Una preocupante cultura policial y política a examen

Aunque resulta imposible anticipar el desenlace final, el desarrollo del juicio por la muerte de Iñigo Cabacas ha logrado ya confrontar a los protagonistas de aquellas tristes jornadas con la cruda imagen que les devuelve el espejo al examinar su actuación hace seis años. La insistencia de la familia Cabacas-Liceranzu no ha sido en vano.

La secuencia de fotografías que está sacando a la superficie la vista oral debería preocupar a todos. Está emergiendo un modus operandi caótico en el que la Ertzaintza no controla los proyectiles que lanzan sus agentes y en el que parece normal que una escopeta se dispare dentro del propio furgón; una cultura policial que, en nombre de un corporativismo mal entendido, prefiere mantener versiones insostenibles que la desprestigian antes que asumir  error alguno; un prietas las filas que no logra ni articular un relato coherente que explique quién dio la orden de cargar si, como algunos dicen –y las grabaciones oídas por todos desmienten–, no fue Ugarteko. Clama al cielo más que nunca que el responsable de coordinar el operativo en la comisaría de Deustu no haya sido ni siquiera imputado.

Las sesiones en la Audiencia de Bizkaia están poniendo a examen, por último, una cultura política que eleva al olimpo de la inmunidad a los mandos policiales, que naturaliza la sectaria obsesión con un lugar como la herriko, y que institucionaliza la mentira como verdad oficial cuando de defender una actuación policial se trata. Lo ocurrido con la porra extensible no es una anécdota. Al día siguiente de morir Cabacas, el entonces consejero de Interior, Rodolfo Ares, la incluyó dentro de las hipótesis que podrían explicar la muerte. Tener todas las hipótesis abiertas a la espera de la autopsia podía ser razonable, pero ayer supimos que la porra fue hallada en Licenciado Poza, lejos de donde Cabacas recibió el mortal impacto. No va a ser fácil reparar tanta mentira vertida sobre un dolor abierto, pero nunca es tarde para intentarlo.

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