TERESA MOLERES
SORBURUA

Jardines de Irán

Y a en tiempos de Ciro (siglo IV a.C), los historiadores nos hablan de los jardines persas llamándolos «pairidaeza», cercado o paraíso en persa. De aquellos jardines, solo quedan vestigios arqueológicos y la descripción de la alfombra de primavera del rey sasánida Chosroes (531-579), que adornaba su sala de audiencias. La alfombra tenía 2,5 metros de lado y representaba un jardín con canales, flores y árboles trabajados con seda, oro y piedras preciosas. Los canales dividían el jardín en cuatro partes, los llamados cuatro ríos de la vida; las intersecciones indicaban un pabellón o un estanque; los cipreses, que se alineaban con el canal principal, simbolizaban la muerte y la eternidad; sin embargo, los frutales representaban vida y fertilidad.

Actualmente, en Irán se conservan ocho jardines relativamente modernos registrados como Patrimonio Mundial de la Unesco. He visitado dos en un reciente viaje a ese país. Desde el jardín de Shah Zadeh se integra la vista de los imponentes montes Zagros, que recorren Irán hasta el Caspio. Estanques con surtidores y cascadas salvan la pendiente, que acaba en un pabellón central. Los paseos laterales, con bancos muy concurridos, disfrutan de la sombra de cipreses y pinos de Alepo, y se adornan con rosas blancas y tajetes amarillos.

Por detrás del pabellón me encuentro con una reunión de unas veinte mujeres jóvenes con chador sentadas en la hierba. Relajadas y con libros en la mano. Me sonríen e intento acercarme hasta que unos fornidos guardaespaldas me lo impiden. Acabada la reunión, se acercan y nos hacemos fotos juntas con sus móviles.

El jardín Bagh-e Fin es un vergel en medio del desierto. Consta de un patio principal con cuatro torres circulares en las esquinas y un pabellón con estanque que se prolonga en otros estanques con numerosos surtidores sobre el fondo turquesa de los azulejos. El paseo central está bordeado de cedros espectaculares de quinientos años, plátanos orientales y prácticamente sin flores.

En la parte de atrás está el Pabellón de la Fuente de la Mujer. A la sombra de un cedro gigantesco, nos tumbamos en camas-sofás cubiertas de alfombras, colegialas con libros y chador o hijab, y turistas europeas con pañuelo en la cabeza. Nuestro idioma es internacional, la sonrisa.