Una semana trepidante y apasionante, como la política

Los «yonquis de la política», esas personas que leen periódicos, se despiertan o duermen escuchando tertulias por la radio, escanean redes sociales en busca de las últimas noticias, cambian el canal de la televisión para topar entrevistas y coloquios, leen ensayos o consumen series y películas sobre eventos y personalidades políticas, sacan permanentemente el tema a sus amigos o familiares… las personas que hacen alguna, varias o todas esas cosas, han vivido una semana fascinante. Los lectores y lectoras de este periódico bien lo saben. Dicen que esa gente está en franca decadencia, pero esta semana estaban de nuevo de moda, por así decirlo. Incluso muchas personas que tienen desatendida esa adicción por avatares de la vida o por hastío, se han reenganchado para ver cómo una moción de censura comandada por el mediocre pero tenaz líder del PSOE, Pedro Sánchez, y apoyada por Podemos y por las fuerzas nacionalistas e independentistas catalanas y vascas, desbancaba a Mariano Rajoy y echaba al Partido Popular del Gobierno español. Por fin.

Hasta el miércoles todo esto parecía imposible, y a partir de ese momento se transformó en casi inevitable. El desencadenante ha sido la sentencia de la Gurtel, en la que se acredita la «caja B» del PP, se le condena por lucrarse de la trama corrupta y se pone en duda el testimonio ante el tribunal de Mariano Rajoy. Razones y gravedad no le faltaban al asunto, pero también las había antes y no se había articulado una alternativa viable. Sánchez debió de pensar eso de «¿si no soy yo, quién?; ¿si no es ahora, cuándo?», y se lanzó. La maniobra del PSOE cogió con el pie cambiado a todo el mundo. Su devenir, incluso a ellos mismos.

Ni qué decir a un PNV que ha sufrido como no lo hacía hace años para justificar una decisión y la contraria ante la sociedad vasca. A la segunda han acertado, porque la mayoría del país demandaba echar al PP. Pero se le han complicado mucho los escenarios y las alianzas en los diferentes territorios y ámbitos de poder, desde instituciones hasta otros poderes. En Gasteiz el eje PSE-PP, el preferido por Iñigo Urkullu, se complica; el de EH Bildu-Podemos no les agrada; menos aún el abertzale a secas. Todo ello con el año electoral en marcha.

La experiencia navarra de cambio político tiene muchas más lecciones de las que algunos creen. Tan dados a la concertación, los jelkides deberían empezar a recuperar una visión endógena de esa capacidad de acordar. Es decir, concentrar esos pactos en Euskal Herria, en relación a los grandes debates de país y en clave democrática. No para bloquear al adversario, sino con sentido constructivo y cooperativo. Siempre que tengan voluntad de liderazgo, aunque deba ser compartido, y no solo de gestión. Una de sus ventajas es que sabían cómo iban a actuar los demás. Eso ya no es así, y el resto puede inferir sus patrones, tomar la iniciativa y ponérselo difícil.

En este sentido, el voto de EH Bildu en Madrid ha sido claro y, frente a quienes analizan esa tradición política en términos paródicos, totalmente coherente con su estrategia y compartido por sus bases. Algo que hace unos años no hubiese sido tan fácil. Los independentistas catalanes están más habituados a este tipo de juego parlamentario. Históricamente han sido más pragmáticos o, si se prefiere, cínicos. Pero la situación que viven ahora es salvaje y su voto casa con sus respectivos debates estratégicos, con las perspectivas que tienen para sostener el proceso vivo y a su vez marcar un nuevo camino para lograr esos mismos objetivos. Para el independentismo en general el debate sobre plazos y fórmulas es crucial.

Podemos toma aire con la moción y el cambio de Gobierno, pero también tiene pendiente una aclaración estratégica. Estos últimos años sus debates han tenido una vertiente cainita truculenta, pero debajo de esas formas terribles de resolver las discrepancias hay elementos interesantes sobre los que reflexionar.

La derecha española va a jugar la carta de la usurpación –para ellos las instituciones y el poder son su patrimonio, y el resto solo las tienen a veces a modo usufructuario–. Va a ejercer una presión bestial y tiene una base social terrible en el Estado. Pero han perdido, lo cual es motivo de celebración popular. Y nadie espera casi nada del PSOE. Ni quiere ni seguramente le dé, pero tampoco tiene otra. La clave es que sus errores decanten a las sociedades hacia el cambio, y eso depende del resto.

Además, los «yonquis de la política» saben que el final no está nunca escrito. Por eso siguen enganchadas, porque para muchas personas no hay nada más apasionante que la política.

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