Se puede entender todo, salir de la lógica belicista y tomar partido por la justicia

Hay gente en este mundo que cree que Rusia bombardee Ucrania va a mejorar las cosas en la región, va a traer más justicia y va incluso a acercar la paz, una paz verdadera. Como hay gente que cree que la única solución a este ataque es devolverlo con su misma moneda, bombardeando Moscú o eliminando a Vladimir Putin. Por supuesto que hay personas que no saben que actualmente están bombardeando Yemen o Palestina, y gente a la que no le importa ni lo uno ni lo otro. Que haya esa clase de personas no debería determinar lo que hay que defender ante una injusticia irresponsable como es el ataque ruso sobre Ucrania.

Hay gente que pensaba que la Rusia autoritaria que ha construido Putin era el legado de la Revolución bolchevique y que su proyecto era recuperar para el mundo ese otro bloque alternativo al atlantismo. Putin se lo ha desmentido esta semana, culpando de todas las desgracias del mundo a Lenin, a la nomenclatura soviética y, qué menos, al enemigo yanqui. Sorprendente, porque o bien desconoce lo que creía una parte importante de quienes le apoyaban o no le importa. Tampoco falta gente a la que lo que de verdad les gustaba del proyecto socialista no eran la igualdad y la libertad, sino el autoritarismo, el orden y el control.

Para algunos la palabra «oligarca» debe ir siempre acompañada del adjetivo «ruso». Quizás sea porque no conocen bien el sistema político ucraniano, infestado de mafiosos legislando en favor de sus intereses particulares. O porque desconocen que la palabra oligarquía significa un poder exacerbado en manos de unos pocos, es decir, la relación perversa entre una élite y un gobierno. En esa acepción, los oligarcas rusos y ucranianos no son tan distintos del establishment occidental.  
Casi todo el mundo ve claramente que detrás de este conflicto hay intereses económicos. Siempre los hay. La cuestión de la energía es central, tanto cuando se dispara la guerra como cuando hay paz. Sin embargo, dependiendo del lado del que se situen, algunos solo verán esos intereses en uno de los extremos del gasoducto.

Cuando por primera vez en décadas los líderes de potencias nucleares amenazan abiertamente  con sus arsenales, mucha gente se entretiene debatiendo en internet sobre armamentos o tácticas que no dominan, sobre minucias. La amenaza nuclear debería traer un debate serio. Desgraciadamente, existe un pacifismo naif que ha renunciado a entender el mundo y que no va más allá de desear la paz en el mundo. En este sistema capitalista la frivolidad se encarna en todo tipo de versiones. 

Algunos pensaban que la historia iba a terminar con la caída del bloque soviético. Por eso, daba igual que EEUU y la OTAN se adueñasen de territorios fronterizos como si del Risk se tratase. Muchos estados han apoyado que se violasen una y otra vez los tratados internacionales, las normas de la guerra y de la paz. Hay gente que se sorprende de que Rusia haga lo que EEUU ha hecho una y otra vez en las últimas décadas. Para algunos hay imperialismos buenos. Como niños responden que «no es lo mismo» ante dos situaciones equiparables, y casualmente la diferente siempre es la suya. Porque que EEUU ponga misiles en Polonia es como si Rusia los pusiese en México: inaceptable desde todo punto de vista.

Aspirar a otros valores y exponer otra agenda

Hay gente a la que le da igual la gente. Personas que a miles de kilómetros, desde sus confortables vidas, defienden que se bombardeen ciudades. Hay quienes desprecian que la gente huya de la guerra. Hay personas que son despiadadas en la lejanía y cobardes en las distancias cortas. Hay gente a la que le gusta simplificar las cosas complejas –dividir todo en dos y elegir uno–, y a la que le gusta hacer complicado lo sencillo –que hay cosas que no están bien y que son casi universales–. Ojo, que todo el mundo puede ser, seguramente, esa clase de gente en uno u otro momento: parcial, incoherente, frívola, egoísta, ridícula, cruel, cobarde… Pero todo el mundo puede no serlo, o al menos intentarlo.

Porque si se buscan la justicia, la igualdad y la libertad, hay que intentar por todos los medios no ser esa clase de personas, de gente, de sociedad, de pueblo. Se pueden entender las causas de esta situación geopolítica –se puede incluso discrepar–, estar en contra de la guerra, demandar un cese y un repliegue de las fuerzas armadas, un desarme, que se retomen las negociaciones y que se alcance un pacto justo y realista para todas las partes. Se puede ser esa otra clase de gente, humanista y solidaria, sin dejarse pisar por nadie y sin pisar a nadie. Eso pasa ahora por decir no a la guerra y por traducir esa demanda a una política utópica y a su vez eficaz.

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