Max Hirzel / ZOOM
descansen en paz

Mediterráneo post mortem

Harto de documentar los naufragios de emigrantes en el Mediterráneo, el fotógrafo Max Hirzel empezó a investigar en Sicilia (Italia) cómo se trabaja para reconstruir la identidad de los fallecidos en el Mare Nostrum. Esta es la historia de la búsqueda de una quimera que este año se ha cobrado la funesta cifra de unos 3.000 muertos, la peor de los últimos años.

El comienzo. Bamako, febrero de 2011: sentado al lado del campo de fútbol, Alpha, joven camerunés, habla de su viaje hacia Europa, que aún no ha logrado alcanzar: «En el desierto vi una tumba, me dijeron que se trataba de una chica de Douala, de mi país. Me hice esta pregunta: ¿Saben sus padres o sus hermanos que el cadáver de su hija y hermana yace aquí?».

¿Qué sucede con los cuerpos de los migrantes fallecidos en el Mediterráneo? ¿Dónde y cómo están enterrados? ¿Cuántos tienen su nombre? ¿Qué se está haciendo para devolverles su identidad para que sus familias descansen en paz? Aquel día, hablando con Alpha, nació la idea de intentar contestar a estas preguntas. Visitando los cementerios de Sicilia, como este de Rolonini, queda claro que esos cuerpos, por edad y cantidad de las víctimas, representan una anomalía que nos acostumbramos a ver como una fatalidad.


Detrás de los números. Están dispersos por toda Sicilia, pequeños y grandes cementerios, cerca de las costas y en el interior. A veces, una inscripción está tallada con un palo en el cemento fresco, como “desconocido número 25”, o solo “africano”, e incluso “cadáver”. Únicamente de vez en cuando hay un nombre y tal vez una foto; si no, un número figura en lugar del nombre.

Hay semejanzas entre el manejo de los vivos y el de los muertos: códigos, líneas, números, máscaras. En ambos casos, son las historias individuales que nos devuelven a la persona. Un estudio de la Universidad Libre de Ámsterdam, “The human cost of border control”, nos ha permitido conocer los datos de personas nunca identificadas, como los del “nº 63”, una de las víctimas del gran naufragio del 3 de octubre de 2013, enterrada en Agrigento. Se trataba de una joven subsahariana, edad presumida 25 años, alrededor de 1,70 m, unos 75 kg, fallecida por ahogamiento. Un cuerpo corresponde a una persona, un número nunca es suficiente.


En los dos lados. Lo que hace la diferencia es la identificación. De un lado del Mediterráneo hay personas trabajando para devolver un nombre a un cuerpo; del otro, las familias de los desaparecidos que, sin él, no pueden celebrar el duelo. Los unos saben muy poco de los otros, pero cuando se encuentran es como cerrar el círculo. En las fotografías, arriba, Maria Rita Agliazzo, especialista en autopsias experta en el examen de huesos, muestra una sección de fémur cuyo análisis determina el rango de edad. Abajo, Daniele Daricello, técnico de autopsias del Policlínico de Palermo, muestra sus herramientas.


Las historias: el policía y el hermano sirio. Angelo Milazzo es adjunto a la Fiscalía de Siracusa. Inventó una forma personal de buscar a las familias de los desaparecidos y, para el naufragio del 24 de agosto de 2014, identificó a 23 de las 24 víctimas.

Su historia está conectada con la del abogado sirio Mohamed Matok, hermano de una de las víctimas identificadas por Angelo. Durante los dos últimos años, Angelo y Mohamed se habían mantenido conectados por Whatsapp, haciéndose amigos. Cuando este pasado enero, Mohamed pudo volar de Damasco a Sicilia para visitar la tumba de su hermano y hacerse con sus últimas pertenencias personales, Angelo le estaba esperando en el aeropuerto de Catania. Por fin, Mohamed daba con quien devolvió el nombre al cuerpo de su hermano. Se llamaba Bilal Matok. Tenía 16 años.


Las historias: «El barco de los inocentes». El 18 de abril de 2015 tuvo lugar otro naufragio en el Mediterráneo, el peor de los ocurridos hasta ahora. Más de 700 muertos, 28 sobrevivientes. El Gobierno italiano tomó una decisión sin precedentes: un año después del naufragio, el llamado “barco de los inocentes” fue recuperado del fondo del mar, a 370 metros de profundidad, y llevado a la base de la OTAN en Melilli, con más de 450 cuerpos todavía en la bodega. Comienza un trabajo de identificación sin precedentes de los cadáveres y sus efectos personales. Desde junio a noviembre, dos tiendas equipadas para autopsias trabajan noche y día en el hangar de la base de la OTAN. Todos los datos post mortem se transfieren a una base de datos en el Labanof, el Laboratorio de Antropología y Odontología Forense de la Universidad de Milán, que coordina las operaciones. Jóvenes técnicos de autopsias examinan cadáveres de personas de su misma edad y operadores funerarios montan demasiados ataúdes para depositar demasiados cadáveres. La anomalía está ahí: son 458 body-bags y ataúdes.


El cuarto de Mamadou. Mientras tanto, en el delta de Saloum, al sur de Senegal, los hermanos de Mamadou y su joven esposa ignoraban todo lo ocurrido. El 19 de abril de 2015, Ousmane, un amigo superviviente del naufragio, llamó a uno de los hermanos de Mamadou; le dijo que la noche anterior Mamadou y otro amigo con quien viajaba estaban en aquel mismo bote. Después del naufragio no volvió a verlos. Son dos de las presuntas víctimas del naufragio del 18 de abril, pero hasta ahora no hay pruebas, porque no ha habido identificación del cuerpo. Awa, la joven esposa del desaparecido, dio a luz a un bebé varón poco después de que su marido se fuera a Europa. Se llama Mamadou, como su padre.

Fieles a la tradición africana, los hermanos del desaparecido acaban de reunirse para declarar libre de volver a casarse a su todavía esposa, pero ella no quiere. «Se enfrentan a un duelo imposible», explica Miriam Orteiza, psicóloga de la Cruz Roja Internacional. «Aquí las personas sufren en silencio. Necesitan tener pruebas para aceptar la muerte, para poder procesar el duelo. Hay que tener un cuerpo».

Cierre. A miles de kilómetros de distancia, en las salas del Laboratorio de Antropología y Odontología Forense de la Universidad de Milán (Labanof), el trabajo continúa de forma ininterrumpida. Stanilla Lubeschi, tras finalizar su master de bioarqueología, paleopatologia y antropología forense, hace sus prácticas catalogando los hallazgos del naufragio del 18 de abril de 2015. Los recursos son escasos, el trabajo interminable. Aquí se cruzarán los datos de las autopsias con los que, a través de la Oficina de Personas Desaparecidas del prefecto Piscitelli y la Cruz Roja Internacional, llegarán de familias como la de Mamadou. No solo hallazgos biológicos: teléfonos oxidados, tarjetas SIM, carteras, coranes, granos de rezo, bolsas con un montoncito de tierra de casa, agendas, una lata de sardinas, pasta de dientes, una bufanda, un par de guantes marca Real Madrid con los nombres de Ronaldo y Kaka. También hay dos rosas falsas, rojas. Una ha perdido el tallo. Cada pieza se limpia, se seca, se cierra en una bolsa de plástico, se inserta en una base de datos con su descripción. Cada envoltorio contiene el código del organismo al que se refiere, la misma inscrita en la bolsa que contiene el cuerpo, sobre el ataúd, en el lugar del entierro. Pero no todos los objetos están relacionados con un cuerpo; un contenedor en el patio trasero del Labanof guarda varias cajas de objetos encontrados en el barco, en la bodega y en la cubierta, no imputables a un cuerpo en particular. Incluso éstos se limpian e insertan en la base de datos. No se puede saber qué objeto podrá ser reconocido por un pariente. Tampoco se sabe si alguien irá, ni cuándo.