MIKEL INSAUSTI
CINE

«Hil kanpaiak»

Es la gran apuesta del cine vasco para la 68 edición del SSIFF donostiarra, y se presenta en la sección New Directors, optando al premio Kutxabank y al TCM de la Juventud. Hay que recordar que Imanol Rayo ya ganó el premio Zinemira con su ópera-prima “Bi anai” (2011), cuando solo contaba con 27 años. Una precocidad que le ha permitido tomarse esto del cine con paciencia, la suficiente para saber esperar y desarrollar sus proyectos con total libertad creativa. A los 36, y con la paternidad estrenada, le ha tocado al arbizuarra volver pletórico de ideas, rodando sus dos siguientes largometrajes de un tirón. Además de una película como “Hil kanpaiak” (2020), rodada dentro de los parámetros de las producciones profesionales, ha aprovechado el tiempo muerto del confinamiento para realizar un trabajo totalmente independiente y en solitario, con su habitual director de fotografía Javi Agirre y el actor Javier Godino. Todavía es pronto para avanzar su contenido, pero como pista dejo caer que Loiola juega un papel clave en un experimento de espiritualidad introspectiva.

Y si hablamos de santidad, nos llegan los ecos bressonianos de “Bi anai” (2011), un primer largometraje en el que Rayo demostró su dominio del lenguaje visual, adaptando a Bernardo Atxaga, más allá de su textualidad a través de un juego de miradas entre lo humano y lo animal. Quienes vayan a ver ahora “Hil kanpaiak”, película que la distribuidora Barton Film estrenará en nuestras salas el 16 de octubre, se sorprenderán porque hay en ella un cuidado mucho más profundo de los diálogos, con un euskara “fronterizo” como la propia ambientación en la cuenca del Bidasoa, pero que también incluye el euskalki de Arbizu, tan presente en su cine autoral como el paisaje de la Sakana que le ha visto crecer. Algo que, junto a las horas invertidas como proyeccionista en los cines Golem, han forjado su particular y rica cultura audiovisual.

Hay que agradecer a Abra Produkzioak, con Joxe Portela y Alberto Gerrikabeitia al frente, su apuesta por un título mucho más arriesgado de los que figuran dentro de su catálogo, entre otros “El hijo del acordeonista” (2018), “Operación Concha” (2017), “Igelak” (2016), “Lasa y Zabala” (2014), “Bypass” (2012) o “Papá, soy una zombi” (2011). Un esfuerzo que merece verse recompensado con algún que otro premio en su recorrido festivalero, y a nada que entre los y las integrantes de los jurados de turno haya seguidores de Haneke la balanza debería inclinarse de su lado.

¿Por qué me aventuro a citar al viejo maestro austriaco? Porque el segundo largo de Rayo se anuncia como una tragedia familiar y una oscura historia de venganza, características que al aparecer marcadas a fuego en nuestro fuerte y hermético carácter ligado a la herencia rural endogámica propician un escenario criminal hecho de puros lazos de sangre. El guion de Joanes Urkixo adapta la novela “33 ezkil” de Miren Gorrotxategi Azkune, con lo que los elementos actualizadores de cine negro, presencia policial incluida, le sirven para sacar partido de la falsa película de género con aspecto de thriller de suspense provinciano a lo Chabrol.

Y si aquí no tenemos a Isabelle Huppert no pasa nada, porque nos basta y nos sobra con la imponente presencia de Itziar Ituño, que se enfrenta a los hombres y fantasmas del pasado con mucho más coraje que ellos. Así me lo transmitía en una reciente e informal charla el propio Imanol Rayo, quien afirma haberse decantado por un sentido del tiempo continuo, en el que el pasado (1970 y 1990) se confunde con el presente, gracias a un montaje fragmentado.

La música coral de Fernando Velázquez se integra operísticamente en ese bucle fatalista del destino, que hace que las muertes de hoy parezcan las mismas o repeticiones de las de ayer. Todo comienza con el hallazgo en el baserri de Garizmendi de una calavera, y la familia Araia ya no podrá desprenderse del dolor y el odio que arrastran desde siempre.