Un discurso marcado por la ausencia de Catalunya

Tres meses después de las elecciones, ayer comenzó el pleno de investidura con el discurso del candidato a la presidencia del Gobierno español, Pedro Sánchez, que se presentó sin haber cerrado ningún pacto. Su discurso fue un compendio de propuestas en torno a empleo digno, pensiones, feminismo, lucha contra la desigualdad, emergencia climática, transición económica, cambio tecnológico y libertades. Sin embargo, muchas cuestiones concretas juntas no conforman por sí mismas un programa político si no se apoyan en una idea que dote al conjunto de sentido.

En un discurso así, tan importante es lo que se dice como lo que se calla. Resultó llamativo que Sánchez evitara mencionar a Catalunya, a día de hoy el principal problema estructural del Estado español. Sí habló de tensiones territoriales, pero como quien habla del sistema de financiación autonómico, como algo que funciona pero que hay que actualizar. Esa ausencia fue la parte más importante de todo el discurso y vino a confirmar que el independentismo condiciona radicalmente la política española. Es precisamente la aspiración a la independencia de las naciones sin Estado la que impide un compromiso del PSOE con la derecha y la extrema derecha, que necesitan mantenerse libres de obligaciones para poder condicionar cualquier intento de buscar una salida política. Y esa posición vigilante provoca pánico al PSOE, por la respuesta que daría la caverna política y mediática a cualquier acuerdo que recoja una salida democrática a la cuestión nacional.

Cómo enfocar la cuestión nacional en el Estado es el dilema latente en la actual coyuntura política española. Y sin arrestos para enfrentarse en este punto al trifachito, la izquierda española terminará haciendo lo que la derecha quiera. Ayer Pablo Iglesias se lo explicó a Sánchez desde el unionismo democrático. Hoy lo harán los independentistas vascos y catalanes. Si no lo entiende, el que acabará votando como Vox y junto a Vox será él.

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