MIKEL INSAUSTI
CINE

«Cul-de-sac»

El tercer largometraje de Roman Polanski, a la vez que define muy bien su estilo claustrofóbico próximo al teatro del absurdo, me parece su creación más original y rompedora gracias a la elección de un escenario natural muy poco común, como lo es también su título original en catalán, al que renunció la versión doblada al castellano optando por la traducción de “Callejón sin salida”. Ciertamente ése es el significado de una expresión que el cineasta polaco escogió por su utilización en los bajos fondos londinenses, de los que en la película proceden los dos personajes gangsteriles que huyen hasta perderse en el remoto y aislado lugar en el que transcurre la acción.

Polanski había dirigido antes en su Polonia natal “El cuchillo en el agua” (1962), con la que “Cul-de-sac” (1966) guarda muchas similitudes, pues vuelve a utilizar el esquema de la pareja cuya relación se ve alterada por la presencia repentina de un tercero, y si en la película polaca sucedía a bordo de un velero, en la británica ocurre en un castillo costero. Pero no era la primera realización que rodaba en inglés, porque en medio hizo “Repulsión” (1965). Después llegaría su corta y accidentada etapa en Hollywood, donde pudo sacar adelante “El baile de los vampiros” (1967), “La semilla del diablo” (1968) y “Chinatown” (1974). El resto de sus trabajos han sido ya europeos, destacando “Macbeth” (1971), “¿Qué?” (1972), “El quimérico inquilino” (1976), “La muerte y la doncella” (1994), “El pianista” (2002), “El escritor” (2010) y “Un dios salvaje” (2011). En la actualidad, y a sus 85 años, prepara una nueva versión del histórico caso Dreyfus, titulada simplemente “D.”.

Un aspecto fundamental en “Cul-de-sac” es su fotografía en blanco y negro, obra del maestro Gilbert Taylor, el cual llegó a vivir casi hasta los cien años, falleciendo hace cinco. Polanski confió en él en su etapa británica, consiguiendo extraordinarios resultados visuales de puro surrealismo en “Repulsión”. Contrató a Taylor porque había visto su trabajo previo para Richard Lester en “Qué noche la de aquel día” (1964) y para Stanley Kubrick en “Teléfono Rojo” (1964). Después pudo demostrar que también dominaba el color con Alfred Hitchcock en “Frenzy” (1972), con Richard Donner en “La Profecía” (1976) y con George Lucas en “Star Wars” (1977).

Otro colaborador imprescindible en el inicio de la carrera de Polanski fue el músico polaco Krzysztof Komeda, quien, con sus composiciones e interpretaciones de jazz free, le dio a la narrativa fílmica de su compatriota un aire de improvisación, incluso derivativo en medio de atmósferas extrañas y sorprendentes. Y, por último, es obligado mencionar a su coguionista Gérard Brach, que es quien mejor supo entender las peculiaridades de la obra polanskiana, siendo luego asimismo estrecho colaborador de Jean-Jacques Annaud.

Aunque si algo distingue, por encima de todo, a “Cul-de-sac” es su irrepetible reparto con el genial Donald Pleasence a la cabeza en el papel de un millonario norteamericano que presume de ser el propietario del castillo escocés en el que Walter Scott escribió “Rob Roy”, por lo que lo ha bautizado así. En realidad, es el castillo Lindisfarne en Holy Island, y en él vive tranquilo con la única compañía de la francesa Françoise Dorléac hasta que irrumpen un par de fugitivos heridos interpretados por el gran Lionel Stander y un Jack MacGowran agonizante.

El juego escénico de aislamiento del mundo exterior explota el hecho de que, cuando la marea sube, los accesos al castillo desaparecen bajo el agua y, pese a que el intruso lo único que quiere, mientras su compañero moribundo le espera fuera en el coche, es comunicarse por teléfono con su misterioso jefe Mr. Haselbach, se convierte en el detonante de una explosiva crítica a los valores burgueses como la propiedad, el matrimonio y la decadencia moral manifestada en juegos privados de erotismo travestido de puertas a dentro.