El naranja es el nuevo negro

Yoseli tiene un tatuaje de la Torre Eiffel en la espalda y siempre quiso viajar, pero fue detenida en el aeropuerto por tráfico de drogas. Nacho es un hombre trans que fue preso por estafa y armó una banda de rock en la cárcel, la de mujeres. Y “Reas”, lejos de cualquier piedad o ñoñería, es la película que les ha permitido «volver a ser»; ahora desde otro lugar.
El segundo film de Lola Arias tras la multipremiada “Teatro de guerra” nace de un taller de interpretación en la cárcel de mujeres de Ezeiza (Argentina). Arias, directora de teatro, lleva quince años trabajando con no-actores en sus obras: personas migradas, trabajadoras sexuales, menores no acompañados. Digamos, es como Sean Baker pero (más) ética: sobre el escenario no solo visibiliza, sino que también emplea a sus repartos, coguionistas e intérpretes de sí mismos. Yo la leo como una catalizadora lo bastante aguda para dejar aire a quien nunca ha tenido la última palabra.
«En la cárcel están constantemente vigilades, no solo por guardias, sino también por les demás preses. No hay espacio para la soledad, ni intimidad, ni forma de tener tu ‘propia habitación’ ni nada que te diferencie o te permita ser otra persona», explicaba, «así que la actuación y el baile generaron un espacio diferente, de libertad, fantasía e imaginación». Pero llegó la pandemia, el taller se canceló y con el tiempo las presas empezaron a salir libres. Entonces Arias lanzó una propuesta. ¿Alguna de las participantes querría seguir jugando?
«El género musical era la forma perfecta para enfatizar la fantasía, la imaginación, para dejar que les intérpretes se divirtieran y brillaran, fueran asombroses, belles y glamuroses. En la cárcel hay violencia, horror y tortura. Pero también hay amor, comunidad, familia. Y esas relaciones que nacen en la cárcel son las que te salvan». Así, “Reas” se convirtió en el proyecto para una película “ex”: ex-presas reconstruyendo ex-profeso sus vidas pasadas en Caseros, una cárcel en desuso, una ex-cárcel. Además, es una obra extraordinaria.
Merecedora del premio Sebastiane, la cinta repasa desde una coralidad distendida el juego de las sillas que es la vida entre rejas. Las presas hacen de guardias y de ellas mismas mientras simulan versiones alternativas, más habitables, de una realidad muy cruda. La cárcel de afuera está pintada de colores, la música suena y se baila con más alma que mano. Aunque, ¿quién querría a una vedette cuando podemos tener ligereza y goce? “Reas” no lleva moralejas ni dientes rotos, pero sí un puntillo de mala leche, salpimentando el canon del cine humanista… Aquellas películas que deberían llegar a todo el mundo, aunque acaben a menudo mal programadas en un puñado de salas. Para arriesgarnos ya estamos los ciclos y los festivales, ¿...no? En fin. De momento, la veréis en L’Alternativa.
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