IKER FIDALGO ALDAY
PANORAMIKA

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L a exposición es la unidad básica del arte contemporáneo. Es el punto de partida desde el que nacen las propuestas artísticas, entendiendo desde su génesis una vocación expositiva. A su vez, esto la convierte en el sitio de llegada, el final donde confluyen todos los procesos de encierro y de trabajo interno para abrirse al público. El museo contemporáneo cumple una doble función como templo legitimado del arte. Por un lado, almacenar, catalogar y dar vida a una colección que justifica la existencia institucional e incluso física del centro (por la necesidad de almacenaje). Por otro, proporcionar las condiciones para que el hecho expositivo suceda y, junto a él, todos los satélites que se quieran proponer, mediación, programas formativos...

Complementando este modelo conviven las galerías privadas, los centros culturales o las iniciativas independientes que encuentran, desde su propia especificidad, una porción de protagonismo. Esto no quiere decir que los circuitos de los que se nutren sean paralelos, todo lo contrario. Múltiples artistas o piezas convergen por los diferentes canales que conforman el entramado de estos espacios, adaptándose a propuestas comisariales diversas que cuentan con su potencial para uno u otro proyecto.

Sería un grave error por nuestra parte dar a entender desde estas páginas que no existe otra manera de difusión de lo artístico que el mero modelo expositivo. Los límites, a los que tantas veces apelamos en estas líneas, superaron hace tiempo la mera producción objetual, entendiendo la creación contemporánea como un lugar en constante definición en el que el cuerpo, el audiovisual o la acción ya encontraron su lugar de enunciación.

Sin embargo, el imaginario colectivo respecto a la cultura del arte sigue situando en la tridimensionalidad de la sala y la contemplación pasiva las referencias populares del desempeño artístico. Esta circunstancia, aparentemente inocente, conlleva un difuminado de los múltiples matices que el trabajo del arte puede proponer y, en consecuenci, una homogeneización de los discursos de enseñanza y difusión del arte. Por tanto, puede que sea conveniente reflexionar sobre cómo desde el propio sistema del arte, dentro del cual podemos incluir la escritura, apelamos constantemente a lugares comunes que alimentan esta idea plana del propio mundo al que pertenecemos.

La sala Rekalde de Bilbo inauguró el pasado 15 de febrero una gran exposición a cargo del fotógrafo Carlos Cánovas (Albacete, 1951), que se extiende hasta el próximo 19 de mayo. “En el tiempo” es un proyecto que formó parte del programa de la madrileña Fundación Ico hace más o menos un año y que reúne gran parte de la producción del artista manchego. Una fotografía, con gran inclinación por la representación urbana, deriva entre las diferentes épocas marcadas por seis series que proponen un recorrido de carácter retrospectivo, “Tapias (1980)”, “Extramuros (1983-1990)”, “Vallès Oriental (1990)”, “Paisaje sin retorno (1993-1994)”, “Paisaje anónimo (1992-2005)” y “Séptimo cielo (2007-2017)”.

El 15 de marzo el centro Huarte abrió sus puertas para acoger hasta el 5 de mayo “Habitación siete-zazpi”, dedicada a los proyectos que se beneficiaron durante el 2018 de las ayudas a la producción sustentadas por el Gobierno de Nafarroa y el propio centro. Amaia Gracia, Andrea Ganuza, David Mutiloa, Estitxu Arroyo, Marisa Mantxola, Txuspo Poyo y Xabier Erkizia son los nombres que conforman el elenco. A través de sus proyectos, podremos llegar a disciplinas tan diversas como el documental, la danza, el arte sonoro o el cómic.