Koldo Landaluze

De la Cocina del Infierno al salón de los Corleone

Ligado a su obra más recordada, ‘El padrino’, el escritor Mario Puzo legó para la posteridad un imaginario de la Cosa Nostra creado a partir de códigos de honor, tradición y ‘famiglia’. Todo ello inmerso en un contexto delictivo de reminiscencias feudales que fue amplificado por el cine.

Mario Puzo, autor de ‘El Padrino’, obra que le llevó a la fama. (NAIZ)
Mario Puzo, autor de ‘El Padrino’, obra que le llevó a la fama. (NAIZ)

En un pequeño y abarrotado teatro de la neoyorquina ‘Little Italy’ se representa la opereta ‘Senza Mamma’. Sobre el escenario, el tenor Livio Giorgi imprime dramatismo a una letra que habla de un joven soldado que tras regresar de la guerra descubre que la mujer que siempre amó se casó con su mejor amigo. En una de las estrofas, Giorgi exclama desaforado «Corriendo a la casa de mi madre, llorando le conté los hechos, ¡ella lo sabía! Con lágrimas en los ojos, me dijo: -¡Vete lejos, hijo mío, intenta olvidar!».

En plena eclosión emocional, detrás del telón de humo provocado por los cigarros de los presentes, el cantante arremete con un estribillo que es repetido a pleno pulmón por los italianos que tuvieron que abandonar su lugar de origen y a su querida madre por los ingratos Estados Unidos.

Muchos lo recitan entre lágrimas y otros, mientras aplauden a rabiar, dejan entrever la empuñadura de un revólver que asoma furtivamente del interior de la chaqueta. En plena comunión nostálgica, dos hombres tratan entre susurros temas ligados a ‘le sue cose’, Vito Corleone y Genco Abbandando.

Esta escena transcurre en ‘El padrino II’ (1974) y a pesar de ser circunstancial, otorga mucho sentido al espíritu que el escritor Mario Puzo plasmó en su novela más recordada, ‘El padrino’.

Mario Puzo conoció de primera mano la mísera vida de los italianos en la Nueva York de 1920, nacido el 15 de octubre de ese mismo año en una Nueva York que recibía por su puerta trasera a miles de italianos y europeos que buscaban un futuro mejor en la Tierra de Promisión.

Sus padres eran dos inmigrantes analfabetos de la zona de Nápoles que se instalaron en Manhattan y tuvieron ocho hijos. Su infancia no fue fácil, como la del resto de los niños inmigrantes en aquella metrópoli. En sus calles pidió limosna y realizó todo tipo de trabajos precarios pero, como suele ocurrir, el hambre afiló su ingenio y en su adolescencia palió el hambre con lo que ganaba jugando al póker.

Tras participar en la Segunda Guerra Mundial se matriculó en la Universidad de Columbia para estudiar ciencias sociales y escritura creativa y arrancó su carrera publicando relatos policíacos en varias revistas. Sus dos primeras novelas fueron bien acogidas por la crítica pero no por el público, ‘La arena sucia’ (‘The Dark Arena’, 1955) y ‘El peregrino afortunado’ (‘The Fortunate Pilgrim’, 1965), esta última sobre la una familia de ‘Little Italy’ en los años treinta y que, posteriormente, sería adaptada en formato de miniserie protagonizada por Sophia Loren.

Grazie mille, Don Vito

Puzo no saboreó realmente las mieles del éxito hasta que en 1969 publicó ‘El padrino’, un arrebato creativo que fue espoleado por el hambre y la necesidad de pagar sus deudas.

A esta comunión se sumó un agente literario que supo ver las posibilidades de una obra sobre la mafia italiana en Estados Unidos que abordaba sus códigos en torno a la tradición, el honor, Italia y la familia y que también revelaba una estructura de reminiscencias feudales. Para condimentar todo ello se incluyeron sus cruentas guerras y sus fuertes conexiones con diversos estamentos del poder.

En sus memorias ‘The Godfather papers & other confessions’, el escritor recordó que «escribí ‘El padrino’ por el dinero, tenía 45 años y estaba cansado de ser un artista. Además debía 20.000 dólares a familiares y bancos».

Puzo además confiesa que no había visto a un mafioso en su vida: «nunca conocí a un gángster, conocía bastante bien el mundo del juego, pero eso es todo».



Lo cierto es que en aquellos momentos la mafia en la Gran Manzana y sus luchas de poder empezaban ya a ser desveladas y eso le sirvió para documentarse. Ejemplo de ello fue el proceso al primer arrepentido de la mafia neoyorquina, Joe Valachi, quien en 1963 había dado detalles sobre las cinco familias que se disputaban el control de la ciudad.
 
En este contexto, en el que la opinión pública asistía asombrada al surgimiento de este tipo de crimen organizado, Puzo se puso manos a la obra y escribió ‘El Padrino’, su obra culmen, con la que se hizo rico vendiendo millones de ejemplares en todo el planeta.
 
A este arrollador éxito le siguió una prometedora trilogía cinematográfica dirigida por Francis Ford Coppola, con quien Puzo se embarcó en la redacción del guion, y para la que se contó con figuras como Marlon Brando como Don Vito o Al Pacino como su hijo, Michael Corleone.

Puzo y Coppola se obstinaron en que Brando diera vida al patriarca de la Cosa Nostra y en alguna ocasión reconoció que para crear el personaje se inspiró en la figura de su madre y en su voz, la de una autoridad de una familia numerosa en un hábitat hostil.

Las películas recibieron un aluvión de premios y Puzo se alzó con dos Óscar por el guion de la primera y de la segunda parte. Pero todo ello no hubiera acontecido de no ser por el ‘Golden Boy’ de Hollywood, el productor Robert Evans.

Joven, volcánico, egocéntrico, cinéfilo y rebelde, Robert Evans fue el personaje que requería el Hollywood de los setenta. Fue nombrado jefe de Paramount Pictures cuando el estudio ocupada la novena plaza. En su historial reciente no figuraban grandes éxitos hasta la irrupción de un Evans que impulsó obras del calibre de ‘Love Story’ (1970), ‘Harold y Maude’ (1971), ‘Serpico’ (1973), ‘Chinatown’ (1974) y ‘El padrino’ (1972).

Según expresó Evans en torno a ‘El padrino’ «yo quería una película sobre la mafia italiana tan auténtica que los espectadores pudieran oler el spaghetti» y se empleó a fondo en la tarea de lograrlo.

Se reunió con el autor de la novela, Mario Puzo, y le ofreció 10.000 dólares por el avance de lo que todavía era un simple esbozo literario. En 1969, la novela fue publicada y se convirtió en un best seller.

La primera jugada de Evans fue magistral, tenía atado los derechos antes de que la novela hubiera sido escrita. No obstante, el resto de los ejecutivos de Paramount se negaron en rotundo a afrontar semejante proyecto.

Francis Ford Coppola –quien venía de dirigir ‘Llueve sobre mi corazón’ con James Caan y Robert Duvall, filme que logró la Concha de Oro en el Zinemaldia de 1969– se unió a Puzo para trabajar en el guion y entre ambos le dieron esa forma que Evans tanto ansiaba.

La larga sombra de la Cosa Nostra

En 1978 quiso dejar a un lado los asuntos de la Cosa Nostra que tantos réditos le había proporcionado con ‘Los tontos mueren’, una crítica descarnada a la sociedad estadounidense que el escritor siempre consideró como su mejor obra.

En 1984 retomó su imaginario con ‘El Siciliano’, sobre el bandolero Salvatore Giuliano, y en 1996 sacó ‘El último Don’, otra novela sobre traiciones, servilismos y ‘vendettas’. El escritor falleció el 2 de julio de 1999 a los 79 años en su casa de Long Island a causa de un paro cardíaco.

En su escritorio, a modo de epílogo, cocinaba sus últimas dos novelas. Una lleva por título ‘Los Borgia’ –centrada en el influyente clan del siglo XV liderado por el papa Alejandro VI– y la otra ‘Omertà’, un libro sobre el código de silencio de la mafia siciliana y que, al igual que ‘Los Borgia’, fue finalizado por su compañera sentimental, Carol Gino.