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BILBO

¿Todo para salvar el euro?

El autor incide en la necesidad o no de la unidad monetaria y del futuro de la Eurozona. Admite que cada vez se insiste más en la disposición de un nuevo euro a la medida de los países avanzados,que perjudicaría a los países periféricos.

Las declaraciones sobre el futuro del euro están teniendo impacto en los mercados financieros. (Juanan RUIZ/ARGAZKI PRESS)
Las declaraciones sobre el futuro del euro están teniendo impacto en los mercados financieros. (Juanan RUIZ/ARGAZKI PRESS)

Durante los últimos días, ante, una vez más, el pánico surgido en las subastas de deuda pública española e italiana y el «clamor» trasladado de los responsables políticos de estos países en relación con la necesidad de intervención europea, se han sucedido las alusiones a que «el BCE hará lo que sea necesario para salvar el euro» (Mario Draghi), «el gobierno alemán hará todo lo que sea necesario políticamente para mantener el euro» (Georg Streiter), «Alemania y Francia están profundamente comprometidos con la integridad de la euro zona» (Hollande y Merkel).

Como es sabido, estas declaraciones están teniendo un importante impacto en los mercados financieros y han contenido temporalmente la evolución de la prima de riesgo de la deuda pública española e italiana, y a los mercados financieros.

Pero una primera reflexión a realizar es la de la necesidad de superar este tipo de lenguaje «mitológico» a la hora de reflexionar sobre el futuro de la Eurozona y sobre las políticas a desarrollar al respecto.

La unidad monetaria europea no debería ser en ningún caso una finalidad en sí misma, sino un instrumento para los ciudadanos europeos y, en concreto, para el desarrollo económico europeo. Esto significa que en ningún caso debe protegerse el euro a costa de sacrificar la economía europea. Esta precisión, que puede parecer una evidencia, pero es necesaria como punto de partida para empezar a racionalizar el análisis.

Añadamos que, como ahora admite ya la generalidad de expertos europeos mínimamente serios, el euro ha sido, hasta ahora, un fracaso. Cuyo resultado ha sido la descapitalización sistemática de los países avanzados europeos y la especulación y el sobreendeudamiento en los países periféricos. El euro ha sido también una de las causas de la dimensión alcanzada por esta crisis financiera.

La primera cuestión a plantear en este sentido es que esto debería decirse de forma clara. Los ciudadanos europeos tienen derecho a ser informados de forma sistemática sobre qué es lo que ha sucedido con el proceso de definición y puesta en marcha de la unidad monetaria europea. En nuestra opinión, una de las responsabilidades fundamentales de los políticos es de carácter pedagógico. La clase política debe asegurarse de que la ciudadanía dispone de los elementos esenciales de la información necesaria para construir una opinión propia sobre las grandes cuestiones.

Sin este tipo de clarificación, es muy difícil que el debate político sobre las medidas a tomar sea mínimamente serio. Los políticos se verán obligados a continuar lanzando alabanzas «mitológicas» al euro y nuestros ciudadanos continuarán desconociendo qué es lo que está sucediendo en la Eurozona.

Este debate social debería ser imprescindible para la adopción de las políticas correctas cara al futuro de la Eurozona y de la Unión Europea en su conjunto. Sobre estas bases conceptuales, es evidente que el euro, si debe tener un futuro, debe basarse no en la mitificación del concepto, sino en que efectivamente -a pesar del fracaso del mismo hasta la fecha- puede ser un instrumento eficaz para el futuro económico de Europa. Esto es, si Europa decide mantener la unidad monetaria, debe sustentarse en que tal unidad es positiva para los europeos y preferible a una reintroducción de las monedas nacionales.

Pero el debate sobre las ventajas e inconvenientes de las dos opciones políticas es prácticamente inexistente, al menos en nuestro entorno.

Es evidente que, en la medida en que el euro ha sido de hecho un fracaso, plantearse las ventajas e inconvenientes de su desaparición desde una perspectiva económica de largo plazo no debería asustarnos. Y, a la vez, deberíamos ser conscientes de que si el euro va a tener algún futuro es porque se va a asentar sobre bases esencialmente distintas a las de hasta ahora.

Desde un punto de vista de teoría económica, dos son los problemas esenciales que han generado la ineficiencia del euro: primero, la ausencia de políticas económicas comunes en la Eurozona y, segundo, las esenciales diferencias en las estructuras económicas de los distintos países europeos.

Los repetidos movimientos que durante los últimos meses se están produciendo en Europa en relación con la necesidad de impulsar la unificación de las políticas fiscales, bancarias..., tienen mucho que ver con la inevitabilidad de este tipo de integración si el euro va a tener una continuidad. Ninguna de estas medidas de integración resolverá el problema de las diferencias económicas estructurales entre países de la Eurozona.

Lo que hay que dar por supuesto es que si la Eurozona se mantiene -lo cual es cada vez más difícil- va a producirse en un contexto que los países avanzados europeos consideren «aceptable». Esto significa que difícilmente este contexto será compatible con una unidad monetaria que permita procesos de descapitalización de los sectores productivos como los registrados desde la entrada en vigor del euro. Dicho en otras palabras: A partir de ahora, los países europeos avanzados no van a aceptar un euro que provoque flujos masivos de capital hacia los países periféricos. Los países avanzados europeos van a exigir controlar los instrumentos básicos de configuración y gestión de la Eurozona, de forma tal que se asegure que el capital fluye hacia las actividades productivas y, por lo tanto, fundamentalmente hacia estos países.

Este es uno de los escenarios de futuro que estos países se están planteando. Especialmente ante una tesitura en la que los gobiernos de los países periféricos transmiten una y otra vez que están dispuestos a aceptar «lo que sea» a cambio de una sucesión de rescates que les solucionen en este momento los problemas de corto plazo.

Pues bien, este «lo que sea» va a ser probablemente un nuevo euro, un euro a la medida de los países avanzados y dentro de unas políticas económicas controladas por ellos. Esta nueva unidad monetaria puede ser, en conjunto, muy positiva a medio y largo plazo para el conjunto de Europa, aunque perjudicial para los países periféricos.

Pero tanto el escenario del nuevo euro como el de ruptura de la unidad monetaria dependen no solo de los diseños teóricos sobre el futuro económico de la Eurozona sino, a corto y medio plazo, de su relación con las políticas anticrisis y, en concreto, con el cada vez más evidente y alarmante fracaso de las políticas hasta ahora desarrolladas para hacer frente al sobreendeudamiento de los países periféricos europeos.

Son estas políticas anti-crisis las que pueden llevar a muy corto plazo no sólo a Grecia, sino también a España o Portugal a una salida de la Eurozona lo más ordenada y consensuada posible. Todo ello como único medio políticamente viable para hacer frente al estallido de la acumulación de deuda pública y -fundamentalmente- privada.