Miguel Fernández Ibáñez
30 años desde la caída del comunismo en Albania

Albania, del fracaso del comunismo al fiasco del neoliberalismo

Durante más de cuatro décadas, los albaneses vivieron bajo una autocracia comunista. Pocos se atrevieron a escapar de ella, porque estaba prohibido. Llenos de ilusión, muchos albaneses recibieron a la democracia liberal. Pronto, sin embargo, les llegó la desilusión. Y huyeron.

En Albania, el país de la águilas, la gente recuerda con orgullo el vetusto periodo de los ilirios, su supuesta génesis como nación, y al príncipe Skanderbeg, héroe de la resistencia contra el Imperio otomano. Después de él, en esta codiciada franja ribereña del mar Adriático, reconocida como país en 1913, reina la decepción: fracasaron la monarquía y el comunismo y ahora parece encallar el neoliberalismo. Melancólica, plagada de entornos naturales escarpados aún sin explotar, bella, tal vez por la falta misma de desarrollo, Albania condensa la decepción con las dos corrientes de pensamiento que marcaron el siglo XX: el comunismo, que aquí fue autoritario, y el capitalismo, que aquí es tan corrupto que los jóvenes no encuentran más salida que huir a la próspera Europa

En Tirana, la capital, donde hasta los comercios suspiran con sus referencias por Italia, Suiza o Alemania, autobuses antiguos recorren calles bacheadas siempre en construcción y a la sombra de edificios nuevos de mala calidad. La robustez y el funcionalismo del sistema comunista se diluye en la amalgama deforme y débil heredada de la transición. Arjan Dyrmishi, director ejecutivo del ‘Center for the Study of Democracy and Governance’, experto en gobernanza y que ha ostentado cargos en Inteligencia, Defensa y en la oficina del Primer Ministro, resume la situación de Albania mirando al último siglo de administración pública: «El rey Zog fue el primero en crear las bases de la administración pública. Con la ayuda de Italia, desarrolló un servicio diplomático que, por bueno, no tenemos hoy en día. El profesionalismo, si hay que puntuarlo, alcanzaba un 8 y hoy no llega al 3 o 4. Cuando los comunistas llegaron al poder, decapitaron las cabezas políticas, pero mantuvieron el profesionalismo en la administración. La condición era la lealtad. Los banqueros eran leales, pero también sabían hacer su trabajo. Si no, el sistema habría caído. Por hacer una comparación: el rey Zog conducía un Ford y el comunismo un Lada, que no estaba mal, pero en la transición destrozamos el Lada y comenzamos a ir a pie».

Arjan Dyrmishi, que es director ejecutivo del Center for the Study of Democracy and Governance.

 

La dictadura. Albania, como otros estados de los Balcanes, consiguió la independencia con el ocaso del Imperio otomano y la posterior reestructuración en la región, desolada por décadas de conflicto armado. La independencia, declarada en 1912 y reconocida en 1913, fue agridulce, ya que la nueva demarcación territorial no incluyó el actual norte de Grecia, una reclamación histórica de los albaneses, ni Kosovo, ni el oeste de Macedonia del Norte, ni mucho menos el sur de Serbia y de Montenegro. La que es la tierra ancestral de los albaneses: «la Albania Unida», como dicen ellos. Tras la II Guerra Mundial, Enver Hoxha proclamó la República Popular de Albania, una autocracia que, como todas, dividió a la sociedad en aliados y enemigos, estos últimos los hijos de quienes simpatizaban con la monarquía, el fascismo o el liberalismo. A esas personas se las aisló y, en casos determinados, se las aplastó. Una buena muestra de su sufrimiento ha quedado plasmada en el libro ‘Barro más dulce que la miel’, escrito por la periodista polaca Margo Rejmer y publicado por la editorial La Caja Books.

«En cuanto alguien destacaba, en cuanto se posaba en él el ojo de un funcionario de la Sigurimi [la Inteligencia], se empezaban a acumular infundios para destruirlo... Cada año que pasaba, el sistema producía nuevos enemigos del pueblo: la dictadura los necesitaba tanto como a los acólitos. Debíamos permanecer alerta y controlarnos unos a otros. El sistema se alimentaba de nuestro miedo porque los que lo tienen aplauden y agachan la cabeza. Y aunque el comunismo como filosofía me parece mucho más noble y humano que el capitalismo, en Albania esa ideología arraigó alimentándose de nuestro miedo», cuenta en el libro Yzeir Ceka, quien, en su infancia, fue estudiante de Thoma Deliana, ministro de Educación y Cultura entre 1963 y 1976 y que, una vez cayó en desgracia, terminó confinado en una región aislada de Albania en la que vivía el repudiado clan de los Ceka.

El sistema fue injusto, pero no fue cruel con todos: tenía que sobrevivir y, por tanto, era pragmático. En el Café Napoleón de Tirana, a finales de 2020, casi tres décadas después del fin del régimen, Elsa Ballauri relata la historia de su familia, originaria de la región de Korçë, uno de los asentamientos más importantes de Albania. Con la llegada de la autocracia les fueron arrebatados todos sus bienes, entre otras razones porque se eliminó la propiedad privada. «Según Hoxha, los burgueses eran unas sanguijuelas que chupaban la sangre del pueblo», recuerda Elsa. Los Ballauri perdieron el prestigio que habían disfrutado durante siglos. De repente, su apellido significaba otra cosa, repelía a los aduladores y atraía a los conspiradores. «Mi familia, por ambos lados, era parte de la élite de Korçë. Durante la dictadura, mi abuelo estuvo en la cárcel, era considerado enemigo del pueblo porque era rico y tenía amigos cercanos a Balli Kombëtar [agrupación profascista]», narra Elsa, directora de la organización Albanian Human Rights Group.

Arian Galdini, fundador y líder del partido liberal Levizja e RE.

 

Sin embargo, ya sea por contactos con la élite o por pragmatismo, los Ballauri se adaptaron al sistema. Su padre, Robert Ballauri, prosperó, o por lo menos no se hundió: hizo el servicio militar, cursó Arquitectura en la Universidad de Tirana y, como profesional, diseñó museos ideológicos para el régimen. Pese a la demonización de su apellido, los Ballauri maniobraron para sobrevivir con dignidad. «Había escasez de comida en Albania, pero conseguíamos carne de contrabando. El Estado penalizaba el comercio privado, sobre todo el de carne, porque había muy poca y estaba racionada en los cupones de alimentación», recuerda Elsa. «Había que ser cuidadoso y no exponerse demasiado. En nuestra casa, teníamos un libro de visitas en el que escribíamos quién entraba y cuánto tiempo pasaba dentro», añade, para luego subrayar que «la persecución contra mi familia comenzó con mi abuelo, continuó con mi padre y llegó hasta mí: en el instituto tenía las notas más altas, pero no pude ir a la universidad; sigo teniendo el papel en el que dice que es por mi mala biografía». Aunque reconoce que más tarde pudo estudiar en un formato a distancia, está dolida. Sigue dolida. Su semblante conciliador y su vestimenta alegre esconden el resquemor hacia un pasado que sigue sin ver cerrado. Ballauri, tal vez para enterrarlo, está pensando en escribir un libro sobre la historia de su familia.

Arian Galdini, líder del partido político Lëvizja e RE, recuerda que «mi tatarabuelo era una de las figuras patrióticas de la II Guerra Mundial. Luchó contra los nazis, pero era rico y no era un comunista. Era una persona respetada en la región de Permet, la segunda figura más importante tras Ali Këlcyra. Rakip Saliaj era su nombre. En 1944, los comunistas lo encarcelaron por no querer colaborar con ellos. En 1946 le liberaron y un día, mientras iba con su caballo, uno de sus antiguos empleados, militante comunista, le obligó a pararse y dijo ‘muerte al fascismo’. Mi tatarabuelo no contestó. Había que responder ‘larga vida al comunismo’ y mi tatarabuelo se volvió y dijo: ‘llegará el día en el que culpes al comunismo y entonces me recordarás’. Por estas palabras le terminarían ejecutando. Si hubiera sido pragmático, tal vez habría sobrevivido».

Galdini sigue escarbando en el pasado. «Mi familia paterna fue enviada como castigo a Dushk, una aldea a la que mandaban a la gente contraria al régimen. Mi padre tuvo que esforzarse el doble para demostrar al sistema que era buena persona. Él nació en 1947 en Lushnjë y tuvo una vida tranquila. Se convirtió en militar. Cuando comenzaba a ser respetado, descubrieron su mala biografía y lo trasladaron a Vlorë. Había muchos celos y juegos sucios en Albania», continúa su hijo y hoy político, de modales moderados y liberal en lo económico.

Elsa Ballauri, en el interior del Museo de la Mujer en Tirana.

 

Durante el periodo comunista, que duró más de cuatro décadas, se estima que al menos 6.000 personas fueron ejecutadas, 18.000 terminaron encarceladas y 30.000 fueron obligadas a confinarse en áreas remotas de Albania. Aún quedan más de 5.000 desaparecidos.

El régimen de Enver Hoxha fue aislándose progresivamente, volviéndose débil y paranoico, tanto como para ordenar la construcción de más de medio millón de búnkeres defensivos. Hoxha, dogmático, primero se enemistó con Yugoslavia por el distanciamiento de Tito de la esfera URSS; luego, debido al alejamiento de Moscú del estalinismo, se enfrentó con Nikita Khruschev; y finalmente, en la década de 1970, con el deshielo en las relaciones entre China y EEUU, rompió con Pekín. Entonces, sin socios, a contracorriente, se agudizaron la represión y la hambruna.

Agonizaba cualquier logro del sistema cuando en el año 1985 falleció Enver Hoxha. Entonces muchos niños que lloraban su muerte no entendían la frialdad y perplejidad de sus padres. Fueron más de cuatro décadas de propaganda, de abogar por la creación del «nuevo hombre» albanés.

Arriba, retrato de Enver Hoxha a la venta en uno de los puestos del mercado de Tirana.

 

La transición. En la década de 1990, Ramiz Alia, el sucesor de Hoxha, no pudo contener las ansias de cambio que desencadenó el desplome del «socialismo real» en las exrepúblicas soviéticas. En 1990 y 1991 se sucedieron protestas multitudinarias, con la famosa imagen de una multitud derribando la estatua de Hoxha en el centro de Tirana, y en 1992, con la victoria electoral del liberal Partido Democrático (PD), cayó definitivamente el régimen autárquico en Albania. Pero la transición al capitalismo no comenzó como esperaban los albaneses: al igual que en el resto de exrepúblicas soviéticas y yugoslavas, se vivieron penurias y contracciones importantes del PIB.

El informe ‘Social Impact of Emigration and Rural-Urban Migration in Central and Eastern Europe’, encargado en 2012 por la Comisión Europea, recuerda la situación de la época en Albania: «El PIB cayó dramáticamente [un 10% en 1990, un 28% en 1991, un 7,2% en 1992] y solo alcanzó el nivel de 1989 a finales de los 90. En 1992, la inflación se elevó hasta los triples dígitos. Las reformas económicas liberales fueron acompañadas por una caída drástica en la producción industrial [por encima del 40% en 1991 y del 60% en 1992], que continuó hasta comienzos de 1995... Consecuentemente, la transición aumentó la pobreza y la desigualdad». Además, en 1997 estalló un estafa piramidal que se llevó buena parte de los ahorros de los albaneses. Fue la bienvenida del capitalismo.

Ante esta dramática situación, los albaneses huyeron: 700.000 entre 1992 y 2001. Incluso en la siguiente década, pese a un crecimiento sostenido del 7% de media anual, siguieron huyendo: más de 400.000 entre 2001 y 2011. Es más, aún quieren huir: según el informe ‘Cost of Youth Emigration’, el 40% de los jóvenes tiene un profundo deseo de abandonar Albania. Reflejo de esta transición fallida, de esta migración sostenida, la diáspora albanesa ocupa el puesto 12 en el mundo en proporción al número de habitantes, según el último informe de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM).

SH2 es una de las principales vías de acceso de Tirana. En la entrada norte se está construyendo una red de túneles que mejore el tráfico de vehículos de la capital de Albania.

 

Presente. Así, más allá de las estadísticas macro que hablan de crecimiento, que se entiende falla en su distribución, en Albania el 34% de las municipalidades no provee servicios sociales y el 61% carece de un sistema de ayuda para ancianos y personas discapacitadas. Además, las leyes apenas se implementan o se pueden reformar en función del deseo político. En el Índice de corrupción elaborado por Transparencia Internacional, Albania ocupa el puesto 104. Otra razón por la que los albaneses huyen.

«Todos los informes hablan de corrupción política», insiste Dyrmishi. «Las elecciones no son muy limpias. Al final del primer mandato, cada partido político altera el sistema para vencer y tener un segundo mandato, que es catastrófico por resultar de la distorsión del sistema. Ahora Rama (Edi, actual primer ministro) reclama un tercer mandato, imagine la distorsión que se avecina en el sistema», añade en un restaurante del barrio de Blloku, antes reservado a la élite de la nomenklatura y hoy centro de la vida social de la clase acomodada.

Desde el colapso del comunismo, cuatro figuras políticas han condensado el poder en Albania. Fatos Nano, primer líder del Partido Socialista (PS), se las tuvo con Sali Berisha, fundador del Partido Democrático (PD) y aliado de los intereses de Occidente, quien terminó destapándose como autoritario y corrupto. Su lucha marcó la política albanesa hasta 2005. Antes ya había aparecido Ilir Meta, actual presidente, y más tarde llegaría el actual primer ministro, Edi Rama, del PS. Todos parecen haber fracasado: una encuesta publicada por la OSCE en 2016 refleja que el 45% de los albaneses recuerda a Enver Hoxha como a un político destacado y buen administrador, y solo un 42% le considera un dictador, resultado probable de la corrupción y la falta de oportunidades de la transición; además, reflejo del desafecto, la participación en las últimas elecciones parlamentarias fue de un 48%.

Enver Hoxha ordenó construir más de 500.000 búnkeres. En la imagen de abajo, en pocos metros se concentran tres en la región fronteriza de Valbonë.

 

«Ahora hay más libertad. La vida es mucho mejor, sin duda, porque Hoxha era un dictador, pero, desde su muerte, todos los políticos nos roban», lamenta Julian, de 27 años, quien votó una vez por Edi Rama, aunque asegura que no volverá a hacerlo: «Ni por él ni por ningún otro político». Kastriot Kotoni, editor de 55 años que vende libros en las calles de Tirana, no defiende a Hoxha, aunque asegura ser realista: «Antes de Hoxha, mi gente no tenía nada, era analfabeta. Con él, conseguimos cosas: educación, sanidad, industria y una relación sana con la religión. Ahora, por desgracia, no tenemos nada más que una libertad que no podemos usar».

Sin opciones genuinas con las que luchar contra la estructura de patronaje político que rige Albania, en las elecciones del pasado 25 de abril el PS obtuvo la victoria, seguido por el PD y el LSI de Ilir Meta. «Albania tiene un falso pluralismo. Aquí no hay partidos, hay líderes. Lo que sabemos es que las personas temen a Berisha, Rama y Meta. Creen que volverán a congeniarse para controlar el sistema. No se puede vivir sin un trabajo y ellos lo utilizan para mantenerse en el poder», reconoce Arian Galdini, entre 1991 y 1994 líder de las juventudes del PD y que ahora encabeza una pequeña formación que, al igual que otras escisiones como la dirigida por Jozefina Topalli, busca atraer parte del descontento de la derecha albanesa.

Lo tiene realmente complicado, el sistema es robusto, aunque Galdini insiste en poner la primera piedra de un proyecto que aglutine a quienes algún día confiaron en la doctrina de Milton Friedman, a quienes, como él, ayudaron a derrocar el comunismo y abrazaron la democracia liberal. Todo ello pese a que supuso un cambio que no trajo, ni de lejos, la mejora de las condiciones de vida del sufrido pueblo albanés.

Un albanés con una camiseta en la que se lee Pöshte Komunistat, que significa «Abajo los comunistas».