MIKEL SOTO
gastroteka

Más gin tonic, por favor

Viendo que ya está aquí el verano, vamos a hablar otra vez del gin tonic, particularmente de la tónica en esta ocasión. Su base, la quinina, ha desaparecido prácticamente de las tónicas que bebemos a día de hoy por su toxicidad –causa cinconismo–, y únicamente consumimos aroma de quinina, pero merece la pena repasar la historia de la C20H24N2O2.

La quinina o chinchona es un alcaloide natural, blanco y cristalino –es el sulfato de quinina el que hace que brille bajo la luz ultravioleta–, con propiedades antipiréticas, antipalúdicas y analgésicas, producido por algunas especies del género Cinchona. El nombre de la planta Cinchona se debe a la Condesa de Chinchón, esposa del Virrey de Perú en el siglo XVII, que tiene varias contradictorias historias que la hacen, a ojos coloniales, merecedora de ese dudoso honor. El nombre del compuesto proviene de la palabra quechua quina, que significa corteza y, por sus propiedades milagrosas, los nativos la llamaron quina-quina, es decir, corteza de cortezas.

En 1568, los jesuitas crearon en el Colegio San Pablo de Lima el laboratorio farmacéutico que introdujo en Europa la quinina, que empezó a exportarse en el año 1631 y que se conoció como “corteza jesuita”. Durante las guerras religiosas de la época, la corteza jesuita fue considerada un instrumento de penetración demoníaca por parte de los protestantes y hubo una resistencia contumaz a su uso, con los consiguientes perjuicios para la salud de miles de personas que perecieron ante las epidemias de malaria.

Una vez superado en toda Europa el temor a la posesión papista y diabólica de la quinina, su popularización fue inmediata. En 1783, aunque está claro que su uso llegaba tarde a la historia, fue el relojero alemán residente en Ginebra Johann Jacob Schweppe quien inventó la primera agua carbonatada. En 1792, fundó en Londres la empresa J. Schweppe & Co., que fue apadrinada por Guillermo IV, permitiendo a Schweppe empezar a usar el favorecedor reclamo by appointment to the King, es decir, por la gracia de su majestad.

Invención. Así pues, sobre 1820, los soldados del ejército británico en la India, con intención de prevenir la malaria, mezclaron la quinina con azúcar y agua y crearon la Indian Tonic Water. La leyenda dice que, para hacer más agradable el sabor amargo, añadieron ginebra a la mezcla aunque, en mi opinión, los soldados coloniales únicamente querían un pelotazo. En cualquier caso, había nacido el gin tonic, que se extendió rápidamente por las colonias inglesas de las zonas tropicales de Asia y África, pronto se convirtió en bebida emblemática del Imperio Británico y después en glorioso elixir que, dos siglos más tarde, a los borrachines de medio mundo nos sigue entusiasmando.

Pese a que sin ginebra también funciona, solemos pedir un gin tonic para hacer la digestión; y es que la quinina induce la secreción de saliva y flujos gástricos que ayudan a hacer una digestión más rápida y completa. Aun así, las y los aficionados al gin tonic solemos olvidar que un litro de tónica proporciona entre 350 y 400 calorías “vacías”, es decir, en torno a 90 gramos de azúcares sencillos.

La tónica más utilizada en nuestro entorno es la Schweppes y, en su gama, creo que es la mejor; es muy carbónica, por lo que aporta una sensación muy refrescante, aunque también es muy dulce. Entre las nuevas y caras que han proliferado últimamente, creo que la mejor es la Fever Tree, ya que permite que cualquier tipo de ginebra brille por sí misma. La última vez, al hablar del gin tonic se me olvidó daros un último consejo: si os gusta, no hay problema, pero sabed que echar zumo de limón elimina las tan deseadas y refrigerantes burbujas.