IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

La persona como centro del diseño

El cortometraje, en un nítido blanco y negro, tenía como protagonista la ciudad, representada como una maqueta gigante que llenaba una inmensa sala. A ella acudían tres personajes, tres urbanistas, y, como si de una fábula infantil se tratara, comenzaba la función.

El primer arquitecto cree que la ciudad es un problema de forma, de proporción entre vacíos y llenos. Si la ciudad es recta, lineal, elegante, entonces sus habitantes serán rectos, lineales, elegantes y, por ende, civilizados. El segundo arquitecto entra con una cinta marcando los viales rodados, ya que sabe que el problema de la ciudad es fundamentalmente circulatorio. Encuentra en su camino un monumento nacional. No hay problema, solo hay que moverlo de sitio u horadarlo para que la carretera pase por debajo. El tercer arquitecto se mofa de los anteriores; sabe que la aproximación científica es lo único que puede dar certezas de éxito y mide todo: frecuencias de paso de peatones, medias aritméticas de alturas de edificios, soleamientos, índices de smog... La solución aparece como la silueta de una persona, metáfora del “aro” por el que el ciudadano ha de entrar para poder ser “ciudadano”. Lamentablemente, cuando una persona real entra en escena, no parece que se ajuste a la científica descripción estadísticamente perfecta del tercer arquitecto. ¡No hay problema, un puntapié en el trasero y pasará, seguro!

Este y otros dos cortometrajes proyectados en la X Trienal de Milán hablaban de colocar a la persona en el centro del diseño urbano y lanzaban una dura crítica a los modelos de construcciones de ciudad que trataban de reconstruir Europa. Bruno Zevi, famoso historiador italiano de la arquitectura moderna, lo llamó «Trabajo de anarquistas». La realidad era que, para el arquitecto Giancarlo de Carlo, uno de los firmantes de las películas, el epíteto, aunque no del todo acertado, no era en absoluto un insulto.

Aquel año 1950 era un tiempo complicado y más aún en un país como Italia, en primera línea de la división entre los bloques socialista y capitalista en la Europa de posguerra. Giancarlo de Carlo sabía lo que era la guerra, ya que había sido partisano de la Brigada Matteoti, del Movimiento di Unità Proletaria. En esa experiencia, tuvo contacto con Giuseppe Pagano, editor de la importante revista de arquitectura “Casabella”, así como con otros intelectuales como Italo Calvino. Durante la posguerra, ese espíritu combativo transformó la ciudad y la arquitectura en un campo de batalla, teniendo en un lado la generación anterior de arquitectos funcionalistas y como nuevos partisanos, los miembros del Team X.

Giancarlo de Carlo es una figura a recuperar en la arquitectura y el urbanismo de hoy en día, en el que la participación va tomando la plaza pública. De Carlo no tuvo una obra prolífica y contó entre sus mayores éxitos la formación de alumnos en las escuelas de arquitectura de Venecia y Milán. No obstante, la relectura de sus trabajos de diseño participativo en Matera y Termi es un sano ejercicio que debería hacerse a la hora de trabajar un diseño orientado al usuario.

Precisamente el diseño de la casa de trabajadores en Matera fue uno de los detonantes de la explosión que desintegró los congresos CIAM. De Carlo, junto a otros diseñadores, hablaba de una perversión en los postulados del Movimiento Moderno. Este estilo arquitectónico había pretendido diseñar en función del ser humano, con medidas y funciones adecuadas a cada acción de la propia vida. Esto se resumía, más o menos, en que «la forma sigue a la función». Sin embargo, según el italiano, el error de esto residía en la simplificación, la alienación. El diseño era algo “ideal”, es decir, se suponía que existía una persona “tipo” y se diseñaba para ella.

En el Villaggio Matteoti, en Termi, De Carlo creó un proceso de doce puntos mediante los cuales se condividió el proceso de diseño con los habitantes de la urbanización, obreros de una siderurgia. La urbanización, fulminada por el cambio de directiva a una de corte democristiano y el declive del consejo de trabajadores de la fábrica Finsider, convirtió el proyecto en una anécdota a pie de página dentro de la historia del urbanismo de posguerra. Sin embargo, el análisis de su labor, bajo nuevas herramientas de cocreación social como el design thinking, podría abrir nuevas maneras de revisar los diseños de, por ejemplo, promociones públicas de vivienda para evitar que alguien, en algún despacho del centro de alguna ciudad, decida qué tipo de ciudadanos deben formar el troquel que genere las viviendas que conformen nuestra sociedad.