Reconocer y reducir los cuidados no pagados

El trabajo de cuidados es un aspecto de la actividad económica y un factor indispensable que contribuye al bienestar de las personas, las familias y las sociedades. A pesar de su importancia en el bienestar colectivo, como norma no es pagado y cuando lo está es minusvalorado y poco remunerado. Es un trabajo relegado de las agendas políticas por culpa de la percepción errónea de que es menos relevante y demasiado difícil de calcular. Pero descuidarlo lleva a conclusiones incorrectas sobre el nivel del bienestar y el valor del tiempo, limitando la efectividad de la política, notablemente contra las desigualdades de género en el empleo.

En el mundo, las mujeres y las niñas pasan entre dos y diez veces más tiempo que los hombres en el trabajo de cuidados. Hacen dos tercios del total del trabajo de cuidados no pagados. En la mayoría de los casos es un trabajo no reconocido por el Estado, lo que a menudo conlleva a que esas mujeres no tengan acceso a beneficios sociales como el de las pensiones. Esta desigualdad en el reparto de las responsabilidades está unida a instituciones sociales discriminatorias y a estereotipos de género, según los cuáles el cuidado sería una prerrogativa de las mujeres, confinadas a roles tradicionales asociados a la feminidad y la maternidad, sin poder desplegar sus capacidades y sin libre elección. Es una violación de sus derechos humanos, porque su impacto, particularmente para las mujeres que viven en la pobreza, es brutal.

¿Quién va responder ante las mayores necesidades del futuro? ¿Qué políticas aplicar para reconocer, reducir y redistribuir el trabajo de cuidados no pagado, para crear más puestos de trabajo y más decentes? ¿Cómo garantizar la representación social y sindical? Atacar y superar esas normas y estereotipos de género debe ser un primer paso que tiene que acompañarse con la presión para comprometer a la política y a quienes tomas decisiones para que presten más atención y más fondos.

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