Miguel Fernández
EL DOMINÓ TURCO

La losa de ser aleví en Anatolia

Los alevíes, cuya creencia heterodoxa absorbe preceptos místicos y monoteístas desde los remotos tiempos de Zaratrusta, representan alrededor del 15% de la sociedad. Pese a ello, no se sienten reconocidos y denuncian un proceso de sunificación que no entiende de colores políticos.

El 25 de marzo de 2016, en el conjunto de aldeas alevíes de Sivricehöyük, en la conservadora región de KahramanMaras, Done Göksungor se atrevió a desafiar a Recep Tayyip Erdogan. Ese día, en el que aún golpeaban los estertores del gélido invierno de la profunda Anatolia, Done decidió pasar la noche a la intemperie para protestar por la construcción de un campo de refugiados en Sivricehöyük. A ella se unieron, en la mayoría de los casos de forma temporal y bajo el eslogan “Ovama dokunma” (no toques mi meseta), varios centenares de alevíes de regiones vecinas y lugares tan alejados como Alemania y Suecia. Tenían una sola reclamación: «Que no se construyera el campo de refugiados, que se construyera en otra parte de la región donde hubiera suníes». Fueron meses de pugna, “de guardia nocturna”, como decían los locales, que sucumbieron, como cada voz contraria al Gobierno, tras la fallida asonada de julio de 2016. Entonces Erdogan aplastó la protesta, ahogada bajo el estado de emergencia aún en vigor, y continuó con la construcción del campo de refugiados que hoy ya está operativo.

En Sivricehöyük, un conjunto de dieciséis aldeas de 3.000 habitantes en las que Done ni nació ni creció pero de las que se siente parte, 25.000 sirios de creencia suní son vistos por los locales, de credo aleví, como un arma de asimilación. «Nuestra tierra es nuestra casa. Si se pierde, nosotros nos perdemos, morimos. El Partido Justicia y Desarrollo (AKP) trabaja para erradicar a kurdos y alevíes. Primero roban la tierra de las manos locales, luego mandan a sus allegados a esa tierra o hacen que se maten entre ellos o se vayan, y al final se reparten la región entre sus camaradas», se lamenta Done, de 53 años y oriunda de Hatay, durante un día de protestas.

El alevismo, una creencia heterodoxa con, entre otras, influencias del chamanismo túrquico, el chiismo duodecimano, los preceptos de Haci Bektas Veli, el sufismo y las creencias pre-islámicas, es seguido por el 15% de los anatolios. Desde 1514, debido a la represión que sobrevino tras la derrota de los safávidas del sha Ismail en la batalla de Çaldiran ante los otomanos, los alevíes, que por entonces apoyaban a Ismail y eran conocidos como los kizilbas o “cabezas rojas”, ven en el sunismo al mayor enemigo para su existencia. Tras la fundación de la República de Turquía en 1923, la situación de la comunidad empeoró al rechazar el proceso de asimilación kemalista, que entre muchas medidas prohibió las cofradías religiosas y el islam heterodoxo, y durante cien años memorizaron, como mal menor y con cada gobierno, el significado de la palabra éxodo.

La represión constante, con las masacres de Dersim (1938), Maras (1978), Çorum (1980) y Sivas (1993) coincidiendo con periodos de crisis política en la República, los daños colaterales del conflicto entre el Estado turco y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), la falta de trabajo, la discriminación o la asimilación han obligado a cientos de miles de alevíes a desplazarse, primero a Europa con las migraciones de los años 60, y más tarde a las ciudades del oeste de Anatolia, o a rechazar su cultura para integrarse. Por eso en Maras, Sivas, Erzincan o Malatya, sus tradicionales fortalezas, son hoy una clara minoría, mientras que en Dersim representan al 80% en una de las provincias más deprimidas del país.

«Nos quieren asimilar por ser alevíes. Maras es ahora el 70% suní, cuando antes éramos mayoría. No tenemos problemas ni con los refugiados ni con los suníes, que son nuestros vecinos y a los que hemos entregado hasta nuestras hijas. Simplemente desconfiamos. El Ejecutivo se dedica a dividir y crea esta situación en la que el ser humano, quiera o no, se enfrenta al otro», desgrana Done. Nihat, de 40 años, añade que «este campo de refugiados no solo lo construyen por el proceso de sunificación, sino para beneficiar a los empresarios del AKP, que podrán contratar refugiados baratos». Y para Huseyin, un anciano que sonríe entre la multitud, «Europa coge a los refugiados buenos y aquí manda a los malos».

La situación de los refugiados en Anatolia está sirviendo para todo tipo de especulaciones, sobre todo desde que se cerró el polémico acuerdo entre Turquía y la Unión Europea. En este tiempo, además de beneficiarse políticamente de la falta de moralidad de Bruselas, el AKP ha lanzado al menos un globo sonda para tantear la respuesta de los anatolios a la entrega de la nacionalidad a parte de los tres millones de sirios. Al instante se produjeron altercados entre panturcos y refugiados y la oposición entendió que este movimiento buscaba entregar rédito electoral a Erdogan. Pero entre los alevíes el temor va más allá de un gobierno temporal o de una era política como el erdoganismo, ellos hablan de supervivencia, de una lucha histórica que dura cinco siglos y en la que los sirios, sin pretenderlo, suponen una nueva amenaza.

El reconocimiento. La región de Maras, apreciada por su helado y ganadería, cuenta con otros campos de refugiados y es pródiga en migraciones. La falta de oportunidades y la represión han alterado en este siglo el componente étnico-religioso de la provincia, pilar de la resistencia otomana en la Guerra de Salvación. Los armenios, que según los locales llegaron a sumar el 40% de la población, recorrieron estas tierras en 1915. Los que sobrevivieron, nunca regresaron. Otros miles de alevíes tuvieron que abandonar Maras por el temor que desencadenó la masacre de un centenar de sus miembros a manos de hordas panturcas en 1978. Ese hueco, unido al dejado por las migraciones generalizadas del campo a la ciudad, fue ocupado por suníes. El resultado es desesperanzador para los alevíes: en Maras han pasado de representar el 35% a rondar el 20% del 1.100.000 habitantes actuales, y los partidos suníes han convertido la región en un feudo, como refrendó el 74% de apoyo a Erdogan en el pasado referéndum presidencialista.

En el barrio de Fatih de la ciudad Pazarcik, uno de los dos núcleos alevíes en Maras, Cennet Ortaç, secretaria del centro Haci Bektas Veli, recuerda que el mayor deseo del pueblo aleví es el reconocimiento del Estado turco que, pese a ser firmante de los tratados internacionales sobre la libertad religiosa, les considera como musulmanes pero sin reconocer como centro de culto a las cemevleri o casas de unión, ni especificar en el carné de identidad su alevismo: «Turquía es un Estado secular solo en el papel. Tenemos problemas con el DNI, con las cemevleri y con que nos cuenten como suníes. Además no queremos que la asignatura de religión suní sea obligatoria. Es una tortura para nosotros».

En la época del aperturismo del AKP, cuando las minorías obtuvieron tibios derechos, los alevíes pensaron que por fin podrían alterar su compleja situación, olvidada por los anteriores gobiernos. Más aún cuando el ex primer ministro Ahmet Davutoglu insinuó que las cemevleri obtendrían el estatus de centro de culto, lo que permite que la financiación provenga del Estado y no de particulares. Pero tres semanas después, el día de año nuevo de 2016, el Diyanet, o ministerio de Asuntos Religiosos, insistió, a través de su entonces líder Mehmet Görmez, en mantener el statu quo: «Siempre hemos tenido dos líneas rojas que nunca hemos abandonado: La primera es la definición del alevismo con una trayectoria alejada del islam, que contradice mil años de historia. La segunda es la definición de las cemevleri como alternativas a la mezquitas para el rezo».

Este negacionismo ha sido condenado repetidas veces por el Tribunal Europeo, que acusa a Turquía de violar el derecho a la libertad religiosa y de discriminación. El problema es que las sentencias no alteran la compleja situación de esta comunidad, cuyas ideas no tienen representación en el espacio público. Hege Markussen, experta de la Universidad Lund, explica que «la apertura aleví (reuniones iniciadas en 2009 entre representantes alevíes y miembros del Diyanet y el Gobierno) puede verse como las aperturas kurda o cristiana: el Estado no tenía la intención de discutir las reclamaciones de las minorías. El AKP ha atravesado fases, y en algunas se han visto simbólicos intentos para establecer un diálogo y en otras ha actuado oponiéndose al mismo, pero no ha garantizado derechos a las minorías, más bien dirige una política de asimilación suní».

Dogan Çogu, un kurdo aleví que está junto a su madre en las pedanías de la cemevi de Pazarcik, insiste en «un Estado secular de verdad» y explica cómo el proceso de asimilación afecta a su familia: «Mi madre habla un poco de turco y muy bien el kurdo. Yo hablo turco y un poco de kurdo. Mi hijo no va a hablar kurdo y sí turco. De la misma manera están asimilando a los alevíes». La madre de Dogan se asusta cuando saco la cámara. Se niega a hablar pese a la insistencia de su hijo. «Tiene mucho miedo por lo que ha vivido», se disculpa para volver a la «asimilación». «Después de la masacre de 1978, la gente huyó por el miedo y la falta de oportunidades. No tenemos problemas con los suníes, pero desde hace cincuenta años la gente se ha tenido que convertir para encontrar trabajo o ser funcionario».

El Estado turco, influido por los preceptos jacobinos, creó una estructura estatal centralizada bajo el control de una élite kemalista que impidió el acceso al poder a los otros grupos étnico-religiosos. Los piadosos que hoy apoyan a Erdogan también sufrieron la rígida interpretación de las ideas de Mustafa Kemal Atatürk, el fundador de la República. Un siglo después, la burguesía kemalista ha sido sustituida por una islamista que, tras la purga posterior a la fallida asonada de 2016, parece dirigirse hacia la conformación de un Estado de leales. Por eso, en pleno giro del AKP hacia el sunismo conservador, parece aún más complicado que una cemevi supere el estatus de taziye evi, como adquirió la de Sivricehöyük en enero de 2017, un centro para mostrar las condolencias a los familiares de los muertos pero no de oración.

Dersim o el ostracismo. Las ceremonias para los alevíes son en casos excepcionales como un espectáculo artístico, con bailes con ropas coloridas y elementos tradicionales, y siempre participativas. Hombres y mujeres comparten espacio dando vueltas como una grulla, que en las estepas de Asia simboliza la vida eterna, como el mundo, evocando el sufismo del Mevlana. La música suena ante las atentas miradas de los imanes Hussein y Ali, el fallecido cantante Mahsuni Serif y un grupo de dede o líderes de la comunidad. Está también el retrato de Haci Bektas Veli, referencia del alevismo, a quien se relaciona con los jenízaros, la guardia de élite del Imperio otomano que se asentó en los Balcanes con cada conquista y que sirvió, con su visión moderada del islam, para la conversión de cristianos.

Reflejo de su heterogeneidad, los alevíes cuentan de ellos mismos que solo coinciden en su temor a los suníes, ya sean kurdos o turcos. Discuten sin cesar si son o no parte del islam, si sus creencias son o no una religión, si pertenecen a la etnia kurda o turca, si tienen que respetar o no a Atatürk, quien ordenó la masacre de entre 13.000 y 50.000 alevíes en Dersim, o adorar a Ali, representante del chiismo. Además, sobre todo desde la Guerra Fría y más aún desde los años 80, época en la que irrumpió el PKK, han ido virando hacia ideas de extrema izquierda, llegando a rechazar que sean parte del islam y encumbrando al único alcalde comunista de Anatolia en Ovacik, en Dersim.

«Tenemos más de 2.500 años, antes incluso de Zaratrusta, que de alguna forma nos cambió. Para los alevíes hay muchas cosas sagradas: la naturaleza, el ser humano, una montaña. Luego tuvimos contactos con las religiones monoteístas. Por oposición al sunismo adoptamos a Ali y, por temor a Atatürk, nos camuflamos como sus seguidores. Pero no es real: ni queremos a Atatürk ni somos religiosos. De hecho, recorremos un camino en el que eliminamos la influencia religiosa dando más importancia a la sabiduría», explica Davut Kursun, antiguo miembro del Partido Comunista Marxista Leninista de Turquía.

Como muchos otros anatolios que veían peligrar sus vidas por la caza de comunistas de la década de los 70 del siglo pasado, Kursun emigró. Él lo hizo a Alemania, donde hay medio millón de alevíes, aunque desde 2010 regresa de vacaciones a Dersim. «Tengo todo lo malo para vivir en este país: soy kurdo, socialista... bueno, ahora no, ahora soy demócrata, y de Dersim», bromea sobre este oasis que rechazó con un 81% la reforma presidencialista de Erdogan. Porque a diferencia de Maras, aquí no sufren un proceso pronunciado de sunificación. El problema en Dersim es la dramática situación económica que fuerza el éxodo de jóvenes a las urbes del oeste de Anatolia y obliga a los locales a depender de las infraestructuras de regiones vecinas como Elazig, feudo del AKP. «El Estado es débil porque la vida se hace en torno a pequeñas aldeas, pero es complicado tener un futuro aquí. La economía no es buena y hay necesidades sin cubrir. Obligan a la gente a moverse. Por eso la sociedad tiene que organizarse», dice como solución Erdogan Emir, de 33 años.

Según el censo de 2016, Dersim tiene 82.193 habitantes, de los que un cuarto residen en la capital provincial y el resto, en pequeñas ciudades o aldeas remotas. Esta cifra supone una pérdida de población del 4,51% con respecto a 2015, un dato preocupante para una Turquía en plena expansión demográfica. Hülya Arslan, de 53 años, se entristece al ver los restos de su antaño gloriosa aldea. Para ella, que mira las casas derruidas, es una advertencia: «Los jóvenes no quieren vivir aquí. Apenas quedan diez vecinos y son todos de la edad de mi padre. No hay oportunidades laborales y si todos abandonan Dersim el Estado habrá ganado».

Temor a una nueva masacre. Alimentada por los discursos del odio contra las minorías, la alargada sombra de la persecución no abandona a esta comunidad, que no olvida las masacres durante la República y teme el ascenso del yihadismo en Oriente Medio. En 2017, el Gobierno aseguró que miembros del Estado Islámico, que considera herejes a los alevíes, tenían mapas del centro cultural Haci Bektas Veli de Ankara. A la inseguridad de la región se suman los discursos contra las minorías de pensadores y políticos cercanos al Gobierno. Por esa razón, Cennet Ortaç ve en Erdogan a una esperanza marchita: «No tenemos ningún problema con los del AKP, pero ellos sí con nosotros. Nos discriminan. Por eso, incluso si Erdogan hiciera algo bueno, no le apoyaríamos. No confiamos más en él».

Los alevíes sienten así que lejos quedan esas palabras de Erdogan que aseguraban que «ninguna cultura ni identidad serían denegadas» y cerca las organizaciones alevíes clausuradas con decretos, los académicos proAKP amenazando a «los bastardos de Ismail» y los altercados que, siempre que ocurre un problema en Anatolia, afectan a su comunidad: la noche de la asonada hordas suníes del ala radical del AKP atacaron a los alevíes en Malatya, Hatay y Estambul. Esta dinámica, como si de un bucle histórico se tratara, es una temeridad para Markussen, que recuerda anteriores masacres y teme por nuevas: «Los discursos del odio tienen el peligroso efecto de legitimar los ataques. Una de las peculiaridades de las masacres alevíes fue que el Estado no defendió a quienes estaban siendo atacados. Por eso veo el riesgo de vivir una nueva masacre. Y no solo en Turquía, sino que en el polarizado clima social de Europa podríamos presenciar crímenes en Alemania, en donde la mayoría de turcos son suníes».