KOLDO LANDALUZE
CINE

«La excepción a la regla»

Warren Beatty siempre ha sido considerado como una «singularidad» dentro del imaginario de Hollywood y una fuente inspiradora de todo tipo de leyendas y cotilleos relacionadas con el sexo. Un estatus de amante insaciable que su propia hermana, Shirley MacLaine, alimentó tras afirmar entre risas «soy la única mujer de Hollywood que no se lo ha hecho con mi hermano» o cuando Woody Allen lo incluyó en su repertorio de frase célebres añadiendo «me gustaría reencarnarme en las yemas de los dedos de Warren Beatty».

La «singularidad» de Beatty va más allá del interminable festival de saltos de cama que el propio actor y cineasta ha negado sea tan extenso como se le atribuye. Su presencia en clásicos como “Bonnie and Clyde”, “Shampoo” o “El cielo puede esperar” le colocaron en la cima de Hollywood durante los 60, 70 y 80. Con anterioridad ya había demostrado su talento interpretativo, desde su debut con el papel protagonista de “Esplendor en la hierba” (1961) a las órdenes de Elia Kazan. Al poco tiempo llegarían “La primavera romana de la Sra. Stone”, “Su propio infierno” o “Acosado”. Posteriormente le sería concedido un Oscar como Mejor Director por “Reds”. Alejado del estruendo de Hollywood y cuando apenas nadie se acordaba de él, Beatty ha vuelto a acaparar protagonismo tras el caos circense que se montó en la última entrega de los Oscar al anunciar un premio equivocado y, quizás lo más destacado, por su presencia a ambos lados de la cámara en la película “La excepción a la regla”.

Dieciocho años después de su última obra como cineasta, “Bulworth”, Beatty suma a su filmografía –que se completa con “El cielo puede esperar” (1978), “Reds” (1981) y “Dick Tracy” (1990)– un proyecto en el que también encarna un rol cortado a su medida, el del excéntrico magnate Howard Hughes. Saludada como una extraña fusión entre comedia guiñolesca y melodrama romántico, “La excepción a la regla” ha logrado eludir el fracaso comercial gracias a esa particularidad que atesora Beatty, un encanto cautivador.

El argumento de este filme gira en torno a ese enloquecido microcosmo que Hughes orquestó alrededor suyo y que conviene tener presente. A la edad de setenta años, la fortuna de Howard Hughes superaba los dos mil millones de dólares. Su pasión por la aviación y su buen ojo para las finanzas le llevaron a comprar la compañía aérea TWA . Se codeó con las grandes estrellas del Hollywood dorado y, con el paso de los años, su leyenda lo transformó en uno de los grandes enigmas del siglo pasado cuando optó por convertirse en un ente invisible, un ermitaño enclaustrado y enloquecido por sus paranoias. En “La excepción a la regla” topamos con el Hollywood de 1958, el coto cerrado de un Hughes al que acude una joven baptista (Lily Collins) que abandona su pequeña localidad del medio oeste para trabajar como actriz para el magnate que encarna Beatty. En su nueva experiencia, la joven conoce al chófer de Hughes (Alden Ehrenreich), el cual también cumple con los requisitos ultrarreligiosos que siempre solicitaba un millonario por cuyas venas corría la sangre mormona que «vampirizaba» de sus empleados mediante constantes transfusiones. Tal y como cabe esperar, la pareja iniciará una relación que pondrá sus convicciones religiosas a prueba y, sobre todo, romperá la regla número uno establecida por el señor Hughes: la prohibición de que sus empleados intimen con sus actrices.

Con estos mimbres extremos, Beatty ha dibujado una farsa de aquel imperio artificial creado por un Howard Hughes que ha sido retratado en los últimos años por Martin Scorsese en “El aviador” (2004) y por Lasse Hallström en “La gran estafa” (2006).