MIKEL INSAUSTI
CINE

«The House That Jack Built»

Con este título en inglés se presentó la última película de Lars Von Trier en Cannes, pero la versión doblada que veremos en las salas comerciales, y que se estrenará el próximo 25 de enero, se titulará “La casa de Jack”. Sigue siendo una producción danesa de su compañía Zentropa, pero ha sido rodada en los EEUU y con un reparto internacional, lo que ya ocurrió con “Bailar en la oscuridad” (2000).

“The House That Jack Built” fue mejor recibida, por ejemplo, en el festival de Sitges que en Cannes, donde hubo división de opiniones y muchos abandonos en la sala. No es nada que se salga del guion habitual perfectamente orquestado por el padre del movimiento Dogma 95, quien se reconoce a sí mismo como un provocador nato al que le gusta golpear y herir los sentidos del espectador con su cine, que ha de resultar siempre incómodo y difícil de asimilar o compartir.

El regreso del cineasta danés a Cannes traía consigo además mucho morbo, tras siete años apartado de la gran cita anual para el género de autor. El eterno enfant terrible de 63 años se presentó con una camiseta negra de letras doradas en la que bajo el logo del festival se leía le leyenda “persona non grata”. Por supuesto aludía al tirón de orejas público que sufrió por parte de la dirección cuando durante la presentación de “Melancolía” (2011) reconoció sentirse identificado con Hitler y la justificación del Holocausto.

Lejos de arrepentirse de sus palabras, el irreductible Lars quiso hacer ver que no ha superado aquella humillación, y que el episodio no le ayudó precisamente a superar sus problemas de alcoholismo. Es más, no faltaron enviados especiales al evento que quisieron ver en su nueva película un discurso vengativo. En todo caso sería hacia a las mujeres, que una vez más son las que peor salen paradas a cuenta de sus delirantes ataques de misoginia.

Lo que sí queda claro es que nuestro malicioso Lars, con el que sus seguidores en su masoquismo militante continúan conectados, ha buscado como alter ego a nada menos que un asesino en serie estadounidense, de los que solo matan a personas del sexo opuesto por decenas.

Pero no se trata de un psicópata del montón, sino de un iluminado que considera sus crímenes como elaboradas y disfrutables obras de arte. Estamos otra vez por lo tanto ante un genio infernal, lo que refuerza la teoría de que únicamente quienes se atreven a romper los códigos morales establecidos elevan su mente a una categoría artística superior y alcanzan la divinidad. El Bien es para los mediocres, mientras que el Mal queda reservado a las sensibilidades privilegiadas que cruzan al lado prohibido de la sociedad.

Supongo que para Uma Thurman, que protagonizó el díptico “Kill Bill” (2003-2004) a las órdenes de Quentin Tarantino, todo esto de la violencia gratuita no le quitará el sueño, así que no parece que sea de las que se deje impresionar por un villano nazi de salón como Von Trier. Peor lo pasó en su momento la pobre Charlotte Gainsbourg, que sufrió lo indecible en “Anticristo” (2009), aunque todavía le quedaron ganas de repetir en “Nymphomaniac” (2013). Junto a la Thurman hay otras dos actrices estadounidenses más en este particular victimario, que son Shioban Fallon Hogan y Riley Keough, una lista truculenta que completa la danesa Sofie Grabol.

De las sesenta supuestas víctimas del matarife encarnado por Matt Dillon se eligen cinco correspondientes a los capítulos en los que se divide la narración, con el añadido de un epílogo. Las muertes pretenden ser en su cruenta escenificación un muestrario de los horrores con ínfulas pictóricas.

Y cual personaje escapado de “La Divina Comedia” de Dante aparece en el cuadro Bruno Ganz, que actúa a modo de conciencia del protagonista. Una presencia que volvió a disparar las suspicacias entre los presentes en Cannes, por aquello de que el actor hizo de Hitler en “El hundimiento” (2004).