Iñaki Zaratiegi
Entrevue
Fernando Cruz
Periodista y autor de ‘Macrofestivales’

«El capitalismo ha engullido los festivales con voracidad fulminante»

Veterano periodista musical, el barcelonés Fernando Cruz se ha especializado en la problemática de las grandes citas melómanas, que disecciona de manera muy crítica en ‘Macrofestivales. El agujero negro de la música’. Participó ayer en Donostia en la mesa de debate del festival Boga Boga.

Nando Cruz, periodista autor de ‘Macrofestivales’.
Nando Cruz, periodista autor de ‘Macrofestivales’. (Joanna CHICHELNITZKY)

«Los grandes festivales se han convertido en un fenómeno que trasciende la propia música, cuando no contribuye directamente a su estrangulamiento. Mueven millones de euros, atraen turismo, exigen subvenciones, blanquean marcas, explotan a artistas y trabajadores y saquean al público. Aun así, no hay ciudad, grande o pequeña, que no apueste por el suyo».

Así de tajante es la presentación del ensayo ‘Macrofestivales. El agujero negro de la música’ (Península, 2023), del periodista Fernando Cruz de Rich (Barcelona, 1968). Su autor participó ayer en el donostiarra Palacio Miramar en un debate organizado por Boga Boga, festival que presenta hoy el primer gran cartel de su segunda edición con los grupos Ithaka, Melenas, Lisabö y Mudhoney. Con cambio de escenario por coincidir con una iniciativa vecinal: de Aiete Parkea a la sala Gazteszena.

Parece que ama los festivales, aunque sea su fustigador.

Puede parecer que soy el gran enemigo de los macrofestivales, pero hay muchos periodistas que coinciden en que no son el mejor lugar para disfrutar de la música. Me propusieron ese trabajo y me puse a ordenar y explicar esa sensación. Hay mucha gente a la que le encanta la música que está de acuerdo con muchas de mis críticas.

«Nos han robado la relación que teníamos con la música, se adueñan de todo y lo dosifican según les conviene»

Su libro cuestiona ese modelo de ocio musical, pero Woodstock, Canet Rock, Reading, Glastonbury… eran eventos culturalmente liberadores. ¿Qué ha pasado?

Pues que el capitalismo ha engullido los festivales con voracidad fulminante. No mitifico los primeros, pero estaban planteados como bofetada al status quo para escapar de la norma, el trabajo, la familia y practicar lo que no te dejaban hacer en la ciudad. Hoy, los pasillos del californiano Coachella son como los del duty free de aeropuerto. El capitalismo se ha merendado los festivales porque son un gran espacio de negocio. En algunos escenarios te encuentras con medio Ibex 35: recinto Iberdrola, Idealista, Banco Santander…

¿Están cayendo en manos de fondos comerciales? Usted menciona a The Yucaipa Companies, Live Nation o Providence Equity, que dominan grandes eventos internacionales y han invertido en festivales como Primavera Sound, FIB o Mad Cool.

El negocio musical lo controlan las plataformas y el mundo de la música en vivo. Con el casi monopolio de Live Nation, en alianza con Ticketmaster. O las cuatro grandes agencias que controlan la mayoría de artistas y grupos: William Morris Endeavour, Creative Artists, United Talent y Wasserman Music.

¿Esa monetización del sector está detrás del mercado de los precios de los grupos y las entradas?

Un grupo cuesta lo que el festival esté dispuesto a pagar tras calcular lo que puede recuperar. Pagan un millón de euros por grupo calculando que recuperarán la inversión. Pero hay muchos más festivales que grupos capaces de llenarlos y la oferta y demanda favorece a los agentes de esas bandas. Esos precios solo los pueden pagar los macrofestivales, y los medianos y pequeños lo tienen cada vez peor para montar carteles atractivos a precios razonables.

¿Los grandes eventos distorsionan todo el sector musical: salas, grupos, público…?

En España hay 1.200 festivales por 400 salas que sufren esa presión de los precios, los grupos deben aceptar sus reglas, el público asume que el único sitio donde va a poder ver a sus bandas favoritas es ahí, la Administración les entrega millones de euros que podrían ayudar a otros agentes culturales… Una rueda implacable.

«En algunos escenarios te encuentras con medio Ibex 35: recinto Iberdrola, Idealista, Banco Santander…»

Las administraciones y los medios periodísticos parecen medir el interés artístico en base a cifras de asistencia y de impacto económico.

Se ha asentado como práctica indiscutible. Ahí están los informes sobre el dinero del gobierno australiano para que Live Nation montara festivales allí o el gobierno de Singapur pujando para que Taylor Swift pasara por su país. Se asume que generan turismo y riqueza, pero no se pregunta a dónde va esa ganancia. Frente al Fòrum barcelonés, donde se celebran Primavera y tantos festivales, están Besós-Maresme y La Mina, unos de los barrios más empobrecidos.

Reciben el impacto de los festivales, pero sin beneficio alguno. La ganancia va a al sector que se beneficia de toda actividad cultural, deportiva… para seguir vendiendo habitaciones o paellas. Ningún sueldo del ramo hostelero ha subido en la proporción en que lo han hecho las entradas y los precios de los festivales.

Compara los festivales con ranchos privados con sus propias leyes.

En muchos casos la Administración protege prácticas ilegales casi sin supervisión y control. En Facua me confesaron que la mayoría de denuncias no tienen ni acuse de recibo. Y cuando se multa a un festival por no permitirte entrar con tu bocadillo penalizan con 8.000 euros un negocio del que sacan 80.000. Pagan la tasa y siguen delinquiendo.

Señala que si alguien quiere impulsar un evento cultural en Catalunya acude antes al despacho de Damm que al Departament de Cultura de la Generalitat.

Los festivales son el negocio del siglo de las cerveceras. Tienen contratos exclusivos y hasta les ponen su nombre. La mayoría no existirían sin ese patrocinio y negocio. Pagas una entrada, pero al salir has gastado más en beber-comer. Ahí está la proporción entre lo que vale la música y la cerveza.

«Ningún sueldo del sector hostelero ha subido en la proporción en que lo han hecho las entradas de los festivales»

Así que hay un «agujero negro de la música» que absorbe lo que tiene alrededor: subvenciones, patrocinios, grupos, público…

Un festival es una maquinaria muy grande, necesita mucha energía para funcionar. Esa energía tiene que venir de algún lado y si no es suficiente el alto precio de los abonos viene del alto precio de las consumiciones, de la millonaria subvención administrativa, del contrato de sponsor, de pagar una mierda a los trabajadores... Cuadrar beneficios y que el negocio se repita un año después.

Se dice que el negocio toca fondo, pero ahí están esos fondos inversores extranjeros que intervienen en los festivales más importantes.

Han debido ver que en España la propia Administración inyecta dinero público haciendo que funcionen mejor que en el puro mercado libre. Aunque también hay batacazos como la suspensión de las ediciones en Latinoamérica de Primavera Sound. No sé bien si el negocio sigue disparándose aún más o se tambalea y puede pinchar la burbuja.

¿Para cuándo su nuevo libro sobre experiencias y modelos que permiten disfrutar de la música de una forma más agradable y racional?

Me gustaría publicarlo a lo largo del año 2025. Voy recogiendo experiencias, visitando sitios, buscando diferentes ejemplos de gestión, con estilos musicales distintos. Mostrar cosas que son interesantes como alternativa para hacerlas públicas y que sirvan de apoyo a otras.

¿Algún ejemplo?

Suelo hablar de Ibai Ertzean, que se hizo en Iruñea. Un colectivo organizaba un festival de brass bands y el Ayuntamiento propuso ampliarlo. Aceptaron la subvención, pero no para ampliar su encuentro sino para hacer algo distinto y en barrios. Hablaron con la vecindad y centraron el esfuerzo en humanizar el área de un puente, oscura e insegura. La gente colaboró y fue un éxito porque quienes adecentaron el lugar asumieron el festival como propio. El evento dejó la huella de una zona rehabilitada. Buen ejemplo de que la tracción de un festival y el uso de una subvención pública pueden dejar una marca social positiva en vez de la invasión que el entorno sufre en muchos festivales.

¿Experiencias como este nuevo Boga Boga son propuestas al turbo festivalismo?

No lo conozco bien como para considerarlo alternativo. El quid es encontrar la medida para que la gente de dentro no se sienta incómoda y la de fuera desbordada por un evento que igual no les interesa. La cultura real tiene sentido cuando se arraiga en territorios y eventos de proximidad. Nos han robado la relación que teníamos con la música, se adueñan de todo y lo dosifican según les conviene: tres días al año de negocio concentrado. Por eso creo que hay que aplaudir toda actividad cultural que trabaje para revertir esa dinámica y también creo que debería ser apoyada por la Administración. ¡Bienvenidos sean los festivales de tercera división!