Iñaki Vigor

Ordesa, belleza salvaje protegida

El nombre de Ordesa evoca cañones, ríos, cascadas, bosques, montañas, simas, sarrios, quebrantahuesos… todo un mundo salvaje cuya belleza está preservada con las máximas figuras de protección a nivel mundial. Es destino habitual de numerosos senderistas y montañeros vascos, unos para empaparse de naturaleza y otros para ascender cimas que superan los 3.000 metros de altitud.

Torla es la puerta principal al valle de Ordesa. Este bonito pueblo está enclavado en Sobrarbe, comarca que perteneció al Reino de Pamplona allá por el siglo XI, cuando Sancho Garcés III guerreaba con los ejércitos árabes que se acercaban al Pirineo. La iglesia de Torla se muestra altiva desde sus 1.033 metros de altitud, pero resulta insignificante frente a los 2.845 metros de Mondarruego, el impresionante paredón rocoso que aparece de telón de fondo. En Semana Santa y verano está prohibido acceder en vehículo particular a Ordesa, por lo que la inmensa mayoría de visitantes toma el autobús que les traslada hasta la Pradera en un trayecto de ocho kilómetros. Esa zigzagueante carretera no existía hasta hace pocas décadas. Los vecinos de Torla y otras localidades de la comarca recorrían esa distancia a pie por una ruta que hoy es tan admirable como desconocida. Es el camino de Turieto, que fue trazado por la parte más cómoda del valle y atraviesa un bosque casi virgen de hayas, abetos y pinos silvestres, de musgos y bojes gigantes.

Tras tres horas de pausada caminata llegamos a la Pradera y aparece el majestuoso Tozal de Mallo, un gran espolón rocoso que visto desde abajo se muestra inaccesible, pero dispone de una fácil ascensión. En la Pradera está la parada del autobús, la oficina de información y un bar-restaurante donde los visitantes toman fuerzas antes de remontar el río Arazas para dirigirse hacia la cascada de la Cola de Caballo o el refugio de Góriz, los dos destinos más habituales. Situado a 2.200 metros de altitud, Góriz es paso y descanso casi obligado para quienes buscan el Monte Perdido, ya que desde la Pradera (1.320 metros de altitud) hay un desnivel de dos kilómetros hasta esta prestigiosa cima.

Una alternativa cómoda para apreciar la grandiosidad de Ordesa es ir a los miradores de la sierra de las Cutas, vertiginosos balcones que nos asoman al precipicio, con una caída vertical de casi mil metros. El fondo de este cañón de 15 kilómetros de longitud es un mundo de agua y vegetación que contrasta con la aridez de la sierra.

Un paseo de tres horas a 2.200 metros de altitud nos permite apreciar la forma en “U” del cañón, lo que significa que tiene un origen glacial. También vemos marmotas, sarrios, buitres leonados y quebrantahuesos; los circos de Carriata y Cotatuero; las fajas o cornisas que recorren las paredes del cañón por sitios inverosímiles; pero sobre todo contemplamos la inmensidad de un territorio cuya belleza explica por qué Ordesa y Monte Perdido fue declarado Parque Nacional en el verano de 1918, hace un siglo. Los valores paisajísticos y ecológicos de uno de los mayores macizos calcáreos de Europa tampoco pasaron desapercibidos para la Unesco, que en 1977 lo declaró Reserva de la Biosfera; veinte años después le dio el rango de Patrimonio de la Humanidad y finalmente le concedió el título de Geoparque Mundial de Sobrarbe-Pirineos. Desde 1988 es Zona de Especial Protección de las Aves (ZEPA), completada con el reconocimiento de Lugar de Importancia Comunitaria (LIC). El área protegida abarca una superficie de 15.600 hectáreas, a las que hay que añadir otras 19.700 de zona periférica. Este inmenso espacio natural alberga más de 1.300 especies de plantas.

Añisclo, Pineta y Escuain. El cañón de Ordesa es el más conocido del Parque Nacional, pero existen otros tres que no desmerecen en belleza y que, en algunos aspectos, incluso la superan: Añisclo, Pineta y Escuain. Añisclo es una espectacular fractura orográfica, un tajo salvaje que en algunos lugares penetra mil metros en la corteza terrestre y esconde las aguas del río Bellós. Este valle tiene forma de “V”, lo que denota que su origen no es glaciar sino fluvial. Al igual que Ordesa, su grandeza se pueda apreciar tanto desde el interior como desde las cumbres que lo circundan. Para conocerlo por dentro podemos llegar en vehículo hasta las cercanías de la ermita rupestre de San Urbez, nombre de reminiscencias euskéricas, al igual que otros muchos de esta comarca del Sobrarbe. Un corto camino señalizado nos lleva hasta una preciosa cascada y unas pozas de colores turquesas y esmeraldas. Son las gemas preciosas del Bellós.

Existe otro camino que permite recorrer casi en su totalidad el cañón de Añisclo, remontando el río por un sendero desde los 880 metros de altitud de San Urbez hasta el hayedo de La Ripareta, situado a 1.400 metros. Pero la longitud y profundidad de esta gigantesca grieta se aprecia mejor desde las alturas, y para eso el mejor mirador lo ofrece la cima de Mondoto (1.962 metros), situada al borde del gran abismo. Hasta esa cumbre privilegiada podemos ascender en dos horas y media desde el pueblo de Nerín.

Al norte de Añisclo se encuentra Pineta, un circo rodeado de montañas calizas que permanecen cubiertas de hielo y nieve varios meses al año. Desde ellas se desprende el agua que corretea por la roca o salta al vacío en cascadas espectaculares, hasta reposar en los bosques de pinos y hayas que cubren la parte baja de las laderas y el fondo del valle. Esos saltos alimentan durante todo el año el río Cinca, el segundo más caudaloso de todo Aragón, después del Ebro. Allí “abajo”, a 1.290 metros de altitud, se encuentra el Parador de Bielsa, llamado así porque se accede a él desde esta localidad, pasando por el pueblo de Javierre. Este es otro nombre de raíz euskérica, ya que deriva de “Etxeberri”, según recoge la Gran Enciclopedia Aragonesa.

El amplio aparcamiento situado cerca del Parador es el principal punto de partida para ir en busca de las alturas. Una de las rutas más recomendables es la que remonta el Circo de Pineta hacia su Balcón, entre grandes cascadas, y llega hasta el lago de Marboré. Allí, a 2.560 metros de altitud, se disfruta de un paisaje de sabor alpino, pero está reservado a quienes puedan superar el desnivel de 1.300 metros que hay desde el valle. Una buena alternativa es subir solo hasta las cascadas, para lo que basta superar un desnivel de 500 metros. En cualquier caso, conviene hacerlo en verano o en otoño, ya que en invierno y primavera los aludes son frecuentes en estas empinadas laderas.

Escuain es el cuarto valle protegido de este Parque oscense, el más occidental y quizás el más desconocido, a pesar de que el río Yaga y la lluvia han esculpido un vistoso laberinto kárstico que esconde multitud de cuevas y simas entre los grandes farallones del cañón. Ir al encuentro de las fuentes del Yaga es una excursión sencilla, de dos horas de paseo, que parte desde el pueblo de Escuain y desciende 200 metros de desnivel hasta el cauce del río.

Bujaruelo desde el Puente de los Navarros. Resulta llamativa las referencias a los “navarros” que existen en varios lugares de Aragón. Una de ellas es el Puente de los Navarros, puerta de entrada a Bujaruelo. A pesar de que se trata de un valle con grandes valores ecológicos, medioambientales y paisajísticos, no está dentro de los límites del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. La Unesco tuvo mejor criterio y lo incluyó en la Reserva de la Biosfera, que abarca también el imponente macizo de Viñamala o Vignemale.

Bujaruelo es el valle más oriental de este espacio protegido, y también se accede a él desde Torla. Tomamos la carretera que lleva a Ordesa y, al llegar al Puente de los Navarros, giramos a la izquierda y remontamos el cauce del río Ara hasta el cámping de San Nicolás de Bujaruelo. Para los amantes de las alturas y los espacios abiertos es recomendable la ascensión que comienza en el cámping de San Nicolás de Bujaruelo y llega hasta el pico de Bernatuara (2.516 metros de altitud), tras pasar por el ibón del mismo nombre.