IñIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

Congelar el tiempo

El refugio Lieptgas se encuentra en Flims, un municipio de los Alpes suizos conocido hoy en día por el desarrollo turístico del ski y el snowboard. Su fuerte orografía caracteriza la región, en la que un gran macizo rocoso esculpido por la erosión forma el valle donde se sitúa el pueblo de Flims, presidido en el norte por el icónico pico del Flimsertein. En ese paisaje de topografía tan accidentada, el hombre ha colonizado el territorio con pequeñas granjas y cabañas construidas con troncos de madera. Estas edificaciones de factura tosca, levantadas por los propios granjeros, recurren por tanto al material más abundante y cercano, la madera, para responder a las exigentes condiciones climatológicas de la región.

Los arquitectos Selina Walder y Georg Nickish recibieron el encargo de restaurar una de estas pequeñas cabañas, ubicada sobre una colina en la parte trasera de una granja abandonada. La cabaña pretendía ser desde el inicio una casa de vacaciones, como máximo para dos personas. Los visitantes que llegan a Flims lo hacen para disfrutar de su increíble paisaje, por lo que suelen pasar la mayor parte de su tiempo en la naturaleza, y la cabaña es utilizada más como un refugio que como una vivienda. Es, en definitiva, un espacio para descansar y experimentar una vida sencilla y tranquila. La edificación es muy pequeña y sus 34,9 metros cuadrados construidos fueron reducidos a lo esencial, intentado mantener la calidad de una intimidad ajustada a ese pequeño espacio.

Para adaptar las antiguas cabañas al uso contemporáneo, con nuevos estándares como un baño, la ley permite la extensión de la superficie de las viejas cabañas deshabitadas en un 30%. La planta se articuló en dos espacios principales: uno para estar, cocinar, comer y sentarse frente a una chimenea; y otro para retirarse y tener una mayor privacidad, dormir o asearse. Se añadieron además varios locales auxiliares como la escalera que da acceso a una bodega existente excavada en la roca que funciona como almacén y un cuarto de instalaciones que se incluyó dentro del propio edificio.

Las nuevas ventanas no debían ser demasiado tradicionales, para mantener la presencia de la imagen abstracta desde el exterior de una cabaña en el bosque.

Para proporcionar una atmósfera íntima en el espacio interior se debían controlar posibles excesos de luz, por lo que era más importante acotar las vistas sobre el bosque. Finalmente se optó por una ventana baja cerca de la mesa del comedor, abierta sobre la zona en la que los ciervos suelen comer al amanecer. Un lucernario circular, protegido bajo las ramas de las hayas y abierto en la cubierta, ilumina la zona del hogar. La atmósfera interior recuerda a la de un espacio bajo el suelo gracias a la iluminación tenue.

Las grandes rocas se dejan vistas al interior, permitiendo que sobre ellas crezcan mohos y líquenes, construyendo así una fuerte relación entre la arquitectura y el lugar, ya que esta parece emerger del macizo rocoso. Cuando la situación legal obligó a mantener el carácter de la cabaña existente, Walder y Nickish apostaron porque el proyecto defendiese ese vínculo entre arquitectura y contexto que las casas tradicionales habían logrado. La madera, hoy en día procesada ignorando los métodos de producción tradicionales y su relación con el bosque, no parecía la elección más adecuada como material de construcción en ese lugar sombrío y húmedo.

El edificio debía mantener el diálogo con la naturaleza y una imagen capaz de recordar un paisaje cultural adecuado. El carácter de la cabaña original se acercaba más al de un lugar abandonado, a una ruina evocadora del pasado que al de un espacio habitado y dinámico, por lo que la idea de congelar el tiempo y su memoria tomó fuerza a través de la materialidad de la nueva obra.

Se propuso una construcción “cruda”, en la que el hormigón en diferentes acabados adoptaría todo el protagonismo. Un hormigón en masa con aislante tipo Liapor incorporado resolvió suelos, tabiques o incluso la cubierta. La superficie del hormigón que se encuentra expuesta al agua se pule con una película hidrófuga, el interior de la bañera se araña superficialmente para que se vea la grava y evitar caídas. La cubierta alcanza su grado de impermeabilidad gracias a un mortero específico que sella toda la superficie. Esta unidad material aporta un lenguaje arcaico, atemporal a la estructura de hormigón de la nueva cabaña. La estructura de madera original se fijó con sargentas y postes, que se levantaron con una grúa para elevarla de manera que se pudiese trabajar bajo ella, y luego disponerla exactamente en la misma posición. Los tableros de cubierta se quitan entonces, para poder cortar los troncos de la estructura de madera existente.

Los huecos entre los troncos se rellenaron con tableros de madera cortados de manera precisa. Posteriormente, se empapó todo el conjunto para provocar su hinchazón y que todas las piezas de madera se trabasen más entre ellas.

Ese conjunto, formado por las piezas de madera originales y las que garantizan el hermetismo, fue utilizado como encofrado del nuevo refugio. Utilizando la antigua estructura de madera, se construyó un volumen bunkerizado y masivo que, de alguna manera, se contamina con la memoria de la cabaña original. La vinculación entre la madera y el hormigón fue tan fuerte que se tuvo que desarrollar una técnica especial para quitar los troncos sin dañar la estructura de hormigón. Los troncos se seccionaron primero de forma cónica, en ángulo, en piezas más pequeñas, para luego cortarlos longitudinalmente y extraerlos con una palanca para despegarlos del hormigón.

Ese vínculo es, en cierto modo, un metáfora de la relación entre ambos edificios al mismo tiempo: dos independientes y una única unidad, como las dos caras de una misma moneda.