Igor Fernández

En vanguardia

Al igual que en una empresa –supuestamente– están al frente de cada departamento las personas idóneas por sus cualidades y capacitación, en nosotros mismos, en nosotras mismas, hay una serie de facetas que ponemos al frente de una serie de tareas. Todas las personas, a pesar de que pueden definirse de una manera única, con una personalidad y una mirada al mundo estable a lo largo del tiempo, construyen, al mismo tiempo y a lo largo de la vida, diferentes roles que van a ejercer en diferentes situaciones.

Como sabemos, no actuamos e incluso no nos sentimos igual, cuando el escenario en el que nos desenvolvemos es familiar o cuando no lo es; tampoco si nos relacionamos en ese escenario con unas personas u otras. Somos uno, una, pero diferentes personas nos describirían de manera distinta, casi contradictoria según el caso. Y, a lo que se podría llamar incoherencia de una forma simplista, ese polifacetismo nos permite adaptarnos mejor.

Los roles se van estableciendo a lo largo de la vida como resultado de las necesidades de desarrollo; quizá hubo que ser particularmente retraído y observador en una etapa escolar, o hubo que ser imaginativo para esquivar la tristeza en casa cuando murió un familiar querido, cuya muerte lo cambió todo; puede que hubiera que volverse agresiva para marcar los límites a una hermana envidiosa, o aprender a medir el dinero en una época particularmente apretada económicamente.

Todos esos aprendizajes se quedan y establecen como un conjunto de procedimientos, de sentimientos y de maneras de gestionar las relaciones que sirven para afrontar –y condicionar el afrontamiento– de situaciones similares en el futuro. El ‘reservado’, ‘fantasioso’, ‘borde’, ‘austero’, de los ejemplos anteriores, puede, en adelante, volver a ponerse al frente durante un tiempo si es necesario, o si se detecta que el entorno da las mismas claves que dio en el momento de la creación de dichos roles.

Probablemente, esta compartimentalización interna tiene una utilidad y una desventaja al mismo tiempo, siempre en función de las circunstancias. Tener una faceta especializada que da respuesta a una situación concreta puede ser más certera, pero tener la vista corta fuera de ese escenario; si ponemos al ‘fantasioso’ a cuidar del dinero, o al ‘borde’ a cuidar de las situaciones de pérdida, probablemente la adaptación a esa situación sea más difícil. De manera similar a como sucedería en una organización, una mirada de conjunto es imprescindible, a pesar de que la situación concreta sea muy exigente.

Los roles que desarrollamos pueden permanecer con nosotros mucho tiempo, llegando a crear comprensiones del mundo en función de sus características particulares; y es que estos roles también tienen una ‘filosofía de vida’ propia que se imprime en el entorno. Es a lo que popularmente nos referimos con la expresión «para quien tiene un martillo todos los problemas son clavos».

A menudo, las situaciones difíciles también nos llevan a crear esas adaptaciones, llegando incluso a escindirlas del resto de uno mismo, de una misma, creando una barrera interna entre un rol y otro, incluso generando una opinión interna sobre otras partes de sí, o siendo críticos, críticas, desde ese lugar, y hasta intransigentes con las necesidades colocadas en otras partes del yo, y que no se pueden atender en ese momento y en esa situación. En la vida cotidiana, conseguir flexibilizar estos tránsitos entre roles, incluso en situaciones más difíciles, nos permite cuidar de nosotros mismos, de nosotras mismas, de manera más integral, notando las necesidades que están en un primer plano pero también las que sostiene esas otras partes de mí; pero también notando los recursos que esos otros roles poseen y que pueden aportar al ‘especialista’ al mando en ese momento. Y es que todas las facetas construidas internamente poseen parte de nuestro potencial.