IKER FIDALGO ALDAY
PANORAMIKA

Cotidiano

Desde la irrupción de las vanguardias, el anhelo de tratar la cotidianeidad como uno de los grandes temas de la creación artística resultó ser el golpe definitivo para la revolución del conceptual. El famoso icono duchampiano del ready-made, que provocó una brecha determinante para tal y como entendemos hoy en día la producción contemporánea, supuso una alteración de las jerarquías diferenciadoras entre la obra sublime y el objeto banal. Con esto, los intentos de igualar los conceptos arte y vida dan lugar a movimientos culturales que impregnan los espacios de lo político. La Internacional Letrista o la posterior Internacional Situacionista alegaron una revolución desde las propias formas vitales que, sin duda, influyó en las bases del Mayo francés y en las posteriores tendencias contraculturales. Lo cotidiano y lo personal encuentran un territorio que nunca abandonarán. Un nuevo mapa que en la cultura contemporánea se ha desarrollado hasta límites antes inimaginables en donde los flujos de comunicación y la creación amateur superan cualquier barrera entre lo íntimo y lo privado.

Hasta el 4 de noviembre, la sala Kutxa Artegunea situada en la plaza del Centro Internacional de Cultura Contemporánea Tabakalera de Donostia, acoge la exposición “Eloy de la Iglesia. Oscuro objeto de deseo”; una muestra que nos introduce de lleno en el legado del cineasta guipuzcoano a través de la iconografía más reconocible de su práctica fílmica. Estamos ante una apuesta de corte divulgativo, un comisariado que intenta hacernos partícipes de la puesta en valor de una herencia poco reconocida y, sin embargo, de una relevancia inapelable. Ante el edulcorado discurso habitual de la década de los 80, Eloy de la Iglesia (Zarautz, 1944-Madrid, 2006) pone encima de la mesa una realidad de clase inmersa en lo marginal desde la que transcurren cuestiones como la droga, la homosexualidad y la ausencia de futuro. La sala de exposiciones presenta una cronología de su trabajo proponiendo un diálogo entre archivo fotográfico, sinopsis de películas e incluso una recreación de una escenografía plenamente identificable con las obras del director. Una oportunidad para acercarnos a una de las carreras más comprometidas y arriesgadas en la que lo biográfico compartía mundo con sus guiones, historias y personajes.

Eduardo Alsasua (Gasteiz, 1982) inauguró el pasado 5 de octubre en el espacio de la capital alavesa ARTgia su primera exposición individual en su ciudad natal titulada “Un paseo por el barrio”. Este título, que hace honor a la cercanía de la sala y el estudio, es toda una declaración de intenciones para situarnos como espectadores hasta el 3 de noviembre, en un lugar que incide directamente en la observación de un mundo propio que bien podría ser el nuestro. Un innegable control de la técnica, la luz y la composición hacen que las piezas de Alsasua nos aborden desde el primer momento. Cada cuadro parece detener el tiempo en una narración inconcreta de un momento del día, un detalle ante el que nuestra mirada es capaz de posarse durante unos segundos. La pintura ejerce una poética de la captación del instante, una captura visual que se nos presenta en telas de gran formato. Aun así, es conveniente no dejarnos llevar por la abrumadora destreza con los pinceles que desprende cada uno de los lienzos. Detrás de estos momentos salvados del olvido hay un proceso creativo en el que el acto pictórico entra para definirse entre texturas, trazos, materia y gesto. Si el realismo es la puerta de entrada, es aconsejable adentrarse para desgranar los entresijos de una creación de larga duración en la que el artista ha ido librando su propia relación con la realidad que lo rodea.