Un txupinazo contra el genocidio en Palestina y en defensa de una visión política de la vida

No siempre es fácil compaginar diversión y lucha política. Por ejemplo, puede resultar chocante el contraste entre el ambiente festivo que hoy se vivirá en las calles de Iruñea y la reivindicación de que termine de una vez por todas el genocidio que está llevando a cabo Israel en Gaza. Esa paradoja se reflejará de forma gráfica en las pantallas de todo el mundo cuando Yala Nafarroa con Palestina tire el txupinazo de sanfermines, gracias al apoyo de una amplia mayoría en una votación popular que tuvo récord de participación. Un acto solidario masivo en medio de una juerga salvaje.

Desde el cinismo y la demagogia se pueden banalizar o incluso ridiculizar estos pequeños actos políticos cotidianos, pero ese desdén no tiene demasiado valor ni como crítica ni como aportación. La gente que actúa éticamente respecto a un conflicto como el que sufre Palestina hace lo que cree que tiene que hacer en cada momento, en su contexto, y solo así se puede evaluar su valor. La otra opción es seguir a la gente que no hace nada o que sobre todo juzga.

Lo mismo vale para todas las demás reivindicaciones políticas que se dan en el contexto de las fiestas populares vascas. En estos mismos sanfermines se defenderá la libertad sexual y el feminismo, se reivindicará la memoria histórica y se denunciará el fascismo, se demandará el regreso a casa de las y los represaliados, habrá solidaridad con los trabajadores y trabajadoras que están perdiendo sus empleos en la industria navarra como sucedió ayer… y se recordará una y otra vez que hay en marcha un genocidio, por ahora impune, retransmitido en tiempo real.

De fiesta, después de la fiesta o entre fiestas, pero se tomará un tiempo para todas esas reivindicaciones justas. En general, serán movilizaciones y eventos con otro tono, un estilo adaptado al ambiente festivo, más relajado, pero no por eso inútil. Supondrán un esfuerzo innegable y en algunos casos meritorio.

El equilibrio entre fiesta y política no es sencillo, pero vaciar de contenido social unas fiestas es garantía de mercantilizarlas y dejarlas a merced de intereses ajenos. No lo han logrado, ni lo lograrán.

«KRISTON MARTXA DABIL!»

A esas dinámicas hay que sumarle decenas de manifestaciones culturales con un abierto contenido social. Músicos y músicas locales tocarán lo mismo para una cuadrilla que para masas. Artistas internacionales reconocerán al pueblo vasco y utilizarán su altavoz para defender la libertad. la diversidad y los derechos para todas las personas. Con alegría y sin pudor.

En un contexto donde todo se dispara y se lleva al extremo, esa voluntad solidaria convivirá con todo tipo de idioteces, aberraciones ideológicas y salvajadas. Desgraciadamente, el machismo y la misoginia más nocivas, el racismo más desacomplejado, la explotación de los más débiles, el maltrato animal, los ataques contra la diversidad o la libertad se reproducirán una y otra vez en las calles de Euskal Herria.

Sus tristes protagonistas pondrán excusas para justificar por qué actúan mal -a sabiendas o de forma inconsciente-, por qué violentan al resto y se dan permisos inaceptables desde todo punto de vista. La gente les hará frente desde la denuncia, la autodefensa, el pase foral o la burla. Y seguirá la fiesta.

Mañana se cumplen cuarenta años desde la fuga más bailada, la que potragonizaron Joseba Sarrionandia e Iñaki Pikabea en la prisión de Martutene. Hoy un ZAZPIKA especial rememora esos hechos y cómo eran algunas cosas, también la fiesta, en 1985.

Hay muchos aspectos en los que ha habido avances impresionantes, otros en los que las cosas siguen parecido, y alguno en el que probablemente se haya retrocedido. Lo que perdura es esa voluntad de unir autogestión, diversión y compromiso solidario.


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