Si no hubiesen sido tan insensibles y arrogantes en las primeras jornadas tras el derrumbe del vertedero, nadie dudaría de los esfuerzos realizados. Si no hubiesen ocultado datos e informes, si hubiesen aclarado las sospechas que existían desde hace tiempo, nadie cuestionaría sus explicaciones. Si hubiesen dado cuenta de cuáles eran las sustancias que se depositaban sin control, nadie se preguntaría si ocultan algo cuando hablan sobre altas temperaturas y procesos químicos. De hecho, si se atreviesen a leer lo que ellos mismos escriben y entregan a la prensa, donde dan a entender que los restos de Joaquín Beltrán no se pueden encontrar porque se han deshecho, todo el mundo entendería por qué plantean abandonar la búsqueda en este momento. Otra cosa es que todo el mundo estuviese de acuerdo. Si se pusiesen más veces en el lugar del otro, todo sería distinto.  

Si a la vez que ejerce de portavoz sobre Zaldibar, Josu Erkoreka no llevase una semana negando ante en el Parlamento evidencias grabadas y a la vista de cualquiera que quiera verlas, tendría más credibilidad. Si no fuese evidente que la empresa no va a abonar los gastos del desastre, algunas palabras no sonarían tan huecas. ¿O no es así?

Si el PSE no se hubiese empeñado en colocar en el nuevo Ejecutivo a Iñaki Arriola o si la exviceconsejera de Medio Ambiente Elena Moreno no hubiese pasado a ser directora de Comercio, hoy no sería tan evidente que hay que exigir responsabilidades políticas por semejante desastre. Lo normal hubiera sido que esos responsables dimitieran, pero recolocarlos es una burla. Por eso, si el lehendakari Iñigo Urkullu se hubiese plantado y le hubiese explicado a su socio que no se puede recompensar la negligencia, no habrían dado una imagen tan penosa. También es cierto que Idoia Mendia le podría preguntar a ver qué pasa con los excargos de Osakidetza, por ejemplo. Si este Gobierno no actuase así, con clientelismo e intentando tapar sus miserias en vez de afrontarlas, el país mejoraría mucho.