IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Une los puntos

Conocer a alguien en profundidad es complejo, no necesariamente por lo difícil de la tarea, sino por lo diverso. Me explico. Todos sabemos que en cierto modo somos diferentes en función del lugar en el que nos encontramos y las relaciones que tenemos en dicho lugar. Por ejemplo, no nos comportamos de la misma manera con un familiar cercano, con nuestra pareja, o en un entorno de trabajo. Más allá de esta generalidad, es la interacción particular con las personas en esos entornos la que nos «coloca» internamente en sitios distintos, con actitudes, comportamientos, pero también con pensamientos e incluso emociones distintas. Podríamos trazar casi un mapa con esos puntos y en cada uno de ellos contaríamos algo de nuestra historia, de quiénes somos realmente y de cómo hemos llegado a serlo.

Si nos fijamos en nuestros pensamientos más habituales sobre nosotros mismos, los demás o el mundo en general y los destilamos, podemos concluir cuáles son nuestras creencias a este respecto ya que, normalmente, lo que pensamos sobre la realidad interna y externa está íntimamente relacionado con nuestras experiencias previas, y por ende con nuestras expectativas hacia el futuro. Más que afinar nuestra objetividad, aprendemos a pensar de un modo determinado sobre lo que nos rodea. O quizá de varios, en función de lo que necesitamos de ese entorno. Si prestamos una atención un poco más precisa, lo que pensamos u opinamos sobre cierto contexto va acompañado de cerca, si no a renglón seguido, de lo que esperamos de dicho entorno. Nuestras expectativas entonces son una conclusión que combina lo que sabemos o creemos saber de dicho entorno y lo que necesitamos realmente de él. De modo que, en el fondo, lo que pensamos, opinamos y esperamos de un entorno concreto no deja de ser fruto de nuestra experiencia, aunque a menudo tratamos de describir nuestra visión de un modo objetivo, racional, contundente y claro. Sería más ajustado y quizá más útil añadirle la subjetividad y la exclusividad de nuestra historia a la hora de describir nuestro mundo e interactuar con él. Es curioso cómo en la interacción social estamos todo el tiempo hablando de nosotros y, sin embargo, parece que tengamos que dejarnos fuera para que las opiniones y decisiones que tomamos sean vistas como razonables y objetivas por otros. Por así decirlo, nuestra naturaleza aguarda detrás de una fachada acordada de lo más cotidiana, pero también se expresa todo el rato.

Otro de los puntos de ese mapa metafórico de quiénes somos realmente es lo que sentimos diferente en los distintos entornos en los que nos movemos. La emoción no es elegida en sí misma, es decir, las emociones como el enfado, el miedo, el amor, la alegría y la tristeza, no se «deciden», sino que el cuerpo reacciona ante hechos que nos influyen con una respuesta que primero es física y luego se convierte de alguna manera en acción adaptativa, si bien las emociones suelen ser breves. Sin embargo, el cuerpo y la mente también tienen memoria emocional y esas reacciones también están influidas por el aprendizaje y, por tanto, por la historia. Probablemente, mi interpretación de la vida en cada uno de mis contextos media lo que siento al respecto y esa interpretación puede ser tan fugaz que mi sentimiento parezca tan ajustado al hecho que lo provocó que ninguna otra reacción parezca ser posible. Y precisamente esa fugacidad habla de la cantidad de veces que he vivido hechos similares de esta manera. En resumen, todo lo que experimentamos, pensamos, sentimos y hacemos habla de quiénes somos de una forma absolutamente única. Probablemente, conocernos no es resumirnos en ideas aparentemente objetivas, sino indagar en las circunstancias que han hecho que estemos donde estamos.