Queralt Castillo Cerezuela, fotografía: Pau Riera
DENTRO Y FUERA DEL CAMPO

Derbis: cuando el fútbol deja de serlo

«Rivalidades Crónicas» (Panenka, 2020) hace un recorrido por diez ciudades con derbi, allí donde el fútbol pierde su nombre y pasa a ser mucho más que un deporte, allí donde la historia, las tradiciones o la religión tienen unos colores asociados.

El periodista deportivo argentino Dante Panzeri decía que «el fútbol, para ser serio, tiene que ser juego». Quizás por eso, hace dos años, el periodista Jordi Brescó (Barcelona, 1991) y el fotoperiodista Pau Riera (Andorra la Vella, 1994) decidieron documentar ese ‘juego’ y esa ‘seriedad’ a partir de diez crónicas que ahora se recogen en un libro con fotos incluidas que edita Panenka.

No querían hablar solo de fútbol, querían explicar todo aquello que pasa cuando el fútbol deja de ser fútbol y pasa a ser territorio, religión, historia, procedencia, clase, política, geografía. Conquistas y derrotas que, a menudo, poco tienen que ver con el deporte. «Todo lo que rodea al deporte rey también es lo que lo define y llega un momento en lo que menos importa es el balón», dijo el periodista Xavier Aldekoa el día de la presentación.

Aquellos diez partidos que querían documentar solo tenían que cumplir un requisito: ser un derbi.

Miraron, Brescó y Riera, más hacia las calles, –en Estambul llegaron a caminar hasta 22 kilómetros por día– que hacia las oficinas de los clubes; más hacia las hinchadas que se apoderaban de las principales avenidas, que hacia la Policía que a menudo los vigilaba; más hacia las gradas, teñidas de rojo por las bengalas, que hacia aquello que ocurría en el césped.

“Rivalidades crónicas” quiere reivindicar un periodismo artesanal, un periodismo de viajes diferente y, finalmente, quiere volver a la cuna del sentimiento futbolero primario. «El fútbol puede explicar y transformar territorios, por eso hicimos una selección de ciudades en las que el fútbol es determinante, en la que los clubs funcionan como ejes de vertebración social».

Brescó y Riera recogen al lector en el aeropuerto de estas diez ciudades y lo invitan a hacer un recorrido por sus lugares emblemáticos. Los capítulos están estructurados en tres partes que funcionan como una línea temporal: primero se narra el contexto histórico del derbi y se describe la ciudad, luego se dan testimonios (periodistas, gente de a pie, ultras, exjugadores, entrenadores, etc.) y, finalmente, se narra el partido, con la mirada más puesta en la grada que en el campo. «Nuestro objetivo siempre fue abordar la previa de los partidos. De los grandes derbis se puede hablar varias semanas antes de que se disputen. Se especula, se crea tensión y el resultado es lo de menos». En estos encuentros, los enfrentamientos entre hinchadas suelen ocurrir antes del partido, no después. «Los ultras intentan ganar el partido al rival antes de jugarlo. Las aficiones se hacen suya la ciudad, tanto simbólicamente como terrenalmente. La caminan y la ocupan, con sus colores y sus símbolos». Es en este punto en el cual el periodista hace la diferencia entre ultras y hooligans. El objetivo de los primeros es animar a su equipo y el objetivo de los segundos es, a través del fútbol, dar rienda suelta a su agresividad. «La razón de existir de los ultras es la previa del partido: preparan el terreno hasta que los jugadores los relevan en el campo y arropan al club. Desaparecen cuando el árbitro pita el final del partido».

No se ha querido, sin embargo, en el libro, dar protagonismo a los hooligans porque lo que pretendían Brescó y Riera era mostrar cómo la masa de aficionados vive los encuentros, no los pequeños grupos radicales. «No hubiese sido justo dar protagonismo a estos grupos; son los que se llevan las portadas porque la lían, pero el porcentaje de exaltados es menor». Fue en Belgrado donde se encontraron con el grupo más grande de hooligans, «es donde hay más presencia, porque el grupo ultra es muy grande». Tal y como se explica en el libro, «tanto entre los Delije [Estrella Roja] como entre los Grobari [Partizan] hay miembros de la delincuencia organizada de Belgrado. Lo sabe todo el mundo, pero la Policía no hace nada al respecto; el Gobierno sabe que pueden ser de gran utilidad en sus cometidos nacionalistas».

El Rajko Mitic, el estadio del Estrella Roja en un derbi ante el Partizan. Entre los  seguidores de ambos equipos hay un importante número de «hooligans» y ultras. Otra imagen de este estadio, repleto de bengalas, sirve de portada a este reportaje.

 

Un paseo por la historia. El libro empieza por donde debía empezar, por Sheffield, germen del fútbol moderno. Fue allí donde, por primera vez, la gente acudió a un campo de fútbol no para jugar, sino para verlo desde una grada. «Fue en Sheffield donde se crearon los primeros vínculos emocionales con un escudo y con unos colores; donde el ‘ellos’ mutó en ‘nosotros’. Fue también en Sheffield donde se jugó el primer derbi de la historia, entendiendo el concepto en su definición más primaria: el enfrentamiento entre dos clubes de una misma ciudad. El partido enfrentó a los dos clubes más antiguos del mundo: el Sheffield FC, fundado en 1857, y el Hallam FC, constituido en 1860». Y por este motivo, suficiente, “Rivalidades crónicas” se planta en la lluviosa ciudad y da el disparo de salida a las demás crónicas.

Las bromas y las burlas de las dos aficiones genovesas (Genoa y Sampdoria) hacen que la crónica del derbi italiano, no el más conocido en el país, sea uno de los preferidos de los autores, pero no el que más los sorprendió. «Uno de los derbis del que no me esperaba demasiado era el de Estocolmo [AIK y Djurgarden]. Todos tenemos la imagen de Suecia como un país individualista; la gente no suele formar parte ni identificarse con ninguna comunidad. Eso cambia en el campo, porque la afición se identifica con unos colores y la gente se transforma. Aparece la pasión», dice Brescó. Este fenómeno también se da en países como Alemania o los Países Bajos.

En Praga vieron cómo la ciudad se transformaba y los ultras echaban a los turistas de la Ciudad Vieja; en Estambul aprendieron que lo que separa la historia lo puede unir Erdogan; en Belfast recorrieron aquellas calles que aún recuerdan un tiempo no tan remoto de violencia. Glasgow les ofreció la posibilidad de escuchar cánticos católicos y protestantes y en Nicosia tuvieron que ocultar su condición de periodistas ante los hooligans del APOEL, acrónimo de Club de Fútbol Atlético de los Griegos de Nicosia, que aglutina el pensamiento político de derecha del país.

Fue en Belgrado, sin embargo, donde más disfrutaron. El “derbi eterno” –esta vez celebrado en el estadio Rajko Mitic, casa del Estrella Roja– fue todo un espectáculo. Apenas 700 metros separan los estadios del Estrella Roja y el Partizan. 700 metros que se recorren en cinco minutos a pie.

«La desmembración del país en las siete repúblicas actuales –Serbia, Bosnia, Croacia, Eslovenia, Macedonia del Norte, Montenegro y Kosovo– redujo drásticamente el nivel del fútbol balcánico. En la actualidad, los grandes clubes europeos convencen con facilidad a los principales talentos de la región para que abandonen sus ligas», escribe Brescó en el libro. Durante la época de Yugoslavia era más difícil, pero pasaba: los deportistas menores de 28 años tenían cláusulas por las que no podían fichar por equipos fuera de sus países. Una de las excepciones fue, a finales de los 80, la del jugador de baloncesto Drazen Petrovic, el genio de Sibenik (Croacia), quien pudo jugar en el Madrid.

El Partizan y el Estrella Roja nacieron en 1945, año en que se fundó la República Socialista de Yugoslavia bajo el mando del mariscal Tito, de quien ahora se han cumplido 40 años de su muerte. «Sus nombres fueron escogidos en homenaje a dos símbolos de ese nuevo Estado: los partisanos fueron los militares serbios –pero también macedonios, croatas, albaneses o bosnios– que lucharon contra la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial; la Estrella Roja lucía en el centro de la bandera tricolor de Yugoslavia», dice Brescó.

Para el periodista, los derbis son el mejor antídoto contra el fútbol moderno, el de los fichajes de sumas astronómicas, el de las traiciones y la usura, el de los paraísos fiscales, el del efecto Cristiano Ronaldo. Gomina y chulería. «El fútbol moderno te aleja de todas las razones por las cuales eres de un equipo y se centra en los resultados. Aísla al club y lo aleja de la afición. Este, el club, actúa como una empresa y no como elemento vertebrador de una comunidad. Por eso los derbis son importantes: porque tienen ese elemento de retorno al fútbol antiguo. Los derbis nos hacen adoptar los elementos tribales que nos identifican con un equipo. En el derbi de Glasgow, por ejemplo, se oyen cantos protestantes y católicos, pero los que los cantan son ateos. Es su manera de volver al pasado».

Estocolmo, donde los derbis entre Djurgarden y AIK se viven con verdadera pasión.

 

Ciudades que se transforman. El hecho de que la selección de derbis sea poco tópica (¿por qué no un Athletic-Real?, ¿un Real Madrid-Atlético?, ¿un Barça- Espanyol?, ¿un City-United?) tiene su explicación. «En un ejercicio de poder asumir nuestras posibilidades, buscamos ciudades abarcables. Asimismo, queríamos conseguir un equilibrio geográfico adecuado y que las razones de esas rivalidades eternas fuesen distintas», dice Brescó. Para él, el único derbi que reunía los requisitos que él buscaba en territorio peninsular era el Betis-Sevilla. «Tenemos partidos como el Sporting de Gijón-Oviedo o el derbi gallego Celta-Deportivo que generan tensión, pero son clubes de diferentes ciudades. Por lo que a los otros respecta, los derbis en Barcelona, Madrid o Valencia no son agentes transformadores de primera categoría en las ciudades».

Brescó y Riera querían mostrar hasta qué punto un día de fútbol, en este caso de derbi, puede llegar a transformar una ciudad. En Barcelona, por ejemplo, no hace falta que sea día de derbi para que la línea verde (L3) y la azul (L4) del metro –las que llevan al Camp Nou– se colapsen. Cruzar la Diagonal se convierte en un caos. Explicaba Aldekoa que los días que se juega el derbi en Soweto (Sudáfrica), lo que menos importa es el partido. «Fuera del estadio proliferan las barbacoas, los bailes y ambas aficiones festejan juntas. Hay cierta sensación de liturgia a la hora de ir al partido».

Algo similar pasa en Praga, ciudad en la que el casco viejo, gentrificado y turistificado, ha sido tomado, secuestrado y abducido por el turismo. En día de derbi, la Ciudad Vieja se transforma y vuelve a manos de aquellos a los que verdaderamente pertenece: los praguenses. «La invasión de seguidores ‘eslavos’ no responde a ninguna performance en protesta por la turistificación de la capital checa, aunque la imagen de los visitantes alucinando con esta procesión está cargada de simbolismo. En el momento en que decidieron empezar su peregrinación hacia el estadio del eterno rival en la plaza de Wenceslao, los hinchas del Slavia sentaron, sin pretenderlo, las bases de la reconquista de su Ciudad Vieja. Tradicionalmente, este desplazamiento conjunto hacia el Letná se realizaba en metro; este derbi, en cambio, empapará de fútbol las calles de la capital checa, volteándola por completo», escribe Brescó.

 

Praga. En la República Checa, la violencia por motivos deportivos no está recogida en ninguna ley específica, pero el comportamiento de los aficionados se vigila con lupa.

 

Dejar los colores de lado. Sin embargo, los derbis no siempre son sinónimo de enfrentamientos. A menudo, un evento extraordinario puede servir para hacer desaparecer la rivalidad. Sucedió con el R.D.C. Espanyol y el F.C. Barcelona cuando el 8 de agosto de 2009, Dani Jarque, el capitán de los blanquiazules, murió de manera repentina en un hotel de Florencia mientras el club estaba de gira por Italia. Espanyol y Barça se unieron en un único cántico aquellos días: ¡larga vida a Jarque! Los blaugranas abrazaron el dolor perico como propio. Lo mismo había sucedido en Sevilla dos años antes –también en agosto–, en 2007, cuando Antonio Puerta, del Sevilla F.C., se desplomó en el campo durante el primer partido de liga, que enfrentaba al Sevilla y al Getafe. Moriría tres días más tarde. El Betis se entregó.

En el caso de Estambul, en 2013, los ultras del Fenerbahçe, del Galatasaray y del Besiktas formaron un frente conjunto para dar apoyo a las protestas que se estaban dando en la ciudad contra el autoritarismo de Erdogan. Los cánticos de los equipos fueron sustituidos por gritos a favor de la libertad. «El blanco y negro del Besiktas, el azul y amarillo del Fenerbahçe y el rojo y naranja del Galatasaray se mezclaron en las calles de Estambul, marcando un antes y un después en la relación de estas tres aficiones», explica Brescó.

No obstante, Erdogan no obvió semejante afrenta y nunca perdonó que tres aficiones enemistadas a muerte se aliaran en su contra. «El presidente turco decidió vengarse en el campo, y erigió un equipo que acabara con el dominio deportivo del triunvirato estambulense. Encontró la materia prima en el Basaksehir, un club fundado en 1990, recién ascendido a primera división y presidido por el marido de una sobrina de su esposa (…) El Basaksehir fue privatizado en 2014 y recibió una importante inyección de capital proveniente de empresas vinculadas al Estado. Construyó un estadio nuevo en tan solo 16 meses y fichó a futbolistas de renombre (…) Desde entonces, siempre ha terminado entre los cuatro primeros de la tabla (…) Los colores del Basaksehir –naranja, azul y blanco, los mismos que el AKP– lucen incluso en competición europea, pero el club no consigue solucionar el mayor de los problemas para una entidad deportiva: la falta de masa social».

Aficionados en un partido en Hamburgo  megáfono y bengala en mano. 

 

La importancia de encontrar un relato visual. Cuando Brescó y Riera se plantearon el libro, tuvieron claro que incluiría una serie de fotos que crearan un relato visual concreto y que complementaran el texto. El reto no era fácil: si bien las ciudades son diferentes y el relato puede variar, las fotos de las hinchadas o de los partidos tenían el peligro de hacerse repetitivas. Riera tiró unas 50.000 fotos, la mayoría pertenecientes a los noventa minutos del partido. «Eran minutos que no se iban a repetir, por eso hay mucha ráfaga, pero siempre tuvimos claro que no queríamos un libro sobre fútbol, por eso hice fotos que ilustrasen más allá del partido. En algunos destinos fue fácil, como en Nicosia, porque todo pasaba fuera del estadio y el juego deportivo ocupaba un lugar menor». Los periodistas han intentado crear una narrativa lineal audiovisual con mucha presencia humana, muchas últimas horas del día y juegos de diagonales. Funciona.

Rincones emblemáticos de las ciudades que se describen, algunos primeros planos, bengalas y momentos del derbi. El objetivo se dirige más a la grada que al campo. Reconoce el fotoperiodista que los derbis más agradecidos a nivel fotográfico fueron el de Belgrado y el de Hamburgo. «En Belgrado hacía frío, pero el día era bueno. Dentro del campo se encendieron muchas bengalas, además el Rajko Mitic, el estadio del Estrella Roja, tiene una pista de atletismo que rodea el campo. Con eso ganas cinco metros que te permiten jugar con la cámara. En Hamburgo pasó al revés: tenía a la afición encima, muy apasionada, y llovía, pero eso también fue un aliciente para disparar».

“Rivalidades crónicas” podría funcionar como una reflexión, o incluso una imagen de lo que es Europa en estos momentos: un continente cada vez más roto y dividido, aunque con momentos de unión; pero lo cierto es que funciona como un libro de crónicas entretenido, bien escrito y, sobre todo, pedagógico. Apto para los amantes del deporte rey, pero también para aquellos que no saben nada y poco les importan los noventa minutos de un partido de fútbol.