IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

El fin de la arquitectura (II)

El fin de la arquitectura fue una tragedia escrita en dos actos. En el primero, descrito en la anterior entrega de este artículo, tenemos la demolición del complejo residencial de Pruitt-Igoe. Esta voladura, inmortalizada para muchos en la pieza del músico Philip Glass, adquirió la condición de mito urbanístico, al significarse como el momento en el que la arquitectura del Movimiento Moderno moría. En el segundo, que procedemos a analizar en esta ocasión, tenemos la destrucción de las Torres Gemelas el 11 de setiembre de 2001. Como bisagra entre los dos acontecimientos tomaremos a Minoru Yamasaki, el arquitecto de ambos edificios.

La demolición de Pruitt-Igoe, complejo destinado a dar acomodo a familias de ingresos modestos de Sant Louis, en su mayoría negros, vino a dar carpetazo a las políticas globales de alojamiento público en Estados Unidos. Existía un propósito de adelgazar los recursos de protección públicos siguiendo con la tendencia que durante los 70 obligó al Gobierno federal a cortar el flujo de financiación pública a las ciudades. Era mucho mejor demoler los complejos que rehabilitarlos o establecer un programa de acompañamiento social para las familias. Se culpó a la arquitectura moderna del desastre, por sus diseños racionales y asépticos, pero hoy en día la revisión de este relato se centra en el vaciamiento del poder público frente al privado, y en el desmontaje del estado de bienestar.

Para los críticos de arquitectura como Charles Jencks, la demolición de las viviendas supuso la muerte del Movimiento Moderno como estilo y el nacimiento del Posmodernismo como tendencia. Otros pensadores, a su vez, consideran el atentado del 11S como el fin de la Posmodernidad, entrando en la época de la Globalización, y abriéndose el debate sobre si lo siguiente debía denominarse «Choque de civilizaciones», «Fin de la Historia», etc...

Sirva la destrucción de estos dos edificios como excusa para describir un fenómeno que diluye la arquitectura hasta conseguir su virtual desaparición. Esa muerte no se centraba tanto en la pérdida de unos tics estilísticos, sino en el papel de la arquitectura en el mundo. Antes de su muerte, esta disciplina tenía un fin claro y conciso. Por ejemplo, un museo servía como recipiente de conocimiento, como centro de estudios, como salvaguarda de objetos. Tras la muerte, un museo era algo que «activaba» un barrio, una ciudad, un territorio, empezando por el Centro Pompidou de París hasta llegar a Tabakalera en Donostia. Los edificios han dejado de ser refugios para convertirse en mecanismos en una ciudad global. En casi todos los casos, esos mecanismos son económicos, bien porque se pensaba que creando un museo, junto con un planeamiento urbanístico, se atraerían compradores de un nivel medio/alto a una zona, bien porque se pensaba que creando mucha vivienda se generaba capital acumulativo y adecuado a la especulación. Lógicamente, entendemos que esos mecanismos también se daban con, por ejemplo, la construcción de una catedral, que proporcionaba a un territorio trabajo y actividad durante su construcción y más aún si contenía restos santos. No obstante, en ese caso, la arquitectura era como el piramidión, el pináculo dorado que coronaba las pirámides egipcias. El pináculo era bello en sí mismo, necesario en sí mismo, aunque no podía subsistir sin toda la base de la pirámide (en nuestra analogía, la base social y económica de la sociedad).

Si antes de la muerte de la arquitectura el edificio construido era como ese pináculo dorado, hoy en día se debe entender como la punta del iceberg. En el iceberg no hay arriba ni abajo, todo es materia homogénea. Si el iceberg vuelca, dejando la punta en el fondo, nadie se daría cuenta. Del mismo modo, la gestión estratégica de las ciudades juega con la arquitectura como un elemento que no está ni en la base ni en la cúspide del diseño, sino que es transversal a todo pero, al mismo tiempo, es un elemento accesorio.

La demolición de Pruitt-Igoe abre el periodo posmoderno de la arquitectura, dando paso a una época en la que los pensadores opinaban que los grandes relatos se habían acabado, y ya solo podíamos vivir en un mundo con un sinfín de historias paralelas, pero no conectadas por el hilo de la historia. Era el mundo en el que el Occidente democrático y liberal había vencido al Oriente comunista. El 11-S marca el fin del Posmodernismo y de ese pensamiento que rechazaba que hubiera una marcha hacia algún lugar de la historia, y da comienzo a nuestro tiempo. En esos escasos cincuenta años, la arquitectura pasa de ser un devenir de estilos, más o menos orientados hacia un idealismo o hacia un pragmatismo, a convertirse en un mero instrumento de la economía. Ya no existe como práctica, sino como resultado.