IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

Luces y sombras de Le Corbusier

El arquitecto suizo Charles-Édouard Jeanneret, más conocido como Le Corbusier, ha visto su obra reconocida como Patrimonio Mundial años más tarde de su muerte. El pasado 17 de julio el Comité del Patrimonio Mundial de la Unesco reconocía la valía para el acervo cultural mundial de 17 de sus creaciones, repartidas en su mayoría entre el Estado francés, Bélgica, Suiza y Alemania.

Durante estos cincuenta años que separan el reconocimiento de la obra de su muerte, el arquitecto ha obtenido alabanzas y críticas a partes iguales. El gurú de la arquitectura Rem Koolhaas lo retrató con dureza en su libro “Delirio en Nueva York”, haciendo de él una parodia de un buscavidas que viajaba acompañado de un fotógrafo para su mayor gloria –una especie de selfie de los años 30–, mientras que intentaba vender a la ciudad de Manhattan su idea de un nuevo tipo de ciudad, la Villa Contemporánea.

Le Corbusier pensaba que esa nueva ciudad daría respuesta al espíritu renovado de una Europa que buscaba su lugar entre dos Guerras Mundiales. En el proyecto teórico de la Villa Contemporánea, Le Corbusier planteaba una ciudad para tres millones de personas, alojándolas en altas torres y compensando esa densidad con espacios entre edificios colonizados por la naturaleza. Esto funcionaba gracias a la introducción del automóvil, máquina a la que Le Corbusier profesaba una notoria admiración. Para conseguir la financiación destinada a la realización de estos estudios, el arquitecto acudió a los gerentes de las casas Peugeot, Citroën y Voisin, siendo éste último el mecenas del “Plan Voisin” para el centro de París, que pretendía extrapolar el modelo de la Villa Contemporánea al centro de la capital. Esa «rehabilitación» comprendía la expropiación y destrucción del tercer y cuarto arrondissements de París, hoy por hoy lugares preciados y venerados por los amantes de la ciudad tradicional europea.

Obviamente, si nos colocamos en la perspectiva actual, Le Corbusier deviene en un personaje a sueldo de la industria automovilística, destructor de la identidad urbana y contrario a la escala humana de la ciudad. El uso de ese cartucho es habitual entre la munición de sus detractores. Es más, al ver la materialización de las teorías de la Villa Contemporánea en las ciudades de Brasilia (de la mano de un acólito, Lucio Costa) o de Chandigarh, es evidente la falta de escala humana. No obstante, en 1925 esos distritos de París eran un hervidero de tuberculosis, sobrepoblación y falta de higiene. Le Corbusier hablaba un lenguaje en el que los símbolos del pasado –como el antiguo y aristocrático barrio de Le Marais, que el Plan Voisin derruía– no tenían cabida. El hecho de hacer tabula rasa con el simbolismo de lo antiguo nos da una idea de la radicalidad de sus propuestas. El futurismo y el positivismo que destilan esas ideas son posibles tan solo en una Europa previa a la Segunda Guerra Mundial.

De algún modo, las ideas de Le Corbusier siempre fueron demasiado. Si su Villa Contemporánea debía de funcionar, era sin lugar a dudas creando un espacio entre torre y torre inmensamente atractivo, con naturaleza, equipamientos y espacios públicos de altísima calidad. Sin ese condicionante, y sin una distribución adecuada de la riqueza para evitar guetos sociales, ese sistema es un caldo de cultivo para los conflictos. Del mismo modo, su arquitectura siempre fue un paso más adelante, para desgracia de los usuarios en ocasiones; en el edificio de la Cité du Refuge, el lenguaje funcional y racional vino acompañado con un estudio meticuloso de los espacios para que toda función estuviera medida teniendo al ser humano como centro del proceso. Los dormitorios, abiertos al sur y con una fachada completamente de vidrio, se prescribieron con doble acristalamiento y un sistema de aire acondicionado, medidas muy novedosas para la época. Desgraciadamente, las limitaciones presupuestarias eliminaron estas dos medidas, y el primer verano tras la inauguración aquello se convirtió en un horno.

Más allá de la anécdotas y de la leña del árbol caído, la obra de Le Corbusier sigue siendo una inspiración constante en las escuelas de arquitectura, que sobre todo alaban la capacidad que tuvo de adelantarse a las necesidades futuras; aunque sus preceptos sobre la ciudad fueran consumidos por un sistema ultra capitalista, el espíritu intrínseco de la división de usos y funciones no hacía más que poner al ser humano en el centro del diseño de la ciudad.