Resistir ya no es vencer y el tiempo ganado solo sirve si es para abrir un nuevo ciclo político

Dicen diferentes analistas desde Madrid que el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, ganó su disputa con el líder del PP, Alberto Nuñez Feijóo, en el pleno que tuvo lugar el pasado miércoles a cuenta del «caso Koldo». Filtran desde el entorno de la Moncloa que están satisfechos. Pero la derecha no se dirige a los cronistas parlamentarios, sino a «los españoles», como reza la ponencia del PP.
Es en base a la percepción que haya calado en esos españoles como se ha de juzgar el resultado de cada batalla en este alzamiento pertinaz de la derecha española. Hay que recordar que en toda lucha dialéctica el mensaje no es el emitido, sino el percibido.  
Confiar en que «los españoles» no tienen grandes oradores pero son buenos escuchadores es un tanto iluso. Si se tratase de un campeonato de retórica, es seguro que Gabriel Rufián, Mertxe Aizpurua y Maribel Vaquero estarían en el pódium. Pero esto no es un ejercicio, es un asalto al poder que mezcla golpismo tradicional y de nuevo cuño.

Basta seguir un poco los medios españoles para ver cómo se apuntalan las mentiras vertidas sin pudor por los líderes de la derecha en el hemiciclo y en otras tribunas. Si se relacionan esos escándalos inducidos con las tendencias de internet, se ve cómo coinciden con repuntes en la búsqueda de términos como «proxeneta», «sauna» o «prostitución».

Dar por bueno el informe de la UCO ha traído que ese relato machaque a cualquier dato. Haber confiado en gente como José Luis Ábalos y Koldo García no facilita un marco alternativo al que termina con Sánchez preso y tiene como escenario un prostíbulo.
El PP está segmentando su discurso e intenta acortar la aplastante brecha del voto de las mujeres. No para que le voten a él, quizás, pero sí para que dejen de votar al PSOE o a la izquierda. Los ataques por ese frente no son desvaríos ni exabruptos, es estrategia.
Una estrategia con fallas, sin duda. Por ahora el PP solo tiene una alianza posible. Aunque tiene difícil ser más de derechas y más indecente, las encuestas dicen que la gente se le va a Vox. Los que dicen que van a deportar a ocho millones de migrantes. En esta legislatura Trump plantea expulsar a cuatro. Por lo visto, «los españoles» a los que les habla la derecha no son ni de letras ni de números. Son muchos, eso sí.

También contaban con que los últimos ataques contra Sánchez fueran fulminantes, y no ha sido así. La fama de superviviente le precede, pero sus amuletos parecen desgastados. Fiar su futuro a la ineptitud de Feijóo, las astracanadas de Isabel Días Ayuso, al iluminado José María Aznar o al desenlace judicial de la trama Kitchen es un cálculo temerario cuando no tienes los resortes de casi ningún poder del Estado. Una estrategia en la que todo depende del error ajeno no es una estrategia, es una plegaria.
Además, a Sánchez le sobran enemigos internos. Tampoco tiene el apoyo de ningún medio, empezando por Prisa. Por no tener, ni presupuestos tiene. Solo ha ganado algo de tiempo. Falta saber para qué.

Mimar y blindar la divergencia vasca

Visto el pleno del miércoles, no hay duda de que «los vascos y las vascas», la sociedad vasca, es cada vez más divergente de la española. Sin ser inmune a los discursos reaccionarios, es más democrática y garantista de los derechos de todas las personas y las comunidades. Pero la subordinación de sus instituciones hace que la amenaza sea muy grave.

Sin el cumplimiento de los acuerdos y el avance de un programa democratizador y plurinacional lo que no será viable no es este u otro gobierno, sino la opción de llevar a cabo mandatos democráticos, de discrepar, de hacer política. Hay que ser conscientes, prever escenarios, aplicar estrategias, y estar preparadas. Y hablarles a «los vascos y las vascas».

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