XANDRA ROMERO
SALUD

Prevenir la demencia

La demencia es una de las enfermedades crónicas más frecuentes y para muestra, los 500.000-600.000 casos actuales que se han contabilizado en todo el Estado español. Asimismo, según el Instituto Nacional de Estadística la cifra podría llegar al millón a mediados de este siglo.

Es la población mayor de 65 años (sobretodo mujeres) la que presenta la mayor prevalencia, que se sitúa entre el 4% y el 9%, porcentajes que se elevan entre el 31% y el 54% cuando se superan los 90 años. El Alzheimer es la causa de demencia más frecuente, ya que esta enfermedad supone entre 50 y el 70% del total de casos, según un informe de la Sociedad Española de Neurología (SEN).

Pero antes aclaremos que la demencia no es una enfermedad específica, sino un término general que describe un deterioro de la capacidad mental, lo suficientemente grave como para interferir en la vida diaria o cotidiana.

Por ejemplo, y aunque los síntomas de la demencia pueden variar mucho, se tienen que ver afectadas al menos dos de estas capacidades para que se considere un caso de demencia: memoria, comunicación y lenguaje, capacidad para concentrarse y prestar atención, razonamiento y juicio y percepción visual.

Con este panorama tan “oscuro” parece inevitable que quien esté destinado a padecer esta enfermedad, la sufra sin remedio. De hecho, contabilizando los factores de riesgo no modificables estos alcanzan el 65% del riesgo total. Es decir, la edad y la carga genética siguen siendo los protagonistas.

Sin embargo, y por suerte, los investigadores continúan explorando el impacto de esos otros factores de riesgo que sí pueden ser modificados entre los cuales destacan las investigaciones en torno a la prevención a través de mejoras del estado físico y la alimentación. Así, una revisión importante de la revista científica “The Lancet” identificó nueve factores de riesgo potencialmente modificables relacionados con la demencia entre los que se encontraban la inactividad física, la presión arterial alta (hipertensión), la diabetes tipo 2 y la obesidad.

Pensémoslo. Nuestro cerebro, como cualquier otro órgano, se nutre gracias a los vasos sanguíneos que lo riegan. Por ende, cualquier cosa que dañe a estos en cualquier parte de nuestro cuerpo puede dañar los vasos sanguíneos de nuestro cerebro, privando a sus células de recibir los nutrientes y el oxígeno fundamentales. Así, los cambios en los vasos sanguíneos del cerebro están relacionados con la demencia vascular.

Por eso, esta es la base para comprender por qué todos los esfuerzos destinados a proteger nuestra salud cardiovascular son los mismos que pueden ayudar a prevenir esta enfermedad cerebral. La mayoría de estas estrategias son bien conocidas aunque no tan bien o tan frecuentemente respetadas (no fumar, mantener un peso saludable, y mantener la presión arterial, el colesterol y el azúcar en la sangre en los niveles recomendados).

Para conseguir una adecuada salud cardiovascular que prevenga además la demencia, es necesario practicar ejercicio físico regular pues está demostrado que el ejercicio puede beneficiar directamente las células del cerebro, ya que aumenta el flujo de sangre y oxígeno hacia el cerebro. Asimismo, se ha demostrado que la actividad física protege contra el deterioro cognitivo. En datos combinados de más de 33.000 personas, aquellos que eran altamente activos físicamente tenían un 38% menos de riesgo de deterioro cognitivo en comparación con aquellos que estaban inactivos. Lo que aún se desconoce es cuánto ejercicio es suficiente para mantener la cognición.

Por otro lado, una adecuada alimentación es esencial. La presión arterial alta y la obesidad, particularmente durante la mitad de la vida, aumentan el riesgo de sufrir demencia. En conjunto, estas patologías pueden contribuir a más del 12% de los casos de demencia. La diabetes tipo 2, además, aumenta hasta dos veces más las probabilidades de desarrollar esta enfermedad.

Por todo esto, y aunque todos estos esfuerzos no garanticen la prevención total de la demencia, actuar frente a los factores de riesgo anteriores no solo podría ser fundamental en el desarrollo de esta enfermedad, sino que serviría para mejorar nuestro bienestar físico y mental.