IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Por la noche y por las mañanas

La noche y las horas que la contienen son momentos sensibles para la mente, en particular el de ir a dormir y el de levantarnos. Seguramente todos lo hemos pensado en ocasiones en las que dormir se nos ha hecho una tarea casi imposible o en las mañanas en las que nos ha recibido el día con sensaciones desagradables que nos acompañan el resto de la jornada, o todo lo contrario. De una forma similar, el pasar de un día lleno de actividad a la desconexión que favorezca el descanso también está influido por lo que ha sucedido emocionalmente a lo largo del día y la cantidad de preparación que vamos a necesitar para afrontar el siguiente.

Recordemos que nuestro cerebro, y todo nuestro cuerpo en consonancia, es un órgano especializado en detectar y tratar de resolver circunstancias desafiantes. Esta actividad le lleva gran parte de su energía y, cuando el resultado de esa detección y preparación es la necesidad de responder activamente, solo imaginarlo crea una reacción hormonal que dispone al resto del cuerpo a la acción. Esta es una de las razones por las que es recomendable hacer una transición y ayudar al cerebro a desconectarse de lo inmediato y conectarse con ese proceso de autocuidado que supone el sueño.

Y cuando todo está en silencio, cuando el cine de la vida deja de proyectar sus películas en la pantalla de nuestras mentes, es el turno de encender esa linterna bajo las sábanas y leer el libro de los asuntos pendientes de manera clandestina. Metafóricamente emergen entonces los estímulos internos, provocados por eventos más o menos inmediatos, asuntos que se tratarán de ordenar en la fase de sueño. Esto sucederá en un complejo e imprescindible proceso diario de limpieza de residuos y recolocación de la memoria a corto plazo, la fijación de algunos aprendizajes, etc., que tendrán lugar de una manera inconsciente.

Curiosamente, nuestro cerebro se duerme y se despierta por partes, y de manera inversa en un momento y en otro. Antes de dormir, es nuestra mente «adulta» la que primero se apaga y lo hace de arriba hacia abajo –incluso físicamente dentro de nuestro cerebro–; nuestro razonamiento, nuestra planificación, nuestra mente lingüística, nuestra lógica, cambia a un modo sueño antes de que lo haga nuestra mente más emocional, impulsiva, vulnerable, la parte más «infantil» que todos tenemos, como una metáfora de nuestra esencia más pura y directa, nuestro núcleo de identidad y deseos sin la mediación de todo el aparato intelectual que hemos aprendido durante años.

Entonces emergen las emociones y los recuerdos pendientes que hemos controlado de algún modo a lo largo del día. Nos visitan, nos recorren, y a veces nos invaden, sin que la presencia de esa parte de nuestra mente más resolutiva que ya está apagándose, pueda intervenir para regularnos como lo hacía unas horas antes. Es entonces el turno del cerebro inconsciente, que tratará de encajar las piezas en un proceso todavía misterioso para los estudiosos del cerebro. A veces estos recuerdos o emociones vuelven a activarnos porque nos asustan, o nos enfadan, o preocupan, ya que el miedo o el enfado son emociones que implican acción física. En ese momento volvemos a despertar a esa parte «adulta» de nosotros para que se haga cargo de la imaginación o la evocación que sucede en duermevela.

Si no, simplemente nuestra mente evocadora también pasa a ese proceso de renovación y al día siguiente todo vuelve más o menos a su ser. De una forma similar, cuando nos levantamos por la mañana, el proceso se hace inverso, razón por la cual nos afectan emocionalmente los sueños o nos asaltan los recuerdos, quedando solo la gestión de esa emoción intensa para nuestro «adulto o adulta» que se despierta un poco más tarde. Por esta razón, después de unas horas ya podemos mirar a esa sensación matutina casi como un retazo de la noche que coleaba.