IñIGO GARCIA ODIAGA
ARQUITECTURA

Petrificar la historia

El estudio de Josep Lluís Mateo proyectó la nueva sede regional Deutsche Bundesbank en Chemnitz, en la antigua calle Karl Marx de la RDA. Un lugar con una historia densa y traumática que, a través de sus instituciones, pretendía una nueva identificación social, despertar, tal vez, la idea de pertenencia y solidez en una ciudadanía con nuevas ilusiones.

El proyecto es una decantación del lugar. El edificio debía construirse en el interior de un parque, el Parque de las Víctimas del Fascismo, un espacio alejado del típico espacio urbano amable con naturaleza más o menos domesticada. Más bien se trata de un bosque salvaje, con árboles centenarios enormes que incluso en verano no dejan pasar la luz del sol hacia el suelo. Un lugar lleno de historia y misterio. Repleto de accidentes que acumulan la dramática historia de Europa. En un rincón apartado reposa enterrada una patrulla francesa caída en las guerras napoleónicas, sus túmulos recubiertos de hiedra y dispuestos con estricto orden jerárquico, acompañan al monumento a los caídos en la Segunda Guerra Mundial semi abandonado en otro extremo del parque. Los túmulos y, sobre todo, los grandes árboles que los rodeaban sirvieron como referencia para construir el nuevo edificio, con sus imponentes raíces ancladas al suelo, los portentosos troncos y las inmensas copas.

Frente al parque se sitúa el Museo de Paleontología de la ciudad, frente al que se han colocado a modo de reclamo publicitario, unos cuantos árboles petrificados anunciando su contenido. La lógica del conocimiento del enciclopedismo racionalista de la tradición de Humboldt estructura los contenidos del museo, para lograr explicar al visitante esa transformación de alquimia que conduce de la materia viva orgánica, hacia la inerte condición pétrea de los fósiles.

De este conocimiento del lugar partió la concepción del edificio que se asienta en el lugar como un árbol, pero un árbol petrificado, que se hunde en el suelo, anclándose en él, siguiendo la tipología original de los bancos, en los que la caja fuerte se escondía en la tierra.

Además, el volumen del edificio se recorta en una forma variable respecto al cielo, en el que destaca la dureza inorgánica de la singular piedra de la fachada. La fachada de alabastro pone al edificio fuera, en tensión, mediante la exhibición de una estructura vegetal solidificada.

Desde que se realizó el concurso en el año 1996, hasta su finalización en el 2004, habían pasado ocho años. En este tiempo, tuvieron que inventarse múltiples estrategias para materializar la construcción.

La estructura fue desarrollada por Leonardt, Andrä und Partner, con una sencillez muy difícil de conseguir. Las fachadas de las dos plantas superiores son inmensos muros portantes que descansan en los núcleos de comunicación formados por los ascensores y las escaleras. Esas vigas, que además resuelven la fachada, sostienen mediante cables a tracción el suelo de la planta primera, que por tanto queda colgada, lo que produce que en la planta baja no exista ni un solo soporte interior.

Las fachadas opacas de los laterales son de una piedra local tratada con un diseño explícitamente tradicional, pero, al mismo tiempo, geométrico y abstracto, resuelto con una gran precisión. Las esquinas se rematan con una única piedra labrada; el zócalo, que resuelve el contacto con el suelo, se construye con las vetas más duras de las misma piedra para conseguir un acabado más rugoso; en cambio, las siguientes hiladas de piedra tienen una textura diferente, más ligera, y con ellas se consigue un acabado más delicado.

Estos acabados se logran implicando en el proyecto una tecnología artesanal, una estrategia que aúna la alta tecnología con la tradición constructiva del lugar que queda de este modo tallada en la piedra del edificio. Una actitud que es palpable en otros aspectos del proyecto como la fachada principal.

La fachada principal es el elemento más destacado del proyecto gracias a su componente translúcida. La envolvente está formada por un complejo sistema de capas de vidrio, cámaras aislantes y una gruesa capa de alabastro. Un complejo sistema constructivo que supuso un reto técnico, que resume bien una de las facetas de la arquitectura, solidificar las ideas informes en materia construida. Esa piel pétrea aporta un aspecto cambiante al edificio. A veces aparece como agua solidificada, como un gran bloque de hielo, y a veces las vetas internas del material forman dibujos vegetales de color miel. Por último, las carpinterías de una elevada sofisticación, mezclan bronce y madera, para, en la planta baja, recoger todas las aberturas en un gran muro de bronce.

Los interiores del hall de acceso son la parte más monumental y pública del edificio, en la que se despliega la metáfora del fósil aplacando piedras y trozos de árboles. Estos quedan acompañados por la obra del artista checo P. Kvicala, que pintó el techo de todo el espacio. Una obra de más de 200 metros cuadrados que fue pintada directamente con la mano, que indaga en una lógica ahistórica, ancestral del edificio.

Todo el edificio está construido dentro de un estricto rigor, casi diabólico que parece expresar que se trata de una obra de otra época, fuera del tiempo, casi atemporal. El proyecto aborda de esta manera la cuestión de la permanencia y la solidez también entendida de una manera paleontológica como la petrificación y la cristalización de la materia orgánica.