Víctor González
LA BATALLA DE LA ARAUCANÍA

Mapuches, en defensa de Ngulumapu

Al sur de Chile aún retumban las historias de los guerreros Lautaro y Caupolicán. Sus batallas contra los españoles en las llanuras y ríos de la actual Araucanía fueron el inicio de su actual lucha. Quinientos años después, los mapuches reclaman la soberanía de su territorio ancestral, pero ahora los obstáculos no son los jinetes a caballo, sino las instituciones chilenas que han cedido buena parte del llamado Ngulumapu a empresas privadas para su explotación. Las armas de resistencia tampoco son lanzas ni flechas, sino el activismo social en todas sus vertientes. Desde la cultura, el sindicalismo, la política institucional o, en menor medida, la violencia política, el pueblo mapuche persiste en su lucha para recuperar la gestión de su territorio.

Camilo Catrillanca, un joven mapuche de 27 años, ha sido la última víctima de un conflicto que hasta el presente otoño no era una prioridad para el estado chileno. Catrillanca conducía su tractor por una zona rural de la Araucanía, la IX Región de Chile, hasta que le disparó la Policía. Murió en el acto. Su muerte ha despertado una ola de protestas en un momento muy especial del conflicto. Por primera vez desde que se recuperó la democracia en Chile, un gobierno presentó un plan a gran escala para llegar a una solución pactada. Lo ha hecho el gabinete presidido por Sebastián Piñera, de clara línea conservadora y que ha llamado al proyecto “Plan Impulsa Araucanía”.

Las opiniones que se han ido formando en torno al plan son diversas. Y no solo sobre el proyecto gubernamental, también respecto al contexto actual que vive el movimiento mapuche y cómo afrontarlo. Desde el atril de la política municipal, a los pies del río Tirúa, hablamos de la Constitución con Adolfo Millabur; en lo alto de Cañete, suelo histórico mapuche, escuchamos la experiencia de las resistencias cotidianas de Natividad Llanquileo; y en el calor de un brasero en una comunidad rural, reflexionamos sobre la importancia de la cultura con el joyero Juan Painecura.

Una Constitución obsoleta. Justo se cumplen 42 años de la fundación de la comuna de Tirúa. Adolfo Millabur es alcalde de la municipalidad desde 1996, cuando se convirtió en el primer mapuche en Chile en llegar a una alcaldía. Dentro de una carpa ferial que bordea los últimos metros del río que da nombre a la comunidad, da su discurso de celebración a una población que vive con una de las rentas más bajas de todo Chile.

«Uno no sabe cómo acaba metiéndose en política; una cosa lleva a la otra, ya ves, empecé ocupando tierras y acabé en unas listas electorales porque me lo pidieron. Aún no sé muy bien cómo». Con una estufa calentando sus pies dentro de su despacho, Millabur es ahora vicepresidente de la Asociación de Municipios con Alcaldes Mapuches (AMCAM), que ejerce de lobby político en Santiago, la capital del país. Su figura es reconocida como una de las más importantes dentro de la lucha institucional de los mapuches. «Si hay un alcalde de origen mapuche, puede abrir espacios, correr los cercos que uno tiene. Hay un micrófono en mano para hablar con un sector de la población que los otros no tienen».

Su apuesta de resistencia y acción política es una más dentro del espacio ideológico y militante mapuche, pero pocos años atrás la política se veía como un lugar donde no tenía sentido actuar. De hecho, el mismo Adolfo Millabur tuvo grandes decepciones. En 1992 se aprobó la Ley Indígena chilena, «el punto cero de las relaciones entre el estado y los pueblos originarios», como dice Millabur. El Gobierno chileno, justo salido de la dictadura de Pinochet, llamó a varios activistas mapuches para que participaran en su redacción, entre ellos al actual alcalde de Tirúa. Ahora ríe cuando recuerda la experiencia: «Nuestra función era hacer de espectadores desde la galería y ver cómo se discutía en el Parlamento. Nos colocaban un interlocutor que luego hablaba con el Gobierno, y vaya usted a saber qué les decía a ellos. En mi juventud vi que no tenía sentido y me vine al proceso de recuperación de tierras».

Aunque decepcionado, Millabur siguió el camino de la política institucional, que ahora abandera la lucha por el fin del conflicto entre el estado y el pueblo mapuche a través de un cambio constitucional: quieren que se reconozca el carácter plurinacional de Chile y, por lo tanto, las diferentes soberanías territoriales que eso implica. «Así las comunidades tendrían un control real de sus tierras, no solo productivo, sino que las comunidades, ahora parceladas y troceadas, recuperarían su vida más comunal y colectiva».

Del mismo modo, viniendo de fracasos políticos y con una larga carrera, Francisco Huenchumilla apuesta por el cambio constitucional. El actual senador de la República por el Partido Demócrata Cristiano (PDC) es una figura clave para entender las decepciones de las comunidades mapuches con el diálogo con los diferentes ejecutivos chilenos. Fue antiguo delegado del Gobierno en la Araucanía con Michelle Bachelet y su apuesta era sentarse a negociar. Fue cesado después de que propusiera un plan político para llegar a acuerdos con las comunidades.

«El problema es que los diferentes gobiernos chilenos han visto el conflicto como una cuestión de seguridad y terrorismo, y no es así, estamos delante de un conflicto político y que necesita soluciones políticas», resalta el senador Huenchumilla. Como él mismo reconoce, le apena que diferentes ejecutivos de izquierdas hayan hecho caso omiso a las demandas del pueblo mapuche y se hayan comportado de la misma forma que los partidos conservadores. Ahora que el liberal de Sebastián Piñera está en el poder, se presenta el Plan Impulsa Araucanía. Según el senador: «Una gran noticia, puesto que por primera vez un gabinete reconoce la existencia de un conflicto político, reconoce al interlocutor, negocia con él y le propone un plan de acción». Aun así, prevé que la fuerte implicación de empresas privadas en el proyecto, a la par de la nula recuperación del control de territorio por parte de los mapuches, van a suponer unas fuertes trabas para aplicarlo.

El territorio, la base del conflicto. Pedro de Valdivia murió en las faldas del Fuerte de Cañete, donde sus avanzadillas coloniales se vieron derrotadas por los guerreros mapuches. Ahora, desde lo alto del fuerte, Natividad Llanquileo retoma la bandera de la soberanía territorial como solución al conflicto. Con el monocultivo forestal y las planicies con barracones para los trabajadores forestales de fondo, afirma que «la democracia chilena es la que da derecho a explotar a los mapuches».

Llanquileo es abogada del Centro de Investigación y Defensa SUR (CIDSUR), pero con anterioridad fue la portavoz de los presos políticos mapuches, entre ellos su hermano. Desde que tiene memoria ha estado ligada al activismo, puesto que con su familia ya participaba en tomas de terrenos – ocupación de parcelas de antigua propiedad mapuche, ahora en manos de empresas privadas – y, como ella dice, «nací en la lucha».

Desde su punto de vista, con marcadas influencias de las luchas estudiantiles y sindicales que lideró en 2011 en Chile, la del pueblo mapuche es una lucha para defenderse de los grandes empresarios. Se refiere a las empresas forestales que, ya con el golpe de Estado de 1973, se instalaron en las verdes colinas araucanas, convirtiendo los bosques nativos en cotos privados para la producción de madera.

Según cifras de la Corporación Nacional Forestal de Chile (CONAF), en 2017 la IX Región tenía 1,6 millones de hectáreas de bosque, de las cuales 632.000 estaban destinadas al cultivo forestal, siendo el pino y el eucaliptus el 90% del total de ese cultivo. El problema recae en que los nuevos cultivos afectan de forma drástica a todo el ecosistema, drenando de forma acelerada los fértiles terrenos araucanos. «Siempre hablan en nombre del progreso, pero su progreso nos está matando», recalca Llanquileo.

«Lo que no entienden tanto las empresas como los políticos es que para nosotros el territorio no solo son tierras para cultivar, sino que en la cultura mapuche ocupan un lugar espiritual», resume la abogada. Y es que una parcela de terreno no tiene un valor por sí sola, los mapuches valoran el conjunto territorial como un espacio que se mueve de forma coordinada y donde tienen que vivir en comunidad. «Para mí no tiene sentido irme a otro lugar, soy una mapuche en tanto que vivo en territorio mapuche».

Su solución para el conflicto es concisa: restitución de tierras, todas ellas, y soberanía para gestionarlas. A lo que añade, que el reconocimiento constitucional tiene que ir acompañado de una reforma territorial. Pero Natividad Llanquileo recuerda que «la política puede ser una vía para conseguirlo, cuantos más frentes abiertos mejor, pero el día a día de nuestra resistencia tiene que venir desde las comunidades, dónde vivimos».

Rodeada por los antiguos cañones españoles, la abogada habla de «la violencia cotidiana a la que los habitantes mapuches de la Araucanía se ven sometidos». Según ella, «hoy en día la policía actúa con una total impunidad, están desatados». Y pone como ejemplo al llamado Comando Jungla, una dotación policial militarizada que fue creada durante el último Gobierno de la socialista Michelle Bachelet. Entrenados en Colombia y puestos en marcha por el ejecutivo de Sebastián Piñera, los policías del comando fueron los responsables de la muerte de Camilo Catrillanca en un control el pasado noviembre.

Aun así, ya de pie y fijando la mirada en los valles de Cañete, recuerda y reivindica que «tenemos que ser nosotros los que digamos lo que queremos ser, porque somos nosotros los que lo sufrimos». Un mensaje claro a los proyectos que provienen del Estado.

Una cultura en transformación. La neblina cubre las mañanas en la comunidad de Padre de las Casas. El invierno acaba y las chimeneas humean de tal forma que se crea una capa gris que encapota aún más el cielo. Con su leña calentando la casa, el platero Juan Painecura enseña delante de la leña encendida su última colección de joyas mapuches, que rompe con los moldes tradicionales.

«Ya ven, la nuestra es una historia de adaptación y transformación forzadas», repite mientras repasa el contorno de uno de sus brazaletes. La cultura ha sido uno de los bastiones donde su pueblo se ha refugiado a lo largo de su incendiada historia. Como recuerda Juan, los mapuches han sido atacados e invadidos por los incas, los españoles, los argentinos y los chilenos. Todos ellos con la intención de dominar el que es su hogar, una tierra fértil y con miles de kilómetros de costa con abundante pesca. Ahora, la Araucanía es la región con la renta per cápita más baja de todo el país, ingresando unos 140 euros menos al mes que en el total nacional, según la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (ECSN).

Por eso, Juan Painecura afirma que «si nosotros no nos colocamos en el contexto global, desaparecemos. Si yo quiero que mi cultura se proyecte en el futuro, tengo que tener en cuenta no solo el escenario nacional desde el punto de vista económico, social, político o cultural. Tiene que haber un proceso de readaptación en las condiciones nuevas».

Mapuche y activista social, su militancia en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez durante la dictadura de Augusto Pinochet le llevó a prisión. Fue uno más de los miles de presos políticos del país en los años ochenta. Pero dentro del aislamiento de la prisión buscó algo con qué distraerse. Con un pequeño soldador y un poco de metal empezó a hacer bombillas para tomar mate. Ahora, más de veinte años después, es uno de los rüxafes (plateros) más distinguidos dentro de las comunidades mapuches de Chile.

En su pequeño taller, donde la plata cobra vida, pretende sacudir el arte de la joyería mapuche, con un alto valor espiritual. Propone abrir las puertas de su cultura, a veces hermética y recelosa, consecuencia de los largos años de represión y degradación por parte de las instituciones. «Y eso implica hacer ver a todo Chile, el Gobierno primero, que nuestra cultura es algo valioso más allá de lo folclórico», afirma. En resumen, reclama que se reconozca al pueblo mapuche como un elemento más del país y, como comparten la mayoría de los líderes de su pueblo, se reconozca tanto legal como socialmente el derecho a crear, transformar y reproducir la cultura mapuche de una forma soberana desde su territorio histórico.

Concentrado en su café de media mañana, define «la cultura como la vida diaria, con cambios, que son fundamentales. Como nosotros, que estamos en un espacio de constante transformación». Por lo tanto, habla de una resistencia que ya va más allá de lo más tradicional o identitario. Eso entronca con lo que dice Natividad Llanquileo, quien apuesta «por una lucha que vaya más allá de la cuestión de cultural, donde hablemos de desligarnos de un sistema económico que nos oprime». Y mientras, en la brava costa del Pacífico, Adolfo Millabur, con su estufa ya a medio gas, finaliza con una sentencia: «Las comunidades mapuches quieren que se reconozca que este es un conflicto de todo Chile, no solo nuestro. Así sí nos podríamos sentar a hablar. Y ahora me voy, que tengo que dar el discurso inaugural».