IKER FIDALGO ALDAY
PANORAMIKA

Exponer

La exposición sigue siendo el formato distintivo del arte contemporáneo. La muestra de las piezas en un espacio controlado permite desarrollar un lenguaje propio que cuenta con los códigos habituales del museo o la galería. Una sala de exposiciones es un lugar preparado para el visionado de trabajos artísticos de diferentes formatos. Acarrea consigo ciertas normas prácticamente tácitas que tienen que ver con el papel del público durante el propio recorrido. Comportamientos que como visitantes asumimos casi sin darnos cuenta y que además son vigilados por el personal correspondiente que nos recordará los límites de nuestro rol.

La sala de exposiciones propone varias capas de diálogo. Por un lado, la presencia de las propias piezas, de mayor o menor contundencia objetual. Por otro, la organización de las mismas en cuanto a lo que soportes, mobiliario o paneles informativos supone. Por último, la cuestión comisarial, el lugar desde donde se dota a aquello que se nos presenta de cohesión interna, como un discurso teórico, una organización retrospectiva o una ordenación de cualquier otra índole. Si bien es mucho simplificar reducir lo expositivo a estos niveles de desarrollo y, mucho más, el trabajo comisarial a estas posibilidades, sí que puede ayudarnos como público a desglosar las maneras de organización de una exposición. Y, de esta manera, poder así desgranar con mayor profundidad las relaciones que ahí suceden y, en consecuencia, nuestras opciones de acercarnos a la producción expositiva.

El pasado 15 de julio, el Museo de Bellas Artes de Bilbo inauguró la “Colección Maria Josefa Huarte”, en colaboración con el Museo Universidad de Navarra y que podrá visitarse hasta el próximo 12 de octubre. La colección, que comenzó a formarse a finales de los años 50, está marcada por la propia tradición coleccionista de la familia Huarte, empresarios navarros afincados en Madrid. Casi medio centenar componen el legado de piezas que fue donado al Museo de la Universidad de Navarra en el año 2008. Si bien el criterio coleccionista no está marcado por unas pautas concretas más allá de la propia selección de Maria Josefa, cuenta con una serie de interesantes nombres entre los que se pueden encontrar a Pablo Picasso, Mark Rothko, Vasili Kandinsky, Tàpies o Jorge Oteiza. La labor de la familia coleccionista trascendió de la mera adquisición, apoyando con labores de mecenazgo acontecimientos tan relevantes como los famosos encuentros de Iruñea en 1972, en donde en los últimos años del franquismo, la capital navarra se convirtió durante unos días en centro del arte experimental y de vanguardia, impulsando a varias generaciones de artistas tras un evento que marcaría el desarrollo del arte contemporáneo en el Estado español.

El Museo Guggenheim de Bilbo abrió las puertas a primeros de marzo de una exposición dedicada a una época muy concreta de una de las artistas más relevantes de la segunda mitad del S.XX. Lygia Clark (Brasil, 1920-1988) fue cofundadora del movimiento neo-concreto y desarrolló una interesante trayectoria en torno a las pedagogías relacionadas con la creación artística. En “Lygia Clark. La pintura como campo experimental, 1948-1958”, profundizamos en un periodo temporal en el que Clark indaga las posibilidades de la figuración, la abstracción y la geometría. En el recorrido podemos contemplar desde retratos y bodegones realizados en carboncillo o pinturas al óleo, hasta su paso por la composición geométrica y su estudio sobre las posibilidades de la pintura, la creación monocromática y lo volúmenes en donde la abstracción deriva fuertemente hacia el blanco y negro. Hasta el 25 de octubre podremos disfrutar de la autora brasileña en el centenario de su nacimiento.