Arnaitz Gorriti
Entrevue
Iñaki Zubizarreta

«El baloncesto me salvó la vida» - Iñaki Zubizarreta

El aspecto del exjugador de baloncesto Iñaki Zubizarreta –Madrid, 1972– impone: más de dos metros pasados, rapado, musculado pese a no estar en su plenitud como cuando jugó en Cajabilbao, Zaragoza, Valencia o La Palma, lleno de tatuajes con mucho significado y con una voz grave que impresiona. Pero debajo del primer golpe de vista, Zubizarreta guarda una historia terrible como víctima del bullying que salvó su vida gracias a su familia, sobre todo su hermano menor, y al baloncesto. El basket le enseñó a aceptarse tal y como era y dejar de sentir su cuerpo como «un error». Una carrera profesional, en la que destaca el título de Copa de 1998 con Pamesa Valencia, le dejó mil experiencias y el poder conocer una «hermandad» de personas «con un corazón que eclipsa su talento». Ahora, años después de su retirada y ejerciendo de masajista –aunque esté de baja en estos momentos–, ha podido encontrar en la Liga ACB –la liga de la máxima categoría del baloncesto profesional en el Estado español– el altavoz para contar su caso como una antigua víctima del acoso escolar a chavales que escuchan su testimonio sin pestañear, en una serie de charlas, ahora interrumpidas por la crisis del coronavirus, que pronuncia con otras víctimas y especialistas junto con la Asociación NACE –No al Acoso Escolar– para recordar que, pese a todo, «del bullying se sale».

¿Cómo lleva el confinamiento?

Bien. Bueno, solo en un apartamento de 35 metros cuadrados. Pero hay que ser coherentes y responsables. Si, en vez de ir por libre, todos hacemos caso, antes saldremos de esta crisis. Hay que sumar siempre.

«Sumar» es una de sus palabras clave cuando se refiere al basket, a sus charlas...

El lenguaje interior es muy importante. A través de la actitud positiva se construyen las cosas, mientras que el lenguaje negativo las va destruyendo, y no podemos entrar en ese bucle. Por eso, aunque este parón me pille en un momento económico bajo, debido a una baja laboral, hay que mantener la actitud positiva. Sé que no empezaré de cero, sino de «menos tres», pero esto se llama vida y hay gente que lo está pasando peor. Mirada adelante y con actitud.

A través de la Asociación NACE y la Liga ACB han comenzado la campaña «Actuamos Contra el Bullying», en la que usted ejerce la sensibilización contando su historia, que es durísima. ¿Cómo consiguió lograr hablar de ello?

Para abrirte así y contar esa clase de experiencias y para que pueda servir de ejemplo y no se repitan, antes hay que ir con los deberes hechos. Si no, lo que transmites no son tus experiencias, sino tus miserias. Se trata de un trabajo duro, largo y que exige de todos tus recursos, pero al final acabas consiguiendo transmitir que del acoso escolar se sale.

Y es que es súper importante el poder de la palabra para poder transformar esa mala experiencia en algo positivo. Por ello hay que hacer los deberes para afrontar el reto ante unos chavales, chicos y chicas, contándoles cosas personales y muy duras. Y claro, ello conlleva un desgaste; no es fácil, pero hoy por hoy lo llevo mejor porque ahora consigo contar el acoso que yo padecí sin romperme al exponerlo.

Aunque su historia es muy dura, es bien conocida. Y, sin embargo, usted consigue que los chavales lo atiendan sin quitarle ojo.

A los chavales hay que irles de verdad y con la verdad. Es necesario conectar con ellos y, como lo que transmito es cierto, no un guion o una historia de otro, consigo tocarles el corazón. Las implicaciones en aquello que cuento son tremendas pero, gracias a ello, sé que muchísimos chavales han reconsiderado la idea de suicidarse. Pero claro, no somos superhéroes y no llegamos a todos y no poder evitar un suicidio es muy doloroso.

Por cierto, hay que añadir que, dentro de lo malo, yo tuve la suerte de padecer bullying dentro del centro escolar, pero ahora, con el boom de las redes sociales, ya no hay tregua. Lo mejor es que al fin se ve que el bullying no es un problema que pertenezca al recinto escolar, sino que es un problema social, por lo que hay que ponerse las pilas.

Hay un punto clave en su historia, si no le importa recordar: el momento en el que acude a los acantilados de la Galea, en Getxo, y está a punto de suicidarse. Recuerda mucho al muchacho aquel de Pasaia, Jokin...

Jokin Ceberio, el 21 de septiembre de 2004. Se me quedó grabado su nombre, su caso y hasta la fecha de su muerte, porque marcó un antes y un después en mí. Hasta aquel momento, aquello era un tema tabú para mí. Conocí a Jesús Ceberio, su tío y director del diario “El País” en aquel momento. Él se dijo que por encima de todo iba a sacar toda la información posible sobre el caso de Jokin. Tuvo dificultades, pero ahora, gracias a su valentía podemos hablar de lo que es el bullying, porque hasta entonces solo se hablaba de problemas en el recinto escolar.

Y lo que le pasó a Jokin es, en muchos aspectos, un calco de lo que me pasó a mí, por lo que me volvió a abrir la herida que llevaba dentro y fue entonces cuando empecé a hacer mi trabajo personal. Tomé conciencia de que debía compartir mi historia y no estar de brazos cruzados.

Usted siempre habla de que a usted lo salvó su hermano pequeño.

Tuve la mala suerte de no poder contar con mis padres. Ellos vivieron la desgracia de perder a dos de sus cuatro hijos, que murieron el mismo día. Es por eso que ellos estaban muertos en vida. Y mi gran error fue callarme. No quería darles más disgustos por lo mal que lo estaban pasando, pero en ese silencio, ante lo que sufres, te vas rompiendo por dentro y te acabas odiando.

Uno que se suicida no se quita la vida porque no tenga ganas de vivir, sino porque ya no aguanta más, ya no puede cargar más tiempo esa mochila emocional. Yo no salté porque pensé que, con 11 años, iba a ser muy injusto con mi hermano pequeño, que solo tenía 8, pero se daba cuenta de lo que pasaba. Por eso, Jokin Ceberio no lo puede contar, yo sí puedo hacerlo. Tengo la inmensa fortuna de haber salido de aquello y de ayudar a otros, aunque no llegas a todos. En junio de 2019 se suicidó un niño de una compañera de clase, una amiga de toda la vida. Es un palo enorme, pero esto se llama vida.

Usted llegó a esto a través del baloncesto, un deporte del que siempre insiste que «le salvó la vida». ¿Para tanto es?

Me salvó la vida literalmente. En plena infancia, tenía unos complejos brutales a causa de mi tamaño. Percibes tu cuerpo como si fuera un castigo y no te aceptas, y llegas al límite de querer quitarte de en medio. Pero tuve la suerte de descubrir el baloncesto y ver que estaba confundido, porque ese cuerpo que yo rechazaba acabó siendo mi mejor herramienta.

Y esa «mejor herramienta», a través de un cuerpo forjado en el gimnasio.

No creas. Yo tenía un cuerpo fibroso y era rápido, llegué a correr los 100 metros en 11.56 segundos. Cuando estaba en el Cajabilbao, en la temporada 1991/92, un año después de descender de la Liga ACB, tuvimos una temporada algo extraña que terminó muy pronto, por lo que tuvimos unos cuatro meses de vacaciones. Entonces, mientras otros de mis compañeros de equipo se relajaban, yo me propuse un plan para mejorar mi físico y me hice un plan de entrenamientos con Gonzalo Casado de seis días entrenando mañana y tarde, y descansando solo los domingos.

Pasé de recibir, a repartir. Además, decidí raparme la cabeza, hasta el punto que, cuando empezó la siguiente campaña, ¡algunos no me reconocían! Te diré que en el primer entrenamiento de la pretemporada 1992/93 me vino Koldo Mauraza –presidente de Bilbao Basket–, con el que jugué durante seis años, ¡y me empezó a hablar en inglés creyendo que yo era un nuevo fichaje! (Risas) Le respondí, «Koldo, que soy yo!», y no podía reconocerme. «¿Qué has hecho?», me preguntaba alucinado. «¿Yo? ¡Entrenar!» (Carcajadas).

El problema es que no conseguía meter puntos. Defendía muy bien porque, aparte de grande –2,07 metros– y fuerte, era rápido. Por ejemplo, en la final de Copa que ganamos con Pamesa Valencia ante el Joventut en 1998, tuve que defender a Tanoka Beard –pívot estrella del Joventut y que también jugaría en el Real Madrid o el Pamesa Valencia– y en un par de ocasiones Tanoka, que era una mole, me dio con todo, pero no consiguió moverme, y se quedaba mirándome alucinado. Me encantaba jugar con tipos como Tanoka, duros y fuertes. Pero no era brillante en ataque, no metía puntos y no podía jugar demasiado a esos niveles.

En cambio, en la final de Copa que narra, su entrenador Miki Vukovic lo puso a usted –y al otro pívot suplente: Alfons Albert– entre los titulares...

Es que Miki es Miki. Con sus cosas, es un entrenador inclasificable. Él venía del basket femenino y no tenía que demostrar nada a nadie. Siempre intentaba hacernos mejores y consiguió que con el Pamesa Valencia, en el debut del equipo en la Copa, quedáramos campeones, algo que nadie más ha hecho todavía.

Recuerdo que le ganamos al Taugrés de Sergio Scariolo en cuartos de final, después de que hubiera llegado a la Copa invicto, mientras que nosotros llegamos tan de rebote que, después de ganar el partido de cuartos, tuvimos que ir a unos grandes almacenes a comprar ropa interior (risas). Es que aquel equipo era especial. No éramos los mejores jugadores, pero fuimos el mejor equipo. Con unos americanos que tan bien se integraron... éramos una «banda» porque éramos un equipo sin estrellas, aunque al final el MVP –el mejor jugador individual– de aquel torneo fue para Nacho Rodilla –base que disputaría el Mundial de 1998 y ganaría la plata en el Eurobasket de 1999–. Fue tal la hermandad que tuvimos, una relación tan estrecha, que hoy es el día en que mantenemos el contacto a través de un grupo de WhatsApp. Y, por cierto, yo no jugaba mucho, pero soy uno de los tres vizcainos –junto con Juanma López Iturriaga y Juanan Morales– que ha ganado al menos una Copa.

«Actuamos Contra el Bullying», un lema en el que la Liga ACB ha puesto algo más que sus siglas. ¿Hasta ese punto llega su vínculo con el baloncesto?

La apuesta de la ACB es espectacular. En todos lados se hacen campañas –contra el bullying, contra la violencia hacia las mujeres, contra el cáncer de mama...– que son políticamente correctas, pero cuyo eco a nivel social es muy escaso: nos ponemos un lazo, hacemos un saque de honor, nos ponemos unos cordones... y a otra cosa. En este caso, la ACB está metida porque ve que los que estamos metidos en ella lo estamos de corazón. Esto supone para nosotros un sueño cumplido porque no solo hablamos de una campaña que es políticamente correcta, sino socialmente útil. Los clubes han comprendido que tienen el deber moral de aportar a la sociedad.

¿Esa cercanía es lo mejor que le ha dado el basket profesional?

El deporte de alto nivel me ha dado perspectiva. Porque, a diferencia de aficionados, prensa y demás, que se acercan a las estrellas o a los jugadores desde fuera hacia dentro, yo he tenido la suerte de estar en la otra parte. He compartido vestuario con entrenadores como Alfred Julbe, que apostó por mí, o con toda una institución como Txus Vidorreta, que es una gozada ver cómo juegan sus equipos y lo alto que pone el pabellón del baloncesto vasco.

Lo especial es que he podido compartir vestuario con grandes jugadores que son eso: grandes jugadores y ya está. Pero también he tenido el placer de compartir vestuario con jugadores cuyo corazón eclipsaba su enorme talento. El exjugador del Baskonia Ken «Animal» Bannister, con quien coincidí en Zaragoza, que había jugado en la NBA, pagaba de su bolsillo cada partido que jugábamos en casa 200 entradas para que niños huérfanos pudieran asistir a los partidos. El base Andre Turner –conocido como «el Pequeño General» y, sin duda, uno de los mejores bases estadounidenses de la ACB en los años 90– me acogió tres meses en su casa en Zaragoza cuando, con 22 años, estaba más perdido que un pulpo en un garaje. Fernando Arcega, medalla de plata en Los Ángeles 1984, es la persona más humilde del mundo. Nacho Rodilla, que sigue siendo el mismo después de ser MVP de una Copa y haber jugado durante varios años con la selección española... Esa gente tan especial nos enseña que no podemos creernos más de lo que somos. Yo me quedo con lo vivido al lado de esas personas.&hTab;

(…)

Tanto es así, que algunos de ellos me han llamado para darme las gracias porque ellos, que fueron grandes jugadores, también tienen familias y algunos lo han pasado mal en algún momento. Yo solo he intentado aprender lo mejor de ellos y aplicarlo para mí. Saber que me tienen como un amigo, porque lo que he sacado de ellos me ayuda a reconocer en ellos algo más que un sentimiento... una hermandad que intento transmitir cuando cuento por lo que pasé. Mirando adelante y con actitud positiva, porque del bullying también se sale.