MIKEL SOTO
gastroteka

Más cine, comedia y comida

Hace unos meses escribí “Cine, comida y comedia” y llegué hasta la década de los 80 dejando lo menos que pude fuera. Voy a empezar otra vez con los Monty Phyton, tomándome un año de licencia para hablar de la película de 1979 “La vida de Brian” y su secuencia de la sesión infantil de gladiadores, que comienza con Brian voceando por el coliseo su mercancía imperialista romana: «¡Lenguas de alondra, hígado de chorlito, seso de jaguar, orejas de jaguar, pezones de loba… Compren mientras están calentitos!». Brian se acerca a los miembros del Frente Popular de Judea que le rechazan por no vender “comida normal”, dando paso a la indeleble escena que se mofa del sempiterno sectarismo de la izquierda, y sigue valiendo a día de hoy para ilustrar en nuestro pueblo a un puñado de peleles en las gradas de un circo viendo un cruel espectáculo social mientras gritan: «¡Disidentes!».

La siguiente película es “Érase una vez en América” (1984), la que a día de hoy creo que sigue siendo mi película favorita. La música de Ennio Morricone me sigue sacando las lágrimas y eleva a un lugar hermoso, divertido y emotivo la escena en la que el joven Patsy va a buscar a Peggy para tener sexo a cambio de un pastel de merengue que empieza a probar tímidamente por entre los pliegues del envoltorio, y termina disfrutando como solo un niño puede en una época de hambre e injusticia social.

La siguiente escena es la de la disparatada y divertidísima comedia de Blake Edwards “Cita a ciegas” (1987) en la que un Bruce Willis, que no ha medido bien las consecuencias de darle alcohol a su cita, está en una cena de negocios. El impertinente camarero que corrige a Willis exagerando la pronunciación francesa de los nombres de los platos me ha divertido siempre, y hasta no verla recientemente no recordaba por qué cuando quiero ridiculizar cierto tipo de comida digo con un estúpido acento francés «Ó de beggosh…» en honor a una maravillosa Kim Basinger que le pregunta al engolado camarero «¿De verdad sabe francés o solo se sabe el menú de memoria?» y le sugiere que se meta un pincho «por donde le quepa» y se haga «un flambé».

En esta recopilación de los 80 está por méritos propios el gazpacho de “Mujeres al borde de un ataque de nervios” (1989), de Pedro Almodóvar. Siempre me ha hecho gracia la pasión con la que los españoles reivindican ahora al “manchego universal”, que hasta ser nominado al Oscar con esta película tenían ostratizado –ni un solo Goya hasta entonces– por su transgresión y por el daño que les hace parte de la imagen de España que les devuelven sus películas. Toda la trama del gazpacho con tranquilizantes es hilarante, y Carmen Maura está inmensa cuando el policía encargado de dar con la célula chiita le pregunta antes de caer dormido «¿Qué tiene este gazpacho?» y ella le contesta con una intensidad tragicómica: «Tomate, pepino, pimiento, cebolla, una puntita de ajo… Aceite, sal, vinagre, pan duro y agua. El secreto está en mezclarlo bien».

Requisitos de chiste. Son “Un pez llamado Wanda” (1989), la escena de la tortura al tartamudo K-K-K-Ken (Michael Palin) realizada por un Kevin Kline que se ganó merecidamente el Oscar por su interpretación del psicópata Otto es tronchante. La afirmación de Otto mientras come fish and chips de «contribución inglesa a la cocina mundial: la patata» cumple los que, acertadamente, Xabier Mendiguren Elizegi considera dos requisitos fundamentales para que un chiste sea bueno: que sea verdad y que sea malvado.

Y, recordando otra vez a Carmen Maura en “¡Ay, Carmela!” (1990), cierro con la escena en la que un mudo Gabino Diego le recuerda en su pizarra a Andrés Pajares que en vez de conejo ha comido gato. En la próxima, nos reiremos de los 90.