MIKEL INSAUSTI
CINE

«The Lusty Men»

Prácticamente la filmografía completa de Nicholas Ray podría aparecer en esta sección, porque estamos hablando de uno de los grandes, pero, puestos a elegir, quienes me conocen saben que siento especial debilidad por este western moderno ambientado en el mundo del rodeo. Y es que resulta muy difícil encontrar otra película semejante hecha en tono crepuscular sobre los vaqueros del siglo pasado y la competición en la doma de reses bravas, salvo la posterior “Junior Bonner” (1972), de Sam Peckinpah y con un Steve McQueen memorable. “The Lusty Men” (1952) es, si se quiere, una obra para conocedores, pues no todos la nombran al referirse al viejo Nick. Habla sobre el veneno del rodeo que se te mete en la sangre, pero es que los propios personajes de la película tienen esa misma condición y una vez que la has visto ya no se te despegan de la memoria jamás. Y en ello tienen mucho que ver las antológicas interpretaciones de Robert Mitchum, Susan Hawyard y Arthur Kennedy, quienes componen uno de los triángulos más conmovedores de la historia del cine.

La presencia en nuestras carteleras de “The Rider” (2017), estrenada casi siete décadas después, sirve para observar la diferencia entre la mirada masculina de Ray sobre el mito del vaquero y la femenina de la realizadora china Chloé Zhao, en la que el caballo y las praderas pueden cobrar una mayor dimensión que el hombre que monta ese animal que corre por los grandes espacios abiertos.

Es la lógica implacable que marca el paso del tiempo, porque los hombres errantes de Ray, como decía la versión doblada al castellano, ya eran representados como seres terminales condenados a desaparecer. Son plenamente conscientes en la película de estar tomando la última bocanada de aire dentro de un modo de vida que agoniza, pues lo único que les queda ya de la era del Salvaje Oeste son huesos rotos. Intentan, eso sí, conservar su integridad y su orgullo intactos, pero no les vale de mucho cuando ya no pueden practicar el estilo de montar arriesgado que les hacía sentirse vivos.

Es más, para ellos es lo único por lo que merece la pena seguir adelante, aún sabiendo que les hace sufrir y no van a poder disfrutarlo más. No es algo que provenga de un mal interior, sino que lo ven reflejado en los colegas de profesión que han caído antes y en el mejor de los casos se ven relegados a una silla de ruedas. Dicha tipología referencial del jinete roto aparece magníficamente caracterizada por el actor Arthur Hunniccut y cada vez que Robert Mitchum le mira es como si se mirara en un espejo.

También influye en esa mirada fatalista la cercanía de la muerte en sí, que se ceba, en forma de toro indomable dispuesto a cornear y patear, con el joven e inexperto vaquero encarnado por Walter Coy, quien deja viuda a la joven a la que presta su fisonomía Lorna Thayer. De inmediato, Susan Hayward piensa que la siguiente a la que le va a tocar quedarse sola es a ella, y así se entiende que en el fondo se sienta más que harta de convivir con unos locos suicidas. Sabido es que en el cine del viejo Nick las mujeres suelen ser más fuertes que ellos, como no podían serlo de otra forma para no verse desplazadas. No obstante, a diferencia de la poderosa Joan Crawford del inmediatamente posterior western “Johnny Guitar” (1954), Susan Hayward es la encargada de poner algo de cordura en la relación triangular que se establece con el marido y el amigo. El primero se comporta, en la caracterización de Arthur Kennedy, como el eterno aspirante a campeón, más pendiente de su colega y entrenador que de su mujer. El pretexto que maneja es el económico, pues su sueño de vaquero es reunir el dinero suficiente en los rodeos para comprarse un rancho, objetivo que conlleva la dependencia de algo que no deja de ser una lotería en la que casi siempre se acaba perdiendo.