Janina Pérez Arias
los viajes (internos y externos) de un actor

«Mis sueños siempre han tenido que ver con ser libre»

Ojos saltones, nariz aguileña, delgadísimo y altísimo. Vincent Cassel (París, 1966) no pasa desapercibido. Desde que decidiera convertirse en actor a los 15 años, hoy en día, y después de recorrer mucho camino, ha conseguido convertirse en uno de los referentes del cine francés. Pasada la cincuentena, cada vez más las canas aclaran su cabellera salvajemente ondulada, mientras que el paso del tiempo también se ha encargado de dejar huellas en su rostro. Cassel ríe a carcajadas, se desplaza ágil por la habitación del hotel en la ciudad de Cannes donde se desarrolla esta conversación, a escasas dos calles de la algarabía que se forma durante el festival de cine más famoso del mundo.

Mientras esperamos a que se estrene en octubre en nuestras salas “Gauguin, viaje a Tahití”, el biopic dirigido por Edouard Deluc en el que encarna al célebre pintor impresionista, en esta ocasión Vincent Cassel tiene la misión de defender “Le monde est à toi” (presentada en la Quincena de los Realizadores y todavía sin fecha de estreno en salas), el segundo largometraje de Romain Gavras, una trepidante comedia negra, en la que el actor parisino se mete en la piel de un criminal de poca monta, ingenuo, falto de maldad, descocado, hasta el punto de resultar bastante entrañable. Con Romain, vástago del archifamoso realizador Costa Gavras, el actor comparte complicidad y una antigua amistad. Cassel fue el productor de su primer largometraje, “Nuestro día llegará” (2008), el cual también protagonizó. «Me siento muy identificado con Romain», confiesa, «ya que siendo ambos hijos de… hemos tenido que hacer nuestro propio camino». Además, le profesa una absoluta confianza y admiración, aceptando interpretar a un hombre bastante extraño en este filme que también retrata la relación entre una madre y su hijo: «No tenía idea de cómo interpretar mi personaje, a decir verdad, pero podría hacer cualquier película que Romain me propusiera».

Vincent aprendió a vivir con la etiqueta de “hijo de”, aunque en sus años de juventud le resultaba muy larga la sombra de Jean-Pierre Cassel (1933- 2007), actor, cantante y bailarín de gran fama.

¿Recuerda algún consejo en particular que le diera su padre para su carrera?

Me apoyó siempre. Recuerdo que me dijo dos cosas claves: que no hay reglas en este negocio y la otra fue que no hiciera perder dinero a la gente. Pensándolo bien, tenía toda la razón.

¿Cómo ve las relaciones no tan buenas entre padres e hijos?

El mundo no solamente está poblado de gente buena… (se ríe). Existen muchos padres de mierda como existen también hijos de mierda, y naturalmente de estos saldrán también padres de mierda… La diferencia la hace uno mismo, al tener conciencia y trabajar en ello.

¿Fue muy complicada su relación con sus progenitores?

Todas las relaciones con los padres son complicadas. La familia de la que procedes es una referencia y sientes la necesidad de tener que superarlo. Eso representa, por tanto, mucho trabajo para todo el mundo.

En la pubertad se produce una especie de rebelión, un deseo de liberarse…

¡Y esa confrontación puede durar años! A veces ni se llega a saber cuándo se resolverán esos problemas con los padres. Ojalá que sea antes de que se mueran, de lo contrario será más complicado…

¿Siendo adolescente tuvo usted muchos desencuentros con los suyos?

Tuvo mucho más que ver con las ansias de soltarme de ellos. En un plano más filosófico, puedo decir que cuando tus padres mueren es cuando te das cuenta de lo mucho que te pareces a ellos.

Como padre de dos chicas (las tuvo con su ex pareja, la actriz Monica Bellucci), ¿cuál es su mayor temor?

Que sean estúpidas. Ese es mi miedo más grande. Mientras tengan la capacidad de pensar por sí mismas, y de valerse por sus propios medios, creo que mi trabajo como padre estará hecho.

Un gringo en Río de Janeiro. A Vincent Cassel le llama la aventura, recorrer mundo. Como si de un cómico ambulante se tratase, se ha dado a la tarea de explorar diversas cinematografías en diversos continentes. Con “El odio” (Mathieu Kassavitz, 1995), se metió en el bolsillo a la crítica y al público más allá de las fronteras francesas y, a pasos acelerados, su filmografía se llenaría con sonoros nombres como Jacques Audiard (“Lee mis labios”, 2001), David Cronenberg (“Promesas del Este”, 2007), Steven Soderbergh (“Ocean’s Eleven”, en 2004, y “Ocean’s Thirteen”, en 2007) o Darren Aronofky, con su aclamada “Cisne negro” (2010).

¿Cuánto tiempo le llevó sentirse verdaderamente libre como actor?

Eres libre cuando encuentras papeles perfectos y te diviertes con lo que haces. Para ser honesto, hacer películas debería ser divertido, tu trabajo tendría que divertirte.

Usted ha estado en cinematografías muy diversas, ¿esto tiene que ver con su afán de más diversión, de más libertad?

Es, en efecto, una forma de sentirme libre. Es extraño, pero la internacionalización de un actor por lo general se obtiene a través de Hollywood, cuando te conviertes en una estrella hollywoodiense, y entonces todo el mundo te conoce. Pero para eso tienes que vivir en Los Ángeles, tienes que aceptar de una u otra forma el estilo de vida en Hollywood, las reglas del negocio y todo lo que ello implica. Ese estilo de vida no es precisamente el que me gusta. Yo soy francés, soy europeo, también soy un poco sudamericano, y mi libertad internacional la hallé tomando otro camino, haciendo películas en Corea, en España, en Brasil, en Italia… Alrededor del mundo me siento libre, y sigo siendo francés (se ríe).

En 2013 fijó su residencia en Brasil, ¿cuál fue la razón?

Algunas personas sueñan con Estados Unidos o con París y se van a vivir a esos lugares. Es como cuando te preguntan ¿cuál sería tu país preferido para vivir? En mi caso es Brasil. Siempre me ha gustado mucho ese país, y más desde que estuve rodando allí una película hace unos siete años (“A la deriva”, de Heitor Dhalia, 2009). Trabajar en Brasil es una manera de expresar mi relación con ese país; prácticamente soy el único gringo que de verdad hace películas allí y muchas personas me preguntan ¿pero qué haces aquí? (se ríe).

¿De dónde viene esa fascinación?

En un principio fue a través de la música, y siempre tuve el sueño brasilero. Pero cuando finalmente visité ese país por primera vez, me di cuenta de que la realidad superaba a mis sueños. Por eso decidí irme a vivir a Río de Janeiro. Aunque es un país muy caótico y peligroso, es precioso, caliente… Tal vez desde el punto de vista social tenga sus fallos; sin embargo, Brasil es una nación joven, como todos los países en América Latina y, en general, se percibe el aspecto salvaje de la juventud.

¿Quedarse afincado en Europa hubiera sido un corsé para usted?

No. Antes que nada es importante viajar mucho para darte cuenta de dónde provienes y, sobre todo, para entender y valorar lo que tienes, porque a veces, desde tu punto de vista europeo, piensas que todo es normal. Todo el mundo debería viajar para tener esos momentos de confrontación. Viajar es como sacarse el premio gordo de la lotería.

En «Le monde est à toi», la máxima felicidad del personaje principal es llevar una vida placentera y tener una casa con piscina. ¿Qué rostro tiene la felicidad para usted?

Cuando al final consigues tener una casa con piscina, tiempo después te preguntas: ¿Qué demonios hago yo con la piscina? Cuando sueñas con algo, tienes una visión idealista, sobre todo si es de posesiones materiales. Sin embargo, en mi caso, mis sueños siempre han tenido mucho más que ver con ser libre. Tengo una casa con piscina, que disfruto plenamente, pero al cabo de dos o tres semanas tengo que marcharme a trabajar a sitios donde, por lo general, no la hay.

¿Cree que en la cinematografía francesa hay escasez de películas tan osadas como «Le monde est à toi»?

Hay altos y bajos. He participado en muchas películas de ese estilo y es cierto que a veces el sistema impulsa cierto tipo de títulos, como es el caso de las comedias de bajo presupuesto que al final terminan siendo grandes éxitos de taquilla. Por otra parte, todos quieren sentirse a salvo, no correr muchos riesgos. Sin embargo, existen productores que logran colar en ese sistema filmes diferentes y, si los mismos logran alcanzar popularidad y generar algo de dinero, es una buena señal para futuros proyectos similares. Definitivamente, como actor me atraen mucho películas como la Romain Gavras, porque es impactante, mezcla géneros, toca temas sociales y, sin embargo, no trata de darte una lección… Romain es un director con una visión real, y está en la misma onda de otros directores con quienes he trabajado anteriormente como Gaspar Noe (“Irreversible”, 2002) o Xavier Dolan (“Solo el fin del mundo”, 2016).

¿A lo largo de su carrera ha sido difícil no rechazar papeles?

Más bien siempre he tenido la facilidad de decir que no. Es un privilegio poder rechazar lo que te ofrecen. En Francia tenemos un dicho: ‘Una carrera profesional se construye en base a tus no’. Esa frase encierra una gran verdad, porque tienes que ser bastante meticuloso en lo que haces, aunque estés tomando una decisión no muy acertada. Es cierto que mientras más selectivo eres, más te puedes reconocer en lo que has hecho; de lo contrario, te dejas llevar por otras cosas, como la necesidad de dinero o la competitividad con otros actores.

¿Qué pasa cuando cree que ha tomado la decisión correcta pero, en pleno rodaje, se da cuenta de que está en medio de un desastre?

Te toca entonces hacer acrobacias, volteretas, saltos mortales para delante y para atrás… Es que ¡no puedes parar en medio de un rodaje! De lo contrario te das una torta estrepitosa. Debes pensar que tienes que asumir la decisión que has tomado y cumplirla con todas las consecuencias. Cuando me he encontrado en una situación como esa, lo que hago es ponerme en el estado mental de ‘nada malo puede pasarme’, ‘algo bueno debe salir de todo esto’… Una vez finalizado el rodaje, ya comienza otra historia.