IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

La arquitectura más importante del siglo XXI

La arquitectura suele describirse como un arte con razón de necesidad, es decir, una actividad humana que parte de una necesidad primaria como es el refugio, pero que trasciende al mero hecho constructivo. Es ese valor añadido lo que hace que corran ríos de tinta tratando de analizar un determinado estilo arquitectónico, o que el análisis de una época pretérita pase, invariablemente, por analizar la arquitectura en su tiempo. El análisis de hoy está dedicado a uno de los elementos de arquitectura que, en mi opinión, más definen la década del 2010: el muro fronterizo.

El Presidente de los Estados Unidos ha obtenido 20 millones de dólares del Congreso para gestionar la construcción de 8 prototipos de 5 empresas licitadoras para testear lo que será, de construirse, el proyecto arquitectónico más significativo de la década. El proyecto, que de realizarse se ha estimado tendrá 3.200 kilómetros de largo y costará 21.000 millones de dólares, definirá las relaciones de Estados Unidos con el resto del mundo, pero no hará sino evidenciar un cambio que se ha venido realizando desde hace años.

Ya en los años 90 del siglo pasado se empezaba a vislumbrar la tendencia a segregar el espacio de las residencias de los más pudientes, en una sociedad en la que las diferencias sociales no paraban de aumentar. El profesor de Teoría Urbana en el Souther California Institute of Architecture, el célebre Mike Davis, ya denunciaba los intentos de muchos enclaves norteamericanos para convertirse en communities, figura urbanística que les permitía realizar una gran autogestión, con sistemas propios de seguridad, saneamiento, control de entradas…y muros. Davis, al comprobar cómo este fenómeno iba creando islas de gente pudiente que se encerraba del mundo, acuñó la expresión «archipiélago carcelario».

Los disturbios de Los Ángeles en 1992 no hicieron más que acelerar esta tendencia y, a medida que el neoliberalismo creaba millonarios, creaba también cientos de pobres a su alrededor o, mejor dicho, tras sus muros. Las communities pasaron a ser gated communities, es decir, comunidades amuralladas. La arquitectura entraba “a saco” en ese discurso, con estampas tan lacerantes como las que ponían de relieve el contraste entre la favela Paraisópolis de Sao Paulo, con su típica construcción chabolista, y los apartamentos e instalaciones deportivas de lujo del acomodado barrio de Morumbi. Y en medio, el muro.

Si la segregación de la ciudad consolidada usaba el muro como elemento indispensable, el control migratorio lo convierte en su paradigma. Ya pudimos ver un ejemplo del poder simbólico y funcional del muro en Berlín durante el siglo XX, y en Gaza durante el siglo XXI. El objeto de control convierte al sujeto, al ciudadano o al migrante, en una pieza a cuantificar, lo deshumaniza y lo convierte en mercancía. En algunos casos, esta mercancía será valiosa, y podrá pasar –obreros cualificados–, pero en otros casos no podrá surcar su umbral. Bajo la excusa de un control por la seguridad, lo que se hace realmente es poner de manifiesto quién manda aquí. Y, ojo, no solo frente a los que quieren entrar, sino ante quienes están dentro también.

El transmisor se va adaptando al tiempo que le toca vivir; si el muro de Adriano alcanzaba casi los 5 metros mediante pesados sillares que separaban los pictos de los romanos, el muro de Trump comenzó con un proyecto que tenía adosadas placas solares, en teoría destinadas a generar más energía que la que se había consumido en su construcción. A día de hoy, los diseños se han simplificado considerablemente, y la única sofisticación pasa por permitir a los vigilantes mirar a través del muro.

Tal vez sea la obra de Ai-Weiwei la que represente con mayor fidelidad lo que el muro fronterizo supone al mundo contemporáneo. En una serie de instalaciones en New York, el artista y activista chino crea unas estructuras efímeras, de aspecto pretendidamente similar a un vallado defensivo; podemos encontrar una gigantesca jaula dorada en Central Park, que se vuelca sobre sí misma y nos invita a entrar en su doble espacio, así como un volumen que se enclava directamente en el Arco del Triunfo de Washington Square, reproduciendo una bóveda de crucería. En este último, la silueta recortada por una plancha de acero inoxidable simula la forma de una pareja que corre y atraviesa la jaula, rompiendo alegóricamente la jaula.

El título de la exposición habla por sí solo: «Good Fences Make Good Neighbors» –las buenas vallas hacen buenos vecinos–.