Pablo González

El inicio del fin de la era Putin

Rusia elige hoy al que será su presidente para los próximos seis años. Tras una campaña en la que no se ha dejado nada al azar, eliminación técnica del principal rival incluida, el trámite de la votación en estas elecciones presidenciales abrirá la teórica última etapa en el poder del inamovible líder nacional desde hace ya más de 18 años.

Queda Vladimir Putin para rato, para felicidad de sus partidarios y descontento de sus detractores. Sin embargo, empieza la que a todas luces debe ser su última etapa en el poder. Para cuando termine el mandato en primavera de 2024, Vladimir Putin tendrá 71 años y, por el límite de dos mandatos seguidos, no podría presentarse otra vez a la presidencia. Por ello, en esta última ocasión nada se ha dejado al azar en la campaña electoral.

¿Por qué se da por hecha la victoria de Putin? A veces se dice que en Rusia existe solo un político, el resto tendrá que contentarse con lo que él y su administración les permita hacer. En el caso de la campaña electoral para las elecciones presidenciales se da una situación que en cierta manera corrobora esta afirmación. Se presentan un total de ocho candidatos, siete por diferentes partidos políticos y solo uno como candidato independiente, Vladimir Putin.

De sus contrincantes ninguno llega a día de hoy ni siquiera al 10% de intención de voto, mientras que el actual presidente obtiene un 70%. Sus seguidores señalan estas cifras como una señal inequívoca de la tremenda popularidad del actual dirigente ruso. Un análisis más detallado muestra que esta situación se ha conseguido mediante un intenso análisis de la sociedad y sus demandas, sin dejar prácticamente cartas para sus rivales.

Su programa es moderado, sin excesos en ninguna dirección, en la mayoría de los puntos, a excepción de la política exterior y militar, donde presenta puntos agresivos, como las intervenciones en Ucrania y en Siria, y una continua y costosa modernización de las fuerzas militares, especialmente el relativo al armamento nuclear. En el plano económico se ha rodeado de un buen equipo que ha sabido mantener a flote la economía rusa a pesar de las sanciones internacionales y han vuelto a la senda de un crecimiento moderado, pero con perspectivas positivas. La caída del nivel de vida que han provocado las sanciones no parece ser un lastre tras la ola de sentimiento patriótico alimentada por el Kremlin. Tampoco olvida los programas sociales, que si bien se han visto recortados, han propiciado una mejora discreta pero continua del bienestar de la población, incrementando la esperanza de vida y la natalidad y mejorando las infraestructuras en general.

La estrategia para mantener su popularidad en los mismos niveles hasta las elecciones se basa sobre todo en su trabajo como cabeza de Estado y sus logros. Durante los últimos meses, Putin ha intensificado sus viajes por las diferentes provincias y centros de producción, demostrando un conocimiento detallado de la agenda en cada visita, ya fuera en una reunión con jóvenes científicos, en un estadio de fútbol de los que se han construido para el campeonato mundial o una fábrica de automoción. En estos viajes se intenta mostrar cercano al pueblo tratando temas de actualidad y prometiendo soluciones precisamente a aquellas cuestiones que preocupan a la gente.

Por otro lado, se posiciona ante sus ciudadanos como un hombre que no dudará en enfrentarse al sistema. Sigue una estrategia de distanciamiento del aparato burocrático y la corrupción asociada, presentándose como candidato independiente y no por Rusia Unida que es a todas luces su partido, a pesar de que oficialmente no milita enél. Así evita la comparación con la época soviética y el partido único. Su imagen de luchador contra el sistema se ve reforzada por la campaña anticorrupción, por la que han sido detenidos varios altos cargos rusos en los últimos meses, entre ellos un ministro. Con esta limpieza de cuadros dirigentes, Putin aprovecha además para renovar figuras. En la misma línea se inscribe la reciente oleada de cambios de gobernadores. Lo que consigue con este movimiento es frenar la popularidad que pudieran adquirir los nuevos candidatos precisamente como efecto de la novedad. Él, Putin, se presenta como el único artífice de la renovación. Con ello se distancia de los problemas creados por él mismo y el sistema que encabeza.

Con todo ello, no importa demasiado lo que puedan hacer los demás candidatos, la victoria no se le puede escapar al actual presidente. ¿Para qué los necesita entonces? Ante todo, para evitar críticas sobre la calidad de la democracia en Rusia. Putin necesita una última elección sin sobresaltos, por un lado, pero por otro, con bastantes alternativas teóricas que calmen a sus críticos dentro y fuera del país. Los problemáticos comicios parlamentarios de 2011 y la vuelta de Putin a la presidencia en 2012, tras cuatro años como primer ministro, han dejado marca. En ese período el liderato real seguía en sus manos con un dócil Dmitri Medvedev como presidente. Entre 2011 y 2012, Rusia vivió las mayores protestas desde la primera mitad de los años noventa. El sistema nunca se vio realmente en peligro, pero fue un serio toque de atención que no ha olvidado. Los engranajes se ajustaron, se puso mayor atención a la nueva oposición nacida de esas protestas y a las ansias de población para disponer de nuevas opciones, aunque votasen después a los de siempre.


La hija alternativa de la élite. En las anteriores elecciones de 2012, la figura alternativa que debía contentar a los descontentos fue el oligarca Mijaíl Prójorov. Para muchos jugó lo que se considera un partido amañado, haciendo de simple comparsa legitimando unas elecciones sin elección. En esta ocasión, la oposición autodenominada fuera del sistema está representada por Kseniya Sobchak (Leningrado, 1981). Esta periodista es hija de Anatoliy Sobchak, jefe de Putin en los años noventa. Sobchak padre, que murió en 2000, fue alcalde de San Petersburgo de 1991 a 1996, y bajo su mandato empezó su carrera política el exagente del KGB Vladimir Putin.

Sobchak ha tenido una intensa carrera como figura pública, ha presentado diferentes programas en la televisión rusa y protagonizado no pocos escándalos. Se la consideraba una típica representante de la “juventud de oro”, los hijos de los millonarios y personas influyentes surgidos tras el fin de la URSS. Por ello sorprendió que en 2011 se uniera a las protestas. Desde entonces participa en diferentes iniciativas de la oposición no representada en la Duma rusa. A pesar de su activismo, nunca ha llegado a ganarse la simpatía de las bases de ese movimiento y de otras figuras opositoras destacadas. Una fuente de los círculos opositores rusos que pide el anonimato afirma que pocos tienen dudas de que Sobchak ha llegado a un acuerdo con el Kremlin para representar de alguna manera a los opositores y, de esa manera, evitar que los comicios vengan acompañados de grandes protestas. La fórmula es simple: «Ahí tenéis a uno de los vuestros para votar, ¿de qué os quejáis?». Según la misma fuente, Sobchak habría recibido 20 millones de dólares a cambio de presentarse en las presidenciales. El apoyo a su candidatura se lo ha brindado un partido sin representación en ningún parlamento regional en la Federación Rusa.

De todos los candidatos, ella es la figura más conocida tras Putin. Según varios sondeos, la conoce más del 90% de la población del país. La cara contraria de la moneda es que más del 70% tiene una percepción negativa de su figura pública. Ella, por su parte, se ha presentado como la candidata norteamericana. Ha viajado a Estados Unidos durante la campaña electoral; ha repetido la retórica norteamericana sobre la política exterior rusa; es la única candidata que se ha posicionado a favor de devolver Crimea a Ucrania, y se ha pronunciado en contra de cualquier intervención extranjera como la de Siria. Según las encuestas, es poco probable que supere siquiera el 3% de los votos.

Habrá que ver si tras las elecciones continúa con la carrera política o vuelve a su vida anterior de famosa y periodista.

Comunistas y liberales. El resto de los candidatos en estas presidenciales son menos originales, pero representan un abanico ideológico bastante amplio. Está, por un lado, el Partido Comunista de la Federación Rusa, que ha jugado la carta de presentar a una figura nueva y ajena al partido hasta ahora. En sustitución de su líder Guenadi Zyuganov han elegido como candidato al hombre de negocios Pavel Grudinin. Si bien al principio Grudinin subió en las encuestas, poco a poco ha ido bajando.

Declarado admirador de Stalin, Grudinin ha protagonizado una de las polémicas de la campaña electoral al hacerse público que su familia posee numerosas propiedades en el extranjero y cuentas en paraísos fiscales. El público tradicional de los comunistas aprecia su admiración por Stalin, pero no que tenga el dinero fuera del país. Es dudoso que repitan los resultados de 2012, cuando el candidato comunista obtuvo un 17% de los votos, siendo segundo.

Una de las dificultades con las que tendrá que lidiar es que competirá a la vez contra varios contrincantes del mismo espectro electoral. Así, por la izquierda tiene a Maksim Suraikin, el líder de una escisión del Partido Comunista. Representa algo así como una reencarnación del partido que intenta librarse de toda la carga que le ha supuesto ser simple comparsa de Putin.

En el ámbito patriótico, en la misma categoría que los dos comunistas juegan además Serguei Baburin, de la Unión de todos los Rusos, una formación conservadora y panrusa, y el más veterano y experimentado de todos los que se presentan, el populista del partido Liberal Democrático Vladimir Zhirinovskiy, de 71 años y en sus quintas elecciones.

Los otros dos candidatos son Grigoriy Yavlinskiy, del partido liberal Yabloko, y Boris Titov, del partido del Crecimiento. El primero es un clásico que tuvo fuerza en los noventa, pero que desde entonces ha ido perdiendo peso, siendo en la actualidad una fuerza política opositora, pero con poca incidencia incluso dentro de la oposición.

El segundo fue miembro de Rusia Unida, el partido en el poder en Rusia. Actualmente es el defensor de los empresarios; es decir, parte activa del sistema estatal. Su participación responde más a la necesidad de rellenar listas que a ningún objetivo electoral real.


Navalniy, lo opción que no fue. Con todo ello queda claro que nadie le puede hacer sombra a la reelección de Vladimir Putin. La única figura que hubiera podido conseguir hacer tambalear al actual presidente hubiera sido Aleksei Navalniy (Moscú, 1976), quien encabeza la Fundación Anticorrupción, organización que denuncia numerosos casos de corrupción o indicios de ella entre los altos funcionarios rusos.

También es, a día de hoy, la figura opositora más popular del país. Sin embargo, no le han permitido registrarse como candidato por tener antecedentes penales recientes. Una más que discutible sentencia por un caso de supuesta corrupción en la gestión de una empresa hace varios años ha impedido a este jurista poder presentarse, a pesar de que tuviera lista una importante red por todo el país para participar en las elecciones.

En declaraciones exclusivas para 7K, Navalniy asegura que no le han dejado participar en las elecciones porque «Putin tiene miedo. Tiene miedo de cualquier candidato realmente independiente, y a nosotros nos tiene un miedo aún mayor porque somos los únicos que de verdad luchamos por los votos de los electores. Tenemos una estructura por todo el país, a nuestra campaña se apuntaron 200.000 voluntarios, y Putin comprendió que el resultado de mi participación hubiera sido impredecible».

Sobre el resto de los candidatos y sus partidos opina que «es todo una farsa, y es un reflejo de la realidad política. Putin se ha creado un entorno político confortable con partidos políticos controlables. En este sentido, los partidos representados en el Parlamento poco se diferencian de Rusia Unida, la formación en el poder e, incluso, los partidos de ideología liberal registrados son parte del compromiso con Putin, el compromiso de no hacer nada».

Por todo eso, Navalniy llama a boicotear las elecciones, ya que es «la acción política y moral óptima. Participar en estos ‘comicios’ es algo amoral. Cualquier persona normal entiende que no son elecciones sino una reelección enmascarada». Con declaraciones de este tipo espera poder bajar algo la participación en la cita electoral, restándole algo de legitimidad simbólica, ya que en Rusia no existe un requisito de participación mínima.

Preguntado sobre el futuro y una posible unidad de toda la oposición, Navalniy opina que es algo que «no tiene sentido». Dada la realidad política, opina que «no hay con quién unirse y, sobre todo, para qué hacerlo. Hasta si unimos a tres partidos que tienen un 1% en las elecciones, el resultado será incluso menos de 3%. A la oposición no se la debe unir: se tiene que crear de nuevo, algo en lo que estamos trabajando, poniendo en el centro de la agenda política cuestiones tales como la pobreza, la injusticia y la corrupción».


«Generación Putin» y posibilidades de futuro. El entorno de Putin da a entender que difícilmente seguirá en el poder más allá de 2024 y las quinielas sobre quién será su sucesor llevan tiempo funcionando. Varias tienen opciones para llegar a ser la figura elegida, pero todavía es demasiado pronto para hablar con seriedad de ningún nombre concreto, ya sea porque en algún caso compite en edad con el actual presidente, o porque no cuenta, de momento, con peso político suficiente.

A priori, parece que deberá ser alguien a quien la “generación Putin” acepte. En elecciones podrán votar por primera vez los ciudadanos rusos nacidos con él en el poder. Estos jóvenes no han conocido otra Rusia que la encabezada por el actual presidente, y no necesariamente van a aceptar de buen grado a cualquier figura que éste proponga. Las protestas del año pasado, protagonizadas por estudiantes, muchos incluso de edad escolar, han demostrado que la teórica “generación Putin” viene con unas exigencias sobre libertades y nivel de vida diferentes –y mayores– a las de las generaciones que las preceden.

Una encuesta de octubre de 2017 señala que el 47% de universitarios rusos estaría dispuesto a votar por Putin. Una cifra que queda a más de veinte puntos por debajo del conjunto de la sociedad. Por ello, o bien el actual presidente les ofrece una alternativa de su agrado, o bien empieza a abrir el panorama político ruso dando opción a la creación de más partidos y figuras independientes. Sería un paso importante para dejar de ser el único político del país, como dicen sus detractores.

Estos seis años que se le abren a Vladimir Putin y a la Rusia que encabeza serán los que marquen finalmente su legado. Cuando acabe su mandato, en 2024, habrá sido el dirigente de la Rusia posmonárquica con más años en el poder, 24 nada menos, tras Iosif Stalin, quién gobernó de 1922 a 1953. Por un lado, seis años es un periodo bastante largo; por otro, tiene que empezar a tomar medidas para consolidar su legado y preparar un sucesor o un sistema que sea capaz de crear uno. Precisamente, la ausencia de un sistema abierto que sea capaz de crear su propia propuesta de candidatos es la mayor crítica que se le achaca al actual presidente. Aquí empieza el largo final de la era Putin.