IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Crisis de pareja

Una pareja es un pequeño grupo, un sistema con sus propias reglas, que es diferente a dos individuos juntos. La manera de estar en el mundo de uno y otro se lleva en la historia individual pero encuentra un reflejo en la historia de la otra persona, bien por similitud o complementariedad. Entonces, ambas generan una tercera historia, una conjunta que funciona por sí misma. Quizá una de las partes sea marcadamente introvertida y haya encontrado en la extroversión de la otra un complemento, o una de ellas tenga un ritmo rápido para pensar y decidir y encuentra en la impulsividad de su pareja una compañía a la misma velocidad que le hace sentir acompañado, acompañada.

En cualquiera de los casos, ambas partes podrían contar una historia similar en la que se reparten los papeles, según la cual «tú eres quien hace las cosas así, y yo soy quien hace las cosas asao», de forma que ambos sabemos lo que esperar del otro, y de la relación en sí. Esta historia que se crea, con esas normas propias que tiene, tiene un objetivo principal: mantener el equilibrio de fuerzas.

Estas fuerzas tienen que ver con la toma de iniciativa, la intimidad, la planificación conjunta o el mantenimiento del espacio personal dentro de la pareja. Ambos miembros se reparten, implícitamente la mayoría de las veces, la tarea a este respecto.

Quizá una de las partes sea la que se encarga de la toma de decisiones en lo cotidiano, otra se involucre más en mantener la intimidad de la pareja, o bien una sea quien propone planes más inusuales y otra la que pida espacio para otro tipo de actividades. A veces este reparto genera una sensación de “fuerza” que se reparte entre los miembros de la pareja de manera simétrica o asimétrica, creando una conclusión sobre quién es “fuerte” en tal o cual aspecto de la vida en común.

Esas conclusiones componen la historia de la que hablamos, llegando esta a convertirse en el relato oficial de lo que es “nuestra pareja” y pasando a ser un filtro que se aplica a situaciones nuevas. Y ese relato que nos contamos, construido a partir de lo que cada uno traía a la relación y la fusión de las historias personales, a su vez crea maneras estandarizadas de funcionar en adelante. Es algo así como una síntesis de lo que antes era “mío” y “tuyo” que, al juntarnos, adquiere vida propia, influyéndonos de nuevo, limitando a veces la espontaneidad.

Muchas parejas nunca tienen la oportunidad de revisar este sistema porque prefieren no tocar algo que más o menos funciona, aunque ya las fuerzas que lo crearon al inicio hayan cambiado. Otras se ven obligadas a hacerlo ante alguna crisis que trae la vida o algún cambio importante que mueve los cimientos más “físicos” (cambios económicos, de residencia...), o al tener que hacer frente a las diferentes fases de desarrollo de los hijos, o de los padres. Entonces, los roles que cada uno tenía en cuanto a esa iniciativa, la intimidad, las decisiones o el espacio personal de los que hablábamos más arriba, ya no aguantan la fuerza del otro. Porque estas crisis afectan a la pareja como tal, pero a los individuos en particular, que tienen que, tal y como hacían antes de vivir en pareja, volver a encontrar su equilibrio individual, que luego compartir.

Muchas parejas que viven crisis juntas están lidiando con la eficacia de este sistema que, hasta el momento, parecía funcionar para aplacar los vaivenes individuales. Dichas crisis tienen el potencial de lanzar a cada cual a su desequilibrio sin que la otra persona pueda participar, crear una situación de dependencia conjunta en la que solo el otro puede equilibrar, lo cual se vive como una tarea titánica inabarcable, o generar el estímulo suficiente como para inventarse un nuevo sistema que sirva a ambos en esta nueva situación y que tenga en cuenta a los individuos que también están cambiando independientemente de la pareja. Un nuevo grupo, con miembros nuevos.