Fernando Mahía
tras la huella de tres milicianos y militares republicanos

CD Trintxerpe, zona cero de la amnesia histórica

Los lunes son día de reunión para la directiva del CD Trintxerpe, club de este distrito de Pasaia en el que las preocupaciones son opuestas a lo que, a veces, entendemos por fútbol. Que si a éste le falta por pagar una cuota de 50 euros, que si el otro no ha pedido la carta de libertad, que si aquel ya es mayorcito para acordarse de pagar sin que se lo tengan que recordar. Como el propio barrio, el equipo es humilde, de andar por casa, y en su directiva se juntan padres de futbolistas, exjugadores y aficionados. Muchos son, de hecho, las tres cosas a la vez. Por ello, cualquier tarea más allá de la habitual puede suponer un descuajeringue en los planes semanales de la directiva. Bastante tienen con organizar desinteresadamente un club con cientos de jugadores, pensarán, como para que aún alguien vaya y les pregunte por una figura del pasado –muy pasado– del club. Por un tal Francisco Rabaneda Postigo.

Era el padre de Paco Rabanne, el modista, que nació aquí antes de exiliarse en 1940–, se les comenta a los miembros de la directiva del CD Trintxerpe, como si este dato fuese a abrir alguna puerta en la memoria.

–Ah, sí, algo me suena... pero no sé quién puede saber sobre el tema.

–¿Has mirado en el libro de historia del club?–, comenta otro directivo.

Pero el caso es que en éste, publicado en 2002, coincidiendo con el 75 cumpleaños del equipo, tampoco se cuenta nada del personaje en cuestión. Otras posibles fuentes, personas que tuvieron contacto físico con este antiguo miembro del club, delegado y valedor del CD Trintxerpe en un tiempo indeterminado entre 1927 y 1936, están ya bajo tierra. Así, del paso por el club del comandante republicano Francisco Rabaneda Postigo ya solo queda una foto, algún recuerdo y poco más.

Se hace difícil representar mejor que con la historia de este hombre cómo ha tratado la historia oficial a un barrio que, durante la Guerra Civil, luchó en masa por la República. Amnesia es la palabra. Una amnesia que no solo afecta al club ni tampoco se ciñe, exclusivamente, al mencionado militar. Dicha desmemoria se extiende a la mayoría de vecinos que cayeron luchando contra el fascismo en 1936 y 1937. Y aunque Rabaneda Postigo, militar y andaluz, era lo contrario que la mayoría de los vecinos del barrio –por aquel entonces un gueto de pescadores gallegos en plena ría de Pasaia–, no se libró de correr la misma suerte que ellos: murió, perdió y fue olvidado.

Quizás por inmigrantes, por milicianos, o por obreros, quizás por ser héroes de nadie, las vidas de una gran parte de aquel Trintxerpe y su participación en la Guerra Civil han sido ignoradas por el relato oficial.

Pese a todo, si hoy todavía se puede mencionar el nombre de Rabaneda Postigo es porque forma parte de un exclusivo trío junto con Ramón Fariña Amigo y José Domínguez Villar, otros dos milicianos de Trintxerpe, estos sí pescadores y gallegos. En sus casos particulares, un pequeño flotador histórico en forma de hijo ha permitido que sus vidas, paralelas, sobrevivan hasta hoy. Contarlas, quizás, pueda servir como homenaje a los cientos que fueron borrados de forma definitiva por la rueda del tiempo, a los milicianos de este distrito pasaitarra de los que ya no se recuerda ni el nombre.

La quinta provincia gallega. La sede del CD Trintxerpe donde se reúne su directiva es una pequeña habitación del Palacio de Andonaegui, un viejo y señorial caserío que ahora funciona como centro cívico para el barrio. Al otro lado de la pared resuenan instrumentos de viento de la escuela local de música y, en los días de lluvia, ancianos y no ancianos se refugian en el edificio para ponerse a cubierto. A la misma hora, frente al palacio, en un campo de fútbol sepultado entre viviendas obreras, decenas y decenas de niños realizan el primer entrenamiento de la semana. Son la base del CD Trintxerpe.

Fue alrededor de este palacete, como si de un alcázar industrial se tratase, donde a principios del siglo XX se formó el gueto de pescadores que se acabó por conocer como Trintxerpe. Las razones tras su construcción fueron sencillas. Básicamente, Donostia necesitaba un basurero al que mandar toda la inmundicia que suele generar la riqueza desmesurada. Y lo encontró a sus puertas, en la bahía de Pasaia.

A principios del siglo pasado, con la ciudad viviendo su belle époque particular, con la nobleza y alta burguesía europea acudiendo a la Concha como uno de sus destinos predilectos, las élites de la ciudad necesitaban expulsar de su bahía, demasiado turística y con demasiado poco calado, a un puerto pesquero cada vez más industrializado. La solución, armadores como el dueño del palacete, Francisco Andonaegui, la encontraron al oeste de la ciudad, al otro lado del monte Ulia. Allí, en la ría de Pasaia, decidieron que se construiría el nuevo puerto industrial.

A su vez, la nueva pesca de altura requería de más mano de obra y, si podía ser, menos protestona que la de los combativos arrantzales locales. Por ello, los armadores miraron, esta vez, al este. Desde Galicia trajeron a marineros de Corme, Porto do Son, Corrubedo o Redondela, casi tan baratos y (supuestamente) dóciles como duros y expertos. A Pasaia se llevaron a unos cientos primero, unos miles después. Y para darles cobijo el mencionado Francisco Andonaegui construyó cerca de su palacio unas casas para estos mariñeiros. Por darle un nombre, al incipiente barrio situado al pie del monte Ulia se le quedó Trintxerpe. He ahí la génesis de lo que luego se conoció como “quinta provincia gallega”.

José Domínguez Villar y Ramón Fariña Amigo –los otros dos nombres que han sobrevivido a la amnesia junto a Rabaneda Postigo– llegaron a Trintxerpe desde Redondela (Pontevedra) y Corme (A Coruña), arrastrados por esa riada Galicia-Pasaia. Ellos, como muchos en aquellas calles insalubres y de eterno olor a bacalao, se casaron, criaron a sus hijos y, para sorpresa y desconfianza de los gerifaltes donostiarras, convirtieron a Trintxerpe en uno de los polos más izquierdistas y revolucionarios de Gipuzkoa. Los que no llegaron concienciados de la costa gallega se politizaron al entrar en contacto con el ambiente obrero de las zonas industriales del herrialde y así, en Trintxerpe, florecieron las afiliaciones a la CNT y otros sindicatos obreros.

En gran parte de la prensa local, biempensante y católica, al barrio se le acumularon los adjetivos: “Agujero bolchevique”, “problema religioso” o “Meca del sóviet rojo”. Eran inmigrantes, pobres, hablaban otro idioma y no eran, siquiera, católicos. Asustaban.

Francisco Rabaneda llega a la bahía. El sargento Francisco Rabaneda Postigo, militar malagueño de 24 años y veterano de la Guerra del Rif, fue destinado a Trintxerpe desde África en 1927, ya con el barrio convertido en una pequeña Galicia en plena ría pasaitarra. Allí asentó su vida con María Luisa Cuervo, una cántabra costurera jefa del mítico modista Balenciaga y militante del Partido Comunista. La pareja tuvo cuatro hijos: Olga, Pacífico, Dulce y Francisco, al que el resto del mundo acabaría por conocer como Paco Rabanne.

Entre los recuerdos de estos hijos, las imágenes que quedan de su paso por el barrio y las palabras atribuidas a trintxerpetarras ya fallecidos se puede dibujar a Francisco Rabaneda Postigo como un hombre de firme convicciones de izquierdas, de gran compromiso social y muy integrado en el barrio. Así, como delegado y miembro del CD Trintxerpe, el militar buscará a través del fútbol la integración también de una comunidad gallega que, para las élites de Donostia, eran poco más que apestados.

Sin embargo, el levantamiento franquista de 1936 y no el fútbol acabó por crear aliados inesperados. A los pocos meses, pescadores gallegos y gudaris del PNV estaban ya luchando juntos en las montañas de Bizkaia.

Se crea el Ejército de Euzkadi. Como en todo el país, el golpe del 1936 cambió por completo el panorama en Trintxerpe. Inmediatamente, las diferentes organizaciones obreras, vinculadas sobre todo a la CNT y al PC, con enorme presencia en el barrio, se organizaron en milicias para combatir el levantamiento militar. Primero, junto con milicianos de otras partes del herrialde, vencieron de forma temporal en la batalla de Donostia y, luego, pasaron a combatir en Peñas de Aia o en Irun. Fueron las semanas que precedieron a la inevitable retirada republicana hacia Bizkaia de setiembre de 1936, con la que se abandonó prácticamente toda Gipuzkoa al ejército franquista.

Ya organizada la resistencia en Bilbo, Rabaneda Postigo se alistaría en la capital vizcaina en las Milicias Antifascistas Obreras Campesinas (MAOC), de orientación comunista y que formaba parte del Ejército de Euzkadi que acababa de crear el lehendakari José Antonio Aguirre. Mientras, Ramón Fariña Amigo hizo lo propio en el Batallón Celta, milicia anarquista formada casi en su totalidad por inmigrantes gallegos. Domínguez Villar, por su parte, se enrolaría en los Batallones Salsamendi y Larrañaga. Inmigrantes y de izquierdas, los tres eran, ahora también, milicianos del Ejército de Euzkadi.

Su guerra, la de un ejército de retales de milicianos, gudaris y militares republicanos frente al preparadísimo Ejército del Norte de Emilio Mola, duró mucho más de lo que se podía esperar. Gracias a lo escarpado del paisaje y la resistencia de sus unidades, el Ejército de Euzkadi aguantó durante meses el frente en montañas vizcaínas como el Kalamua, Otxandio, Txibiarte, o Sollube. En ellas, paradójicamente alejados del mar al que habían venido a buscarse la vida, cientos de gallegos de Trintxerpe dejaron sus vidas entre 1936 y la ofensiva final del ejército franquista, iniciada el 21 de marzo de 1937.

Ni Fariña, ni Domínguez, ni Rabaneda lograron salir de dicha ofensiva con vida, que acabó con toda resistencia del ejército vasco. Los dos primeros cayeron en las batallas de los montes vizcaínos que precedieron a la toma de Bilbo.

Por su parte, Francisco Rabaneda, ya como comandante de batallón, luchó hasta la caída del Frente del Norte, oficializada con la rendición de Santoña (Cantabria) del 24 de agosto de 1937. Encarcelado en el penal de El Dueso, su último destino fue la playa de Berria, donde lo fusilaron el 15 de octubre de 1937.

La supervivencia. Josetxo Fariña, Josetxo Domínguez y Francisco Rabaneda Cuervo son los herederos, hijos y huérfanos de los tres milicianos de esta historia, nacidos en un espacio de dos años entre 1932 y 1934. Ellos, mientras sus padres combatían en los montes de Bizkaia, escaparon como pudieron a la barbarie de la guerra. También, a la posterior represión.

El mayor de los tres, Josetxo Fariña, dejó Trintxerpe en setiembre de 1936, escapando junto a su familia y casi todo el barrio de la llegada de las tropas franquistas. Tras refugiarse en Bilbo, la rendición del Ejército de Euzkadi al año siguiente le obligó a escapar de nuevo, esta vez en barco, hacia el Estado francés. En 1938 emprendió desde allí su camino de vuelta, aunque sin gran parte de su familia: además de su padre, su hermana y madre fallecieron en los bombardeos fascistas sobre la capital vizcaina,. Similar fue la odisea de Josetxo Domínguez, quien escapó en barco hacia tierras francesas desde aquel Bilbo asediado. Por su parte, Francisco Rabaneda Cuervo, el futuro Paco Rabanne, también escapó de Trintxerpe para, luego, sobrevivir en Gernika a los bombardeos de la Legión Cóndor junto a su familia.

Tras dichas peripecias, la vida de los tres huérfanos fue marchando cada una por su lado. Josetxo Fariña se enroló en la pesca del bacalao y embarcó hacia Terranova desde niño, prácticamente como hizo casi todo el barrio. Josetxo Domínguez, que se convertiría en su eterno amigo, se libró del mar para trabajar como empleado de banca. Ambos sobrevivieron al gris Trintxerpe de la posguerra y la represión y hoy, más de ochenta años después de la muerte de sus padres, siguen paseando por sus calles, conversando sobre esta historia y otras mil, herederos de la memoria de sus progenitores y la de los cientos de milicianos de Trintxerpe.

Porque lo cierto es que, entre los pocos homenajes que los luchadores del barrio recibieron, se encuentra el de Josetxo Fariña, que ha estudiado, cotejado y redactado en libretas y folios los nombres de cada miliciano del Ejército de Euzkadi, muchos de ellos vecinos suyos. Todos con su nombre, fecha de muerte, batalla, lugar de residencia en Euskal Herria e incluso, en ocasiones, fecha y lugar de nacimiento. Así, convirtió al suyo en prácticamente el único y más sentido homenaje que se les ha rendido a unos marineros que perdieron su vida; quién sabe si luchando por libertad, por justicia, o simplemente porque no los matasen.

Por su parte, la tercera pata de esta historia, José Rabaneda Cuervo o Paco Rabanne, cogerá con su familia un camino diferente. Por miedo a las represalias contra la madre y tras su paso por Gernika, la familia del comandante Rabaneda Postigo se exiliará en 1940. «Destrozada por el dolor, [mi madre] nos condujo a mi abuela, mis dos hermanas, mi hermano y yo al asalto de los puertos de los Pirineos para llegar a Francia, única vía de escape de aquella trampa mortal. A pie, entre la nieve y el frío, a merced de los ataques aéreos, conseguimos atravesar la frontera», contaría el modisto en su libro “Trayectoria”, ya firmado bajo el nombre de Paco Rabanne.

En el Hexágono, el hijo de la modista de Balenciaga sobrevivió también a la Segunda Guerra Mundial para acabar estudiando arquitectura, adentrarse después en el mundo de la costura parisina y convertirse en uno de los personajes más reconocidos de la moda internacional. De alguna manera, mediante su patrocinio de centros para inmigrantes y artistas sin medios, con su colaboración con diversos proyectos humanitarios y su defensa de la causa republicana, Francisco hijo realizó su debido homenaje a Trintxerpe, a sus milicianos y, sobre todo, a su padre. Recogió el espíritu que el comandante Rabaneda le transmitió por carta desde la cárcel de El Dueso, días antes de ser fusilado: «Tan solo he luchado por una causa que me creo justa y leal y en la que toma parte todo el pueblo español al impulso generoso de mantener una justicia de emancipación y libertad. Si alguna vez tenéis que intervenir en política no mantener más que un ideal, el del beneficio común […]. Muero defendiendo un ideal al que el mañana más próximo vosotros acaso seréis los mejores luchadores».

El recuerdo. Como de forma maestra describe Almudena Grandes en su libro “Inés y la Alegría”, «la Historia inmortal hace cosas raras cuando se cruza con el amor de los cuerpos mortales». Así, el amor de tres hijos por tres padres a los que nunca conocieron hizo que las historias de Rabaneda Postigo, Fariña Amigo y Domínguez Villar, mal que bien, sobrevivieran al tiempo; que se convirtiesen en la excepción a los cientos de trintxerpetarras doblemente muertos: en la guerra y en la memoria. Por todos los otros, nada se ha hecho salvo los contados trabajos de historiadores como Dionisio Pereira, Sergio Balchada, Xabier Portugal o Xosé Estévez. Para ellos, la amnesia.

Así, aunque es muy probable que alguno de los chavales que cada lunes entrenan en los campos de Andoanegi cuente con un antepasado gallego y miliciano que murió combatiendo; más probable es aún que nunca nadie le vaya a contar la historia de su derrota. Porque por haber sido la de un inmigrante, pobre, miliciano o gudari, por no haber tenido la suerte de que el recuerdo de un hijo la haga sobrevivir, la memoria del bisabuelo en cuestión se ha esfumado. Y en Trintxerpe ya no habrá dios que la recuerde.