historia contemporánea vasca el pulso soberanista es una constante que fluctúa en base a los consensos y conflictos. Si la anterior fase estuvo marcada por el conflicto armado, esta debería desarrollarse a partir de consensos trabajados y democráticos.

En concreto, se debería fijar como principio rector compartido que toda la ciudadanía vasca debe ser sujeto de todos sus derechos, para lo que habrá que negociar, acordar e implementar cambios estructurales. Eso no se puede hacer solo de arriba abajo, y ese es uno de los valores que tiene el trabajo de Gure Esku.

Un pueblo vivo hasta cuando parece dormido

Sin estar en plena forma, la sociedad civil vasca y su influjo sobre el resto de estructuras de poder son un factor de transformación poderoso. Sus logros tienen aristas, no representan un final feliz sino un proceso costoso de avances sociales y políticos. Pero negar esos pasos, menospreciarlos u olvidarlos es un error.

Esta semana Euskal Selekzioa se estrenaba oficialmente en Gernika. Esta victoria dentro y fuera del frontón se debe a la demanda social sostenida, al pacto político y al compromiso de los y las deportistas.

En Donostia, en el que quizás sea el siguiente deporte en tener selección vasca, la presión social contra el genocidio en Palestina obligaba a suspender y luego reformular un campeonato de surf por la participación normalizada de deportistas israelíes.

Aun cuando es legal, hablar en euskara en el marco de las instituciones españolas no deja de ser un acto de desobediencia civil, tal y como comprobó el lehendakari Imanol Pradales, con la lehendakari María Chivite de testigo. La derecha española, que antes o después recuperará el poder, recuerda siempre por qué Euskal Herria es diferente y merece emanciparse.

La respuesta a la xenofobia en Gasteiz demuestra esa ambición transversal de ser más justos y solidarios, pero no hay lugar para la autocomplacencia.

La despedida en Baiona de Bake Bidea y Bakegileak sirve para recordar la capacidad innovadora y transformadora de ese movimiento. En su adiós –saber terminar algo a tiempo es en sí mismo un signo de sabiduría política–, llamaban a acordar una hoja de ruta para lograr «una paz justa y duradera».

Precisamente, las personas torturadas abrieron un proceso de interpelación, interlocución, acuerdo e implementación que ha desembocado en el reconocimiento este viernes de otras 21 víctimas por parte del Gobierno de Nafarroa. Ese camino dará más frutos.

En definitiva, atendiendo a este balance no exhaustivo ­–ha habido otras tantas iniciativas en torno a los derechos sociolaborales, la sanidad, el feminismo, la memoria, la cultura…–, y sin obviar límites ni errores, no hay razones para la nostalgia. Desde un orgullo humilde, es hora de perseverar en el acierto estratégico, la inversión adecuada y el trabajo militante. Eso siempre ha estado en manos del pueblo.

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