IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

Los coeficientes de seguridad de la política

A raíz del gasteiztarra barrio de Errekaleor, algunos profesionales de la arquitectura y el urbanismo hemos recibido peticiones de adhesión para evitar el derribo y desmantelamiento de la colonia autogestionada. Los argumentos urbanísticos que manejan esas peticiones de solidaridad son muy parecidos a los que se dieron con el desalojo de Kukutza o a Kortxoenea: se habla de la importancia de tener una zona dinámica y activa en un lugar que normalmente se encuentra en un estado urbano deprimido; se hace referencia a estos procesos de transformación autogestionados como elementos de importancia urbana y social, y se recuerdan los casos de la Ciudad libre de Christiania o del ecobarrio Vauban de Friburgo. Frente a esas razones «urbanísticas» que esgrime, en este caso, Errekaleor, tenemos el lado contrario, que esgrime toda una serie de razones «técnicas» para demolerlo: ora aluminosis, ora falta de resistencia de la estructura, ora amianto en las instalaciones… Son argumentos que toman la prudencia –vital en el proyecto de construcción– como un absoluto. Sin embargo, esa seguridad que se defiende es totalmente garantizable con una inversión adecuada o, como se suele decir en este tipo de lenguaje, con la voluntad política necesaria.

En este juego entre los de delante y detrás de la excavadora, en ocasiones la arquitectura es rehén de una parte u otra. Parece como si la intervención sobre el patrimonio construido sea un tema sobre el cual solo existan unas soluciones estándar, ya sea sobre un edificio noble como la Alhóndiga de Bilbo, o sobre un modesto pero elegante edificio industrial, como el de Kukutza III. O bien se realiza una intervención cercenando, cortando y a lo sumo imitando lo que había, o bien se presentan las bolas de demolición en el lugar y primero paz y luego gloria.

Existen casos donde la negociación entre política y sociedad civil llega a buen término, y muestra de ello es que se ha creado, durante la última década, una escuela de rehabilitación que tiene como característica el respecto pulcro y exacto por aquello existente. Esa tendencia demuestra que es posible crear algo atractivo poniendo en valor lo antiguo. No hay mejor manera de entender que lo antiguo no tiene que ser un estorbo, sino un elemento que potencie lo nuevo, que fijar la mirada en ejemplos construidos bajo esos parámetros. Tal vez sea una cuestión generacional. Los dos arquitectos responsables del proyecto de la rehabilitación de la antigua estación de ferrocarril de Burgos tienen, curiosamente, menos de 40 años. En el currículum de los valencianos María Dolores Contell y Juan Miguel Martínez existen un buen número de concursos, algunos premiados y otros no, y varias obras construidas. En esa mezcla se ve una generación que ha crecido al albur de los grandes proyectos de arquitectura del Estado español que venían del lanzamiento de Barcelona’92 y acaban con la burbuja inmobiliaria de 2008, pero que ha tenido que adaptarse a los tiempos de la crisis.

La obra de Contell-Martínez tiene la virtud de ser moderna sin renunciar a lo antiguo. Es cierto que, en su caso, se partía de un punto de ventaja, ya que el edificio de la estación, construido en 1902 por la Compañía de Caminos de Hierro del Norte, es un bello ejemplo de arquitectura neoclásica. En el camino, los arquitectos no dudan por demoler ciertos elementos que entorpecen su visión del espacio interior, como por ejemplo unos forjados alojados en la entrada, levantados a finales de siglo XX y que eliminaban la triple altura del foyer. El edificio, destinado a un futuro uso recreativo juvenil e infantil, se configura como un espacio diáfano que pueda ser flexible y adaptable.

Del mismo modo, a los valencianos tampoco les tiembla el pulso al colocar una nueva pérgola metálica al exterior, modificando el alzado principal. No hay veneración por lo antiguo, sino respeto. El muro interior se deja sin revestir, con el aparejo de fábrica de ladrillo macizo, flanqueado por los sillares, a la vista. ¿Para qué revestirlo en el interior, si ya nos cuenta una historia de 115 años?

¿Soportaría el edificio de Burgos, antes de su rehabilitación, un examen pericial que cuestionara su integridad física con los parámetros con los que hoy en día se construye? Cualquiera que sepa los coeficientes de seguridad que se manejan, sabe que gran parte del parque inmobiliario del siglo pasado está, con la normativa en la mano, a punto de caerse. Entonces, ¿qué diferencia puede haber en un proyecto que valora y respeta lo existente, y otro que no? ¿Con qué coeficiente se valora la voluntad política?