MIKEL INSAUSTI
CINE

«Ladri di biciclette»

En nuestro repaso a la historia del cine del pasado siglo no podía faltar “Ladri di biciclette” (1948), que se presenta de nuevo en Donostia dentro del Zinemaldia con su copia restaurada. Aunque antes estuvo en Cannes Classics, viene para impulsar la nueva sección Klasikoa, dedicada a la recuperación de obras clásicas mal conservadas. Esta valiosa restauración ha sido llevada a cabo por el Laboratorio L’Imagine Ritrovata de la Fondazione Cineteca Bologna, en colaboración con le Institut Lumière de Lyon. No podía ser de otra forma, porque “Ladrón de bicicletas” sigue figurando en todas las listas de las mejores películas de todos los tiempos, casi siempre entre las diez primeras. En su momento, conoció igualmente un éxito internacional sin precedentes, a pesar de que en su país no fue tan bien recibida con motivo del estreno. Las secuelas del fascismo se dejaron notar, y hubo un sector de la crítica italiana que consideró que daba una mala imagen de la ciudad de Roma y sus gentes empobrecidas. Tampoco contribuyó a generar buen ambiente el hecho de que Luigi Bartolini, autor de la novela, renegara de la adaptación por los cambios efectuados. En cambio, la corriente foránea fue favorable desde el principio, al ganar el Premio Especial del Jurado en el Festival de Locarno. Y más aún en el mercado anglosajón, ya que acumuló el Oscar, el Globo de Oro y el Bafta a la mejor película extranjera.

Las razones por las que “Ladrón de bicicletas” mantiene vivo su mensaje, a pesar de pertenecer a una época tan concreta como la de la posguerra italiana, es posible que emanen de su acertado análisis social. Digamos que el guionista Cesare Zavattini, que escribió la historia en comandita con Suso Cecchi D’Amico y el director Vittorio De Sica, dio con la tecla exacta en su crítica a los partidos políticos de izquierda y los sindicatos, incapaces de cambiar un sistema injusto para la clase obrera. Como consecuencia de dicho abandono, los pobres se vuelven insolidarios y se roban los unos a los otros, enfrentados entre ellos mismos para poder subsistir. Hoy en día asistimos a un fenómeno parecido, por culpa de una corrupción integral que lleva a las clases bajas a imitar a pequeña escala las ilegalidades que cometen las clases instaladas en el poder. La diferencia que observo radica en que entonces existía todavía la conciencia de clase, puesto que el protagonista sufre las consecuencias de verse impelido a robar, sobre todo porque teme ser un mal ejemplo para su hijo, y no quiere convertirse ante sus ojos en otro vulgar delincuente más, por mucho que se haya visto obligado a ello por las circunstancias adversas.

El paso del tiempo se aprecia especialmente desde el punto de vista económico, dado que en la actualidad la mayoría aspira a tener un coche familiar y una casa en propiedad. Nada más lejos de la realidad vivida por aquel Antonio Ricci, cuya única posesión era su preciada bicicleta. Al perderla, se queda sin su medio de transporte, imprescindible para encontrar un trabajo y desplazarse a él. La motorización todavía no se había popularizado, ni siquiera en Roma, así que sin bicicleta no era nadie, y no es que pretendiera emular al gran Fausto Coppi, que para entonces ya había ganado dos Giros de Italia.

En lo puramente cinematográfico, por el contrario, no parece posible trasladar a nuestros días la estética neorrealista. Del invento de Zavattini y De Sica se han conservado algunos aspectos técnicos, pero no lo esencial de una narrativa que se basaba en el costumbrismo, algo ya inexistente. Lo que queda es el recurso de los actores y actrices no profesionales, y que en el caso de De Sica, siendo actor profesional como era, le honra mucho más. Tuvo sonados aciertos de casting, empezando por el niño que interpretaba al pequeño Bruno Ricci, que se llamaba Enzo Staiola, y fue seleccionado por su manera de andar, si bien da una madurez sorprendente al personaje.