Miren Sáenz
Entrevue
Kathrine Switzer

«Cuando las mujeres cambian, cambia el mundo» - Kathrine Switzer

Kathrine Virginia Switzer (Amberg, Alemania, 5 de enero de 1947) fue la primera mujer que consiguió terminar un maratón con su correspondiente dorsal cuando las pruebas de 42,192 kilómetros eran exclusivamente territorio masculino. La historia es conocida y es emocionante escucharla en boca de su protagonista. Fue el 19 de abril de 1967 en Boston, el maratón más antiguo del mundo, en el que se había inscrito con sus iniciales [K.V. Switzer] después de demostrar a Arnie Briggs, el entrenador de la Universidad de Siracusa donde Kathy cursaba estudios de periodismo, que la única chica del equipo de cross era capaz de correr eso y más, hasta 50 kilómetros en una jornada.

Acompañada de su novio de entonces Tom Miller y el propio Briggs, y vestida con un cálido chandal en un día helador en el que la nieve le disuadió de correr en pantalón corto como pretendía, la dorsal 261 de 19 años protagonizó una de las imágenes más icónicas del deporte cuando el director de la prueba, Jock Semple, le espetó el famoso «sal de mi carrera y entrégame ese dorsal», mientras su novio, su entrenador y otros corredores impidieron por la fuerza que la echaran. «Fue una situación muy violenta. No sabía si íbamos a terminar todos en la cárcel, aunque en el reglamento no había ninguna mención a la presencia de mujeres. Durante un momento quise irme a casa de mi madre, pero enseguida pensé que tenía que terminar, aunque fuera de rodillas», cuenta.

La gesta de esta estadounidense significó el principio del maratón femenino porque siguió abriendo camino para que las mujeres progresaran en el deporte y en otros ámbitos. Hoy persiste en la tarea. Suele decir que aquel día tomó la salida siendo una niña y llegó a la meta convertida en adulta. A sus 72 años, Kathy continúa “pegada” al dorsal 261 y al chandal, cómodas prendas deportivas que le sientan como un guante y con las que comparece en cualquier acto: «Adidas me hizo mi primer contrato profesional a los 68 años; esta es mi ropa de trabajo», explica divertida.

Atleta, escritora, periodista, comentarista de televisión y activista feminista, la vida parece haberle recompensado en todas estas facetas. Como atleta ha corrido 40 maratones e incluso ha ganado alguno de los más prestigiosos –venció en Nueva York en 1974 y en 1975 quedó segunda de nuevo en Boston con su mejor marca en la distancia de 2 horas, 51 minutos y 37 segundos–. En 2017, en el 50 aniversario de su hazaña, participó en Boston junto a 13.000 mujeres y el año pasado acabó en Londres en 4.44:49. Como escritora obtuvo el favor de los lectores que devoraron su autobiografía, “Marathon Woman” convirtiéndola en bestseller y es también una reconocida periodista. Como referente de la lucha por la igualdad se ha ganado el respeto de hombres y mujeres, así como el agradecimiento de las deportistas. Switzer habló con 7K en la Universidad de Deustu en Donostia, después de recibir un martes y 13 [de noviembre] su enésimo galardón: el “Premio Deustu a los Valores en el Deporte”.

Nació en Alemania. ¿Cómo llegó a Estados Unidos?

Mucha gente piensa que soy alemana porque nací allí y por el apellido Switzer. Mis ancestros sí lo son; eran protestantes en un mundo católico y les persiguieron hasta que en 1723 emigraron a América. Yo crecí con las historias de mi familia, que fueron grandes pioneros de esos que iban hacia al Oeste. Por las noches en nuestra casa se contaban esas historias de gente valiente. Mi padre era militar, después de la Segunda Guerra Mundial fue a Alemania con el Ejército de ocupación; mi madre estaba embarazada y le siguió. Así que nací allí por casualidad, pero mis padres son americanos. En realidad soy totalmente americana.

¿Totalmente?

Bueno, ahora tengo doble nacionalidad, también la neozelandesa. Me casé hace treinta años con un neozelandés que es el gran amor de mi vida [Roger Robinson]. Era uno de los mejores corredores de Nueva Zelanda e Inglaterra, países con los que participó en los Campeonatos del Mundo. Allí se mantuvo imbatido en cien carreras, dominó durante una década. También ganó en la categoría Masters los maratones de Boston y Nueva York y tiene récords, después de empezar a correr esta distancia a los 43 años. ¡Parece increíble! En Boston, sobre la acera en la línea de meta, hay una placa donde están grabados los nombres de los ganadores. Yo no aparezco ahí, pero él sí. Es escritor, un gran periodista, historiador y profesor. Me casé con él por lo interesantísimo que era y, además, muy sexy. Es un hombre maravilloso.

Así que se juntaron dos almas gemelas con carreras paralelas.

Él probablemente me ha enseñado más sobre la igualdad de género que lo que aprendí en mi primer maratón de Boston. Intelectualmente me ha mostrado cómo ser iguales. Por eso vivimos en dos países, la mitad del tiempo en Estados Unidos y la otra en Nueva Zelanda. Decidimos, y esa fue mi idea, no tener que renunciar a lo del otro. ¿Por qué él debería dejar su carrera como vicedecano de la Universidad de su país o yo mi carrera en Nueva York? No es fácil, tanto como que hay 10.000 kilómetros de distancia.

Estudió periodismo, ha cubierto diversos acontecimientos deportivos, es escritora. ¿Con qué se queda?

Trabajé como periodista para televisión en los maratones de Boston, Nueva York, Chicago y Los Ángeles. Me dieron tres Emmy [los galardones anuales en la industria de la televisión estadounidense], uno por el maratón de Los Ángeles y dos por retransmitir el de Nueva York. La verdad es que odio la televisión, porque es algo efímero. Tienes que reaccionar tan rápidamente que no te da tiempo a transmitir el mensaje. Además, nadie presta atención. Mientras ves la tele, al mismo tiempo estás lavando la ropa. Con la prensa escrita es otra cosa, me encanta escribir. He escrito tres libros y para mí es como una carrera de fondo. Te olvidas de todo. Puedes pasarte la noche escribiendo y acabar un artículo, pero con un libro eso no vale. Lo comparo con un maratón: corres kilómetro a kilómetro y escribes página a página. Un libro se convierte en una parte de tu vida, como un hijo que das a luz. No tengo hijos, pero he escrito tres libros, así que es como si tuviese tres hijos. Al igual que con ellos suponen mucho trabajo, tienes que darles todo.

 

En Boston demostró que un gesto puede ayudar a cambiar las cosas. Ahora todo el mundo quiere hacerse selfies con usted, le dan premios, pero seguramente no siempre fue así.

Después de Boston me prohibieron estar federada, me descalificaron del maratón y no me permitieron correr. Pero en Estados Unidos y en Canadá los directores de carreras me invitaban a las suyas, seguramente por publicidad y también porque querían apoyar a las corredoras, que hubiera más mujeres en sus pruebas. Cuando yo llegaba me daban un dorsal en el que ponía “corredora no oficial” y, si terminaba en el octavo lugar me daban un trofeo de ese puesto y decían en el escenario: «Este es un trofeo no oficial».

Por cierto, tengo una historia sobre premios. La primera vez que corrí el maratón de Boston, mi antiguo entrenador me dio un trofeo por haber terminado, me apoyó muchísimo y lo sigo guardando porque para mí es muy importante. Pero en Donostia me pasó algo increíble: La vencedora de la Behobia, Aroa Merino, me regaló su trofeo y me dijo: «Tienes que tenerlo tú. Yo no estaría aquí corriendo esta carrera y ganando si tú no lo hubieras hecho antes». Así que la farola [el trofeo que se entrega a los ganadores de la carrera popular, idéntico al que reciben los actores y directores galardonados con el premio Donostia en Zinemaldia] ya es una de mis posesiones más queridas. La mayor parte de mis trofeos son horrendos y baratijas, los suelo regalar. Este, desde luego, no se lo voy a dar a nadie.

 

Aún pasaron unos años hasta que el maratón femenino se incluyó en los grandes eventos oficiales. Se hizo en los Mundiales de atletismo de 1983 y, un año después, en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, en los que usted tuvo algo que ver.

A finales de los años 70 y principios de los 80 trabajamos para que el maratón femenino se incluyera en los Juegos Olímpicos y por eso organizamos carreras femeninas. Necesitábamos los votos del COI. Tocamos la puerta de “Avon” [la empresa de cosméticos y productos para el hogar] para que patrocinara aquel circuito internacional, en el que llegaron a participar 27 países y miles de corredoras.

Después con «261 Fearless», una organización global cuyo nombre está inspirado en su dorsal, sigue impulsando el papel de la mujer no solo en el deporte.

“261 Fearless” es una fundación muy potente que va por todo el mundo. Hay distintos objetivos enfocados a empoderar a las mujeres estableciendo programas educativos, clubes locales, actos sociales… Creo que podemos hacer grandes cambios en lugares difíciles para muchas mujeres en situaciones duras. Puede ser tu vecina o una que vive en Afganistán, porque cuando cambias a las mujeres, cambias el mundo. Y a veces puedes cambiarles mostrándoles cómo poner un pie delante de otro. Correr es una transformación y el running es barato, funciona en cualquier sitio.

De hecho, muchas de las grandes atletas han salido de lugares desfavorecidos.

Por ejemplo, de África. Algunas están todo el día transportando agua en la cabeza y cuando empiezan a correr y ganan dinero lo invierten en poner agua potable en sus pueblos y llevan a sus hijos a la escuela.

El feminismo está viviendo un reconocimiento que antes no tenía.

Lo que ocurre en el País Vasco es increíble. No conozco ningún otro lugar donde públicamente se haya dicho que vamos a trabajar por un proyecto de paridad para igualar la participación del número de mujeres y hombres en una carrera. [50/50/25 es el plan del Fortuna para lograr que en 2025 su carrera tenga el mismo número de corredoras y corredores]. No solo es en la Behobia sino en la convicción de que las mujeres tomen parte en la educación, en el trabajo, en las empresas... Estamos avanzando muchísimo y este año es importante, porque las mujeres se están dando cuenta de que han avanzado más que nunca, pero al mismo tiempo, por la situación política, estamos en peligro de perder derechos, así que constantemente tenemos que defenderlos. Los hombres, también más que nunca, quieren ayudarnos. Lo veo en el running, en mis comparecencias. Necesitamos tener más contacto, más interacción, que no estén los hombres hablando por un lado y nosotras por otro. Y las jóvenes tienen que hablar con las mujeres mayores para comprender su historia y no repetir los mismos errores.

¿Qué le ha dado el atletismo?

Yo no corro en pista de atletismo, lo he hecho en el pasado pero lo mío es el running. Correr me da todo en mi vida: es mi libertad, me da salud, me quita el estrés, me ha dado una carrera profesional, a mi marido, pero sobre todo y, lo más importante, me ha dado a mí misma. Cada día que corro me encuentro, soy yo, es mi centro. También es mi religión, por eso no me hace falta ir a misa porque yo creo en la naturaleza y Dios está en todas partes.

Probablemente, el running es uno de los deportes más igualitarios y básicos que existen.

Correr no implica saber quién es el más rápido. En una carrera hay miles de personas, pero muy pocas de esas personas pueden ganar. Vas junto a un montón de gente que no conoces; no te importa su color, ni su orientación sexual, ni nada, y cuando acabas quieres besarles y abrazarles, a pesar del sudor y de que incluso huelan mal. Hay algo que compartir. Si lo podemos hacer en una carrera, ¿por qué no en la vida y en los negocios?

La Federación Internacional de Atletismo (IAAF) incluirá un relevo mixto de 4x400 metros el próximo otoño en los Mundiales de Doha y el COI en los Juegos de Japón de 2020, donde también habrá relevos mixtos en triatlón, tiro con arco, judo, tenis de mesa y natación, deporte al que ya se incorporaron en los Europeos de 2014 y el Mundial de 2015.

El enfoque del atletismo basado en el modelo masculino ha sido la fuerza, la velocidad y la potencia. Ahora sabemos que las mujeres tienen más energía, resistencia, flexibilidad y aguante que los hombres, pero no su velocidad y su fuerza. Con esto no quiero decir que hay que eliminar ni las pruebas de sprint, ni las de lanzamientos, sino que hay que añadir otras modalidades como correr 24 horas o carreras de seis días. Podemos crear nuevos deportes. Mi sueño es un relevo en el que los hombres, con su potencia y rapidez, puedan combinarse con mujeres que aportan mucha resistencia. Compartir el esfuerzo en relevos mixtos es un concepto muy interesante.

¿Cómo es su día a día?

En los días atípicos, que no lo son tanto, madrugo, quedo con periodistas, acudo a conferencias, cumplo con los programas que se han preparado. En los típicos respondo a los correos electrónicos. Siempre digo a todo el mundo, escríbeme, pero luego me responden centenares y no tengo tiempo para contestar a todos. Las redes sociales nos matan, tienen que ser instantáneas, todo tan rápido… Y eso que tengo un asistente que me ayuda con estas cosas. Paso mucho tiempo gestionando viajes, porque visito muchos eventos y frecuentemente voy de uno a otro sin pasar por casa y eso no me gusta, prefiero pasar por ella. A menudo pienso en cómo facilitarme la vida. Tengo 72 años y no quiero quedarme sin tiempo; me da miedo quedarme sin tiempo.