Otro preso vasco muerto a mil kilómetros de casa

La muerte de Xabier Rey en la cárcel de Puerto de Santa María es un mazazo para su familia, sus amigos y su comunidad. Una excepcionalidad insostenible sin un escenario de guerra abierta y una política penitenciaria diseñada para buscar la rendición y vengarse de los libres en las carnes de los presos la han provocado. A más de mil kilómetros de su casa, tras casi diez años de castigo, en un régimen carcelario despiadado.

Es hora de duelo, pero también de reflexión. Las únicas muertes probables hoy en día en el conflicto político vasco son las de presos bajo condiciones de seguridad bélicas o las de sus familiares cuando van a visitarlos a sitios tan lejanos como Cádiz. Según el relato oficial de vencedores y vencidos, buenos y malos, justos e injustos, las muertes de unos serán naturales y las de otros accidentes de tráfico. Ese relato quiere establecer un suelo ético, pero abona la crueldad. Es un discurso ventajista que se vale de la impunidad con la que el Estado español ha ejercido la violencia en Euskal Herria para ejercer el negacionismo. Si no, lean el testimonio de torturas o el de aislamiento de Rey.

La realidad es que hoy por hoy los únicos derechos humanos que se violan aquí son los de estos presos y sus familiares, y que la respuesta institucional ante esta violación no deja de ser tibia, demasiado condicionada a «lo que hicieron» –nunca se menciona «lo que les hicieron»–, demasiado alejada del espíritu y la letra de los derechos humanos. Pese a muertes como la de Arkaitz Bellon, Kepa del Hoyo o Xabier Rey, este tema no ocupa el puesto que se merece en la agenda política, porque daña ese relato oficial y pone en duda la supuesta pureza moral de gran parte de la clase política. ¿Acaso no es injusto morir a mil kilómetros de casa, de tu familia? ¿Lo preguntará hoy en sala de prensa algún portavoz, algún responsable institucional de los derechos humanos? Si no lo van a hacer, mejor que callen del todo. Ya que los vivos siguen sin ser sagrados para algunos, al menos que lo sean los muertos.

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