Ya que sacan el tema, recordemos por qué hay tal consenso contra las nucleares

Es el truco más viejo del neoliberalismo: inversiones públicas insostenibles que caen sobre la ciudadanía mientras generan pérdidas, pero van a parar a bolsillos privados cuando devienen rentables. Es a su vez la fábula del ilusionismo tecnológico: fía todo el discurso a un escenario de revolución tecnológica que justifique no cambiar nada y mantener esquemas inviables. Es la historia más antigua del extractivismo: agota los recursos y luego ya verán los siguientes qué hacer.

Con todas las tareas que la comunidad científica ha marcado como indispensables para hacer frente a la emergencia climática sin cumplir y con más incertidumbres civilizatorias que nunca, los defensores de la energía nuclear se presentan como visionarios disruptivos a los que la gente común no comprende. Se muestran como políticamente incorrectos e intelectualmente misteriosos, cuando en realidad son socioeconómicamente obscenos. Incluso tienen la desfachatez de simular ecologismo. Sus intereses son obvios. Cobran por ello, son ricos listos y el resto pobres idiotas.

Argumentos contrastados

Según cientos de estudios científicos e independientes, las centrales nucleares no son viables si los estados no ponen los recursos para construirlas y les ofrecen un tratamiento excepcional. No son rentables ni competitivas, porque falsean los datos sobre eficiencia y costes, entre los que no incluyen los plazos ni las constantes paradas. De nuevo, no serían un negocio si los estados no les garantizasen que priorizarán su suministro durante largos periodos y que comprarán esa energía incluso por encima de los precios de mercado. Las centrales desvían inversiones estatales necesarias para otras tecnologías y apuntalan la farsa percepción de que se puede seguir con el modelo energético actual.

A pesar de las medidas de seguridad, son peligrosas. En un mundo sujeto a una sucesión de catástrofes naturales provocadas en gran medida por el impacto humano, la fisión nuclear es una tecnología delicada que requiere una estabilidad medioambiental imposible de garantizar. En este sentido, sus promotores no asumen la responsabilidad de los daños que pueden provocar y los seguros de ningún modo cubren esos riesgos.

Estos proyectos hipotecan a varias generaciones y transcienden con mucho la soberanía de quienes las impulsan. Es decir, no tienen en consideración la voluntad de poblaciones que no obtienen beneficio alguno y por el contrario asumen todo el riesgo en caso de accidentes. Por último, pero no menos importante, sigue sin haber una solución para los residuos. Es falso que sea una tecnología medioambientalmente sostenible.

Las centrales nucleares nunca fueron una solución y ha pasado el tiempo suficiente para comprobar que no son ni una fuente de energía de futuro ni una de transición. Hay que desmantelarlas ordenadamente, ni alargar peligrosamente la vida de las viejas centrales ni construir nuevas. Sin ir más lejos, el reactor de Flamanville, en Normandía, tendrá un sobrecoste de 9.300 millones, multiplicando por cuatro el presupuesto inicial, y más de 12 años de retraso.

¿Cómo va a ser rentable?

La Administración francesa quiere revivir el debate porque no tiene alternativa a alargar la vida de los reactores. Por eso tiene tanto valor la decisión tomada por Alemania de abandonar la energía nuclear, impulsar las renovables e intentar reducir el consumo. Cuando la Comisión Europea ha propuesto considerar «sostenibles» las inversiones en centrales nucleares y de gas, Berlín ha mantenido su apuesta por desmantelar las centrales y, sobre todo, los argumentos que las sostienen.

En el ámbito del medioambiente y la energía, ser utópicos es la manera más directa de ser realistas, y viceversa. Hay que aumentar la eficiencia energética y propulsar la creación de energía a partir de fuentes limpias y seguras, sin duda. Y aun así, en esta década no hay alternativa real a reducir el consumo, se denomine decrecimiento, huella, eficiencia o como se quiera. Los expertos y los dirigentes alemanes lo han dejado claro.

En Euskal Herria hay una relevante tradición antinuclear que sigue irradiando valores y argumentos, que engarza con los nuevos movimientos sociales contra la emergencia climática y con las demandas de la comunidad científica. No obstante, también queda gente con poder que tiene clavada la espina de Lemoiz, que dan por amortizado el desastre que han provocado con el Tren de Alta Velocidad y que sueñan con que un cambio general de tendencia sobre la energía nuclear les insufle aire. Son gente tóxica, obsoleta y decadente que le sale cara al país. Un país pequeño que debe invertir en sostenibilidad y tecnología, no en rentismo obsolescente.

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